Nadie puede suponer que un hombre pueda convertirse en una estatua de piedra en el momento que lo desee, las leyes de la física y de la biología así lo dicen, solo los escultores pueden conseguir darle a ese objeto todos los rasgos, sentimientos, virtudes y defectos del hombre, llegando a límites insospechados, pero nunca han logrado darle verdadera vida, a pesar de faltar tan poco, solo siguen siendo un trozo de piedra o madera.
Nadie pude darle vida a un trozo de piedra, por más que se halla puesto todo el empeño y el amor en su tallado.
¿Pero que ocurre con las estatuas vivientes?, con ese límite casi imperceptible para el observador entre la vida y la piedra fría.
Ese límite se ha traspasado, y el hombre con sus defectos y virtudes se ha convertido en un objeto para ser observado por otros hombres.
Entonces, si existe un objeto y un observador el cometido de las estatuas de piedra se sigue cumpliendo al pié de la letra.
Solo que ahora el que talla los rasgos y sentimientos, es la misma estatua observada, ¿quien puede desmentir entonces que el hombre no puede convertirse en una estatua como las de piedra?, si se ha logrado un mismo resultado, un objeto artístico y un observador.
La diferencia, mas allá, de que una tenga vida y la otra no, se da en que una es prácticamente eterna, la otra en cambio, durará tan sólo un pequeño instante, y solo será observada, por muy pocos hombres, tan solo por aquellos que saben de hacerse del tiempo para detenerse frente a una obra de arte efímera y casi perfecta.
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