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Salimos temprano con los muchachos que por primera vez, acamparían solos, sin sus padres, un fin de semana.
Eran sólo niños, de entre seis y ocho años; niños ilusionados, con sus pequeñas mochilas, sus cantimploras nuevas y unos sacos de dormir dos veces más grandes que ellos.

Nosotros, los monitores, no cabíamos de júbilo ya que nos había costado Dios y ayuda que el gobierno nos reconociera como "Entidad no lucrativa" y nos facilitara una subvención para echar el proyecto adelante. Teníamos apenas veinte años y el alma llena de ideales.

"Nuestros pequeños" aprenderían solidaridad, respeto por las personas y por la naturaleza; les enseñaríamos cómo tratar al bosque, cómo recoger los deshechos, cómo encender un fuego; la vastedad del mundo repartido en tantos países y cómo todos somos iguales.

Llegamos a destino en el tren y les enseñamos a plantar una tienda, a desplegar y guardar el saco, a compartir el primer almuerzo.
Por la tarde caminamos por el bosque buscando pequeñas ramas y mostrándoles lo que no deben pisar ni maltratar.

Después de la cena, muchos de ellos ya cansados, preparamos la fogata. Pusimos piedras en un círculo y en el centro, bajarrama reseca.
Prendió muy deprisa ya que la leñita estaba seca, era pleno verano en una noche sin siquiera una brisa.

El fuego se tornó azul y rojo, con una luz incandescente en el centro, amarilla como el sol con unos dejes verdes que brillaban con mucha fuerza. Los niñitos miraban asombrados los chispazos de la brasa que prendía en las ramas; fuimos añadiendo una tras otra, hasta que la hoguerita quedó firmemente prendida y lanzaba llamas hacia el cielo.

Nunca habían visto algo tan hermoso y yo nunca había visto las hermosas piernas de Eli, mi compañera.

Con un gesto le hice saber que la invitaba a un cigarro detrás de la tienda; vino, le prendí su cigarro, y tras una fugaz mirada besé sus labios; tal como aumentaba el fuego en la hoguera, crecía el calor en mi bragueta.

De aquel día solo recuerdo un orgasmo y unos gritos de alerta.
Se levantó viento, ya era tarde, no pudimos controlar la hoguera.
Uno de los pequeños había sufrido graves quemaduras cuando llegaron los helicópteros.

Desde aquel día no digiero mi culpa y solo pienso en las piernas de Eli como una mala jugarreta.

Texto agregado el 23-02-2006, y leído por 358 visitantes. (13 votos)


Lectores Opinan
15-10-2006 muy buen cuento verdesol5
22-08-2006 Te felicito por la reflexión última del escrito. Mis 5* raimundas
15-03-2006 Que relato tan fluído y ameno, la frase final la cerraste en oro ! galabriela
27-02-2006 Agridulce suceso muy bien contado. Un saludo de SOL-O-LUNA
26-02-2006 Brillante escrito Rosita.Es bueno desde distintos puntos de vista; su planteamiento,sus imagenes,le dan un ritmo tranquilo.Al final cuando atracción carnal y desgracia se dan la mano,has tenido también la habilidad de no levantar una polvareda.Con un ritmo igualmente envolvente y sosegado ,te has encaminado a una buena reflexión. final.Me ha encantado.***** Gadeira
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