Ana, la mayor, ocupaba su espacio en la habitación de la planta alta, Claudia, disfrutaba del suyo en la habitación que miraba a la colina, Edgardo, se aturdía en el rustico altillo de la casa. Adolfo, el padre, compartía en silencio su espacio con la madre de los tres adolescentes. Verónica, la madre, abarcaba con su voz, todas las habitaciones.
Adolfo por fin, delegó su espacio a Verónica y al poco tiempo se fue.
Ana, siguió los pasos de su padre y dejó su habitación para siempre, Edgardo continuó aturdiéndose, pero ahora muy lejos de esa casa y de su altillo, ahora, Claudia la menor, ahogada por el poco espacio que queda en la casa, está pensando si no existirá un mundo mejor detrás de la colina.
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