Nos amábamos, no tanto por ser hermanos como por ser distintos. Son cuatro años de diferencia entre Lucio, mi hermano menor, y yo; pero las diferencias recién comienzan ahí. Lucio es delgado y de piel morena, muy velludo, como papá, yo soy más robusto y más bajo, de tez blanca y lampiño, como mamá. Lucio siempre fue el intrépido, el atrevido y montaraz, yo en cambio, el medido, el calmo y cauteloso. Lucio se bebió la vida mucho más de prisa. Era padre de cuatro hijos el día en que yo me casé. Sus trabajos siempre fueron de fuerza y riesgo; los míos de intelecto y seguridad.
Nuestro sentido del humor tampoco le iba en zaga al resto de nuestras diferencias. Él es de chiste rápido, de humor grueso y carcajada franca. Yo prefiero la historia humorística, la comedia irónica y la risa leve. Maldigo mi forma de hacer reír.
Hugo, mi primer hijo, tenía ya un mes de vida cuando invité a Lucio a visitarnos para que le conociera. Mi secreta intención era pedirle que aceptara ser su padrino de bautismo, puesto que siendo hermanos que se han amado toda la vida, lo menos que se me ocurría entonces era hacerlo además mi compadre. Ya el afecto que nos teníamos había agotado los conceptos de hermano y amigo, por lo que se necesitaba algo más.
Después de un grato almuerzo, y mientras Eloísa, mi esposa, se ocupaba de lavar la loza en la cocina, llevé a Lucio al cuarto donde dormía mi hijo. Nuestra casa es pequeña, por lo que desde la cocina, ella podía seguir nuestra charla y participar en ella si lo deseaba, sin subir demasiado la voz.
¿Habéis notado que los recién nacidos vienen al mundo cubiertos de una pelusa delgada y tupida, que con el tiempo desaparece? Pues a mí me hacía tanta gracia el ver la pequeña espalda de Hugo cubierta de esa pelusa, que no se me ocurrió mejor idea que, en cuanto mi hermano se asomó a la cuna, encararlo con la cara más seria que pude fabricar y lanzarle a la cara mi broma:
- Mira, Lucio, es tan peludo como tú. ¿Pensaste que no me daría cuenta? ¿Cómo pudiste hacerme esto?
Mi hermano no dijo nada, hundió el pecho entre sus hombros y comenzó a sollozar. El estruendo de loza hecha pedazos en el piso de la cocina, fue la señal clara de que mi broma había ido demasiado lejos.
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