Panamá es la única ciudad del mundo asentada en las costas del Pacífico que es considerada como ciudad caribeña. García Márquez, en algunos magistrales artículos periodísticos pone en evidencia la magia del Caribe. Y, en algunos más, relata sus estrechos vínculos con el Istmo. Panamá, Colombia y Venezuela, como territorios continentales. Todas las islas de las Antillas, incontables y bellas, como territorios insulares. Las Guyanas y la parte sur de la península de La Florida, también pueden ser consideradas como parte del Caribe, sino en su territorialidad inmediata, sí como áreas donde se comparten rasgos identitarios básicos.
Es Habermas el que plantea el carácter conflictivo que tiene la identidad. Esta se crea en la contradicción yo-el otro. Entiéndase este yo como colectivo, no el yo individual o individualizado. El yo caribeño, sospecho, se construye a partir de una prodigiosa mezcla de identidades. Indígenas destruidos al mero inicio de la colonia. Poderes coloniales asentados en el monocultivo de la caña. Fuerza de trabajo esclava, la mayoría traída de Africa pero, también, población china y de la India. Distintas potencias coloniales se disputaron este espacio insular. Holanda, Francia, Inglaterra y España. A mediados del siglo XIX, emerge Estados Unidos. En fin, de todas estas potencias coloniales, la única que no ejerce algún tipo de control político o territorial sobre sus antiguas colonias es España.
Como se pone en evidencia, la construcción identitaria en el Caribe es conflictiva, abigarrada y de una heterogeneidad prodigiosa. Así que en la ciudad de Panamá se expresan, se construyen y se reinventan identidades en sus barrios y calles desde hace varios siglos.
Panamá, durante la colonia, hacía parte del virreinato de Nueva Granada. Aunque España ejercía un control directo sobre el Istmo dada su importancia estratégica. La función transitista expuso a Panamá al contacto permanente con las rutas del comercio colonial con mayor fruición que con la lejana y fría Bogotá, asiento y capital del virreinato. Alfredo Figueroa Navarro narra que un viaje de Panamá a Bogotá ida y vuelta, implicaba no sólo seis meses. Implicaba, además, estar expuesto a bandoleros, mercenarios, ejércitos locales, tigres, culebras, inundaciones y sequías y a todo tipo de calamidades que se pueda imaginar. Muchos viajantes (sospecho que no sólo panameños), perecieron en el intento.
Entonces, los contactos reales y de un mayor peso identitario se daban con el Caribe. Recuérdese que Jamaica era un emporio comercial inglés. Innumerables islas de las antillas estaban bajo el control holandés o francés. Cuba y Puerto Rico eran puertos españoles de primera importancia en el comercio (marítimo) colonial. Era, pues, un gran abanico cuyo extremo más delgado correspondía a Panamá. Punto de encuentro, puerta de entrada o salida. Tan es así que en los datos sobre el comercio marítimo entre Sevilla y Holanda, durante el siglo XVIII, se descubre que el mayor monto de seguros pagados sobre buques y cargas, es el que correspondía a flotas holandesas autorizadas a fondear en Portobelo, puerto asentado en la costa caribe panameña.
Sin embargo, lo vivido durante la colonia y la primera mitad del siglo XIX es nada si se le compara con los años transcurridos entre 1850 y 1920. En efecto, sospecho que lo ocurrido en estos 70 años supera en intensidad a los 350 años anteriores. Y, más que esto, me atrevo a sostener que 1850 representa una primera ruptura con el pasado colonial. La segunda ruptura, la definitiva, se dio en 1903. En esta segunda fecha, sostengo, se borra el pasado colonial que no servirá más que como dato histórico mas no como variable explicativa del Panamá contemporáneo.
En efecto, en 1848 se descubrió el oro de California. Con ello se inició el poderoso proceso de expansión de Estados Unidos hacia su costa occidental. La ruta menos costosa fue la panameña. Para facilitar este tránsito, los mismos Estados Unidos construyeron, entre 1850 y 1855, un ferrocarril transístmico por Panamá. El mismo Alfredo Figueroa Navarro retrata de manera prodigiosa pero sencilla, el impacto social, político y económico que tuvo la California sobre el Istmo.
En 1856 se da, según mi opinión, el primer evento identitario de lo local en conflicto con lo exterior, representado por Estados Unidos. Lo siguiente lo relato de memoria, puesto que me encuentro lejos de la patria y no tengo la documentación necesaria a mano. Por lo tanto, incurriré en algunas impresiciones históricas que espero sepan disculpar. El hecho que relataré es conocido como “El incidente de la tajada de sandía”. Sucede, pues, que en su tránsito por el istmo, los estadounidenses observaban un comportamiento en extremo arrogante, violento y agresivo contra la población local, a la que denominaban con desprecio como “nativos”. Recuérdese que, en ese momento Panamá era una provincia colombiana. Y las relaciones entre Colombia y Estados Unidos estaban mediadas por una serie de tratados y convenios de carácter obligatorio para ambas partes. En este contexto, la población panameña era reactiva en extremo contra la condición subordinada a la que pretendían condenarles los estadounidenses. Es decir, para los panameños, debían ser relaciones entre pares, entre iguales pertenecientes a dos repúblicas en pie de igualdad.
Esto explica la extrema violencia del hecho. Sucede, cuentan los que cuentan los cuentos, que un gringo en tránsito le compró una tajada de sandía a un vendedor de apellido Luna. No recuerdo, prometo averiguarlo, si el problema fue que el gringo y Luna no se pusieron de acuerdo en el precio de la tajada o si, de plano, el gringo no la quiso pagar. La cuestión es que discutieron. Dijo el gringo algo y replicó Luna. Y entre dimes y diretes se llegaron a las manos y se hicieran pedazos si alguien no acude en socorro del gringo. El de más allá se entusiasmó y sacó un cuchillo para hacer parcialidad por Luna. El de más acá sacó un revólver y mandó, al de más allá, al más allá. La cuestión es que se formó una riña multitudinaria entre gringos y panameños. Los panameños, superiores en número, acorralaron a los gringos en la estación del tren, les obligaron a refugiarse en su interior... y le pegaron fuego con todos sus ocupantes dentro.
Ante esto, una pequeña guarnición estadounidense asentada en el Istmo, intervino y reprimió a los panameños. No queda claro, aún, de parte de quien se puso la tropa colombiana. Pero, al parecer, algunos se pusieron del lado gringo y, otros, del lado panameño, del de sus compatriotas, en dependencia de las simpatías de cada capitán. Alguien, no me imagino cómo pudo hacerse en aquellos tiempos, comunicó a la ciudad de Colón, a casi 90 kilómetros, en la costa Caribe, lo que ocurría en Panamá. Allá estalló su respectivo disturbio. Al tercer día, ambas ciudades habían sido reducidas a escombros, incendiadas y destruidas. En la ciudad de Panamá, tengo entendido, sólo escapó de la destrucción el viejo y noble barrio de San Felipe y eso porque estaba amurallado.
Fue la primera insurrección panameña contra los gringos y la única que ganó. Creo recordar que, primero Colombia y luego Panamá, cuando accedió a su vida independiente en 1903, tuvieron que pagar una gigantesca indemnización a los Estados Unidos. En los próximos 150 año, se puso en evidencia que los panameños nunca aprendimos a portarnos bien según el gusto gringo. Las 23 intervenciones armadas y los cientos y quizá miles de muertos así lo atestiguan. Pero construimos nuestra identidad. En Panamá, a pesar de la presencia de los Estados Unidos, por casi 150 años ininterrumpidos, no sirvió para que aprendiéramos a hablar inglés. Y, el que se habla fue traído por los trabajadores afro antillanos cuando se les trajo como mano de obra barata para la construcción del Canal, a partir de 1904. El otro poco que se habla es el aprendido en las academias.
San Salvador, 15 de septiembre de 2003. |