Ya se acercan con fervores,
y vienen desde la iglesia,
al compás de unos tambores,
y acompasadas cornetas.
A éste Cristo con sus penas,
lo acompaña mucha gente,
y con sus túnicas negras,
centenas de penitentes.
Nazarenos filas forman,
y van cumpliendo promesas
que en éstos días se tornan,
en calladas penitencias.
Hay mujeres tras las rejas
que alzan plegarias de duelo;
esas que suspiran quejas
por el tormento del Reo.
El gran silencio en la noche,
lo rompe un quejío que inquieta,
de la plegaria que es cante,
y oración hecha saeta.
Un hombre en la cruz prendido,
está viendo nuestras penas,
y oye plegarias rendido,
que están de súplicas llenas.
Olor del clavel en mazos
y luces que arden en cera,
contemplan los pies descalzos,
que doloridos, dan pena.
¡Padre Nuestro! –Se ha escuchado-,
perdonas nuestras ofensas…
clamaba un hombre postrado
un año más, con tristeza.
La cruz se aleja en silencio extraño;
¡Dios mío, verte quiero si quisieras!
aunque en la cama otro año,
la vida me concedieras.
¡Costaleros…, despacito!
que al templo de nuestra tierra
llevamos a nuestro Cristo,
que entre plegarias, se encierra.
Su faz al pueblo mirando,
pasó del cancel la reja,
y vieja puerta fue cruzando,
que tras Él, lenta se cierra.
Allí los dejó apenados,
santiguándose se quedan,
pidiéndole que otros años…,
¡Crucificado lo vean!
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