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Esto lo escribí unos pocos dìas antes que muriera Malomo, el 8 de Febrero del 2006. Lo escribí como una diversión para los que hacemos este sitio web, luego de leerlo él me dejó un comentario que para más comodidad ahora copié al final del texto, no se lo pierdan porque es realmente increíble, de hecho durante algún tiempo abrigué la secreta esperanza de que su muerte no fuese más que una broma de este talentoso y queridísimo uruguayo.
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Estimados co-comunitarios de La Página, por fin he juntado coraje y me he decidido a plantear tamaña cuestión: ¿Qué hacemos con los cuenteros que se mueren?.
No es un asunto menor, morirse es un fenómeno trascendental en la vida de todos, y no me vengan con que es un tema que empieza justo cuando termina la vida y que por lo tanto no hay que hacerse mala sangre, porque no se los creo ni pizca. Morirse es el gran tema de los hombres (genéricamente hablando, no chillen femmens) pero más aún de los cuenteros de esta comunidad, ya que su obra sigue ahí, tan mal o bien escrita como siempre.
En este juego de comunicación entre el emisor y el receptor, es un requisito de importancia para el lector estar vivo, pero también lo es saber si el autor aún lo acompaña en dicho trance, pues uno no es igual de condescendiente con los vivos que con los muertos: mientras el abuelo vivía era un viejo malaonda de mierda, un minuto después de fallecido pasó a ser un hombre adorable, un sabio de cabelleras teñidas por la nieve del tiempo.
De un escritor muerto ya no esperamos una mejor ni una peor obra, ni un giro repentino en su género y estilo literario, sólo anhelamos poder disfrutarla sin tener que ubicarnos en su tiempo y en su espacio para saber qué diablos quiso decir con su historia.
Pero con los escritores de la página, la situación es diferente, no podemos andar cómo unos tontos dejándole mensajes a un tipo que está muerto y que no tuvo la delicadeza de comunicarnos su nuevo tiempo verbal de pasado simple. ¡Ni qué hablar si, además, el mensaje es un denuesto! Me imagino desesperado tratando de contratar un hacker para que borre de ahí ese cuadrito en el que le digo al respetable difunto que su texto es un desastre de repeticiones y divagues metafóricos.
¿Papá, ya que decís que el abuelo era tan sabio, porqué nunca acertaba una con la ortografía? Preguntará algún día mi nieto para dolor de cabeza de mi hijo.
Bueno, así las cosas ¿qué hacemos?
¿Deberemos dejar nuestras claves para que algún cuentero amigo nos agregue Q.E.P.D y una coronita en la bio?
¿Deberemos pedirle que responda por nosotros y amablemente los mensajes en el libro de visita? Por ejemplo: “Amigo cuentero, agradezco que hayas pasado por mis textos, pero lamento comunicarte que me encuentro a tres metros bajo tierra desde hace dos años”
Y qué tal este otro: “Estimado colega en la afección por las letras, he leído tu crítica a mi cuento y debo decirte que no me afecta en lo más mínimo pues he sido cremada en el último verano y soy ceniza esparcida por la estratosfera, ya no hay cuerpo en el que tus ácidos dardos puedan hacer mella”
Pero esto de tener un sustituto tiene también sus riesgos. ¿Y si el tipo nos cambia los cuentos?(bueno, en mi caso, seguro que quedarían mejores) Por ejemplo, se imaginan si alguien que en vida escribía con una onda a Bokowsky acaba con sus textos emulando a Antonio Gala, en ese caso el tipo se sale del infierno (porque según las autoridades papales no hay otro destino posible para alguien que idolatra a Bokowsky, encima de retorcido, judío) y así nomás, como está de recién aparecido, chorreando lava, azota con el tridente a su irresponsable responsable del mantenimiento virtual.
¿Y si se hace pasar por nosotros en el chat? ¿Y si corteja a la cuentera equivocada? ¿Y si, peor aún, deja de cortejar a la correcta?
No es cuestión de darle la clave a cualquiera, tiene que ser un tipo de confianza y con instrucciones precisas. Por ejemplo yo había pensado en elegir alguien como Malomo para cuidador de mi tumba literaria, es un tipo serio y puntilloso, todas las semanas debe regarme las flores, responder las visitas, corregir los errores de ortografía y dejar mensajes halagadores para los mejores textos que se publican.
¿Y si un escritor se hace pasar por muerto y resulta ser que no lo estaba, que sólo estaba de parranda? ¿Y si se nos aparece en el chat con letra de ultratumba? Bueno, algunos escribimos tan mal que ya en vida causamos terror.
Otra posibilidad es que, a medida que nos vayamos muriendo, (“a medida” me refiero en cantidad de individuos, no en calidad, porque en calidad uno siempre se va muriendo un poco cada día) dejemos mensajes misteriosos y pistas falsas que hagan suponer que no estamos muertos, y que se haga de nosotros un mito como el de la muerte de Lennon o el de Bob Marley, y que todos rumoreen que nos hemos ido a una isla solitaria del caribe, igualito que en la película “La Playa” pero nada de estar todo el día meta sexo droga y rock and roll, no, nada de eso, sólo cuento, poesía y columna ¡Ja! ¡Eso sí que es vida!
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Este comentario me escribió Malomo unos días más tarde y pocos antes de morir:
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2006-02-04 11:40:27 Jodida interrogante Mac. Te agradezco mucho la confianza y el elogio, pero te sugeriría que te buscaras un celador menos mortal que yo (me parece que te voy a ganar la carrera hacia el otro lado del Aqueronte). Tu inquietud es válida y bien desarrollada, pero de todas maneras no me preocuparía tanto. Morir viene adjunto en el paquete del nacimiento, y yo me alegro de que cuando llegue el día, mi legado permanezca en estas páginas. Tal vez todos nosotros sobrevivamos a esta web que es tanto o más mortal que nosotros mismos. Por ahora disfruto de encontrarme vivo en ella, con gente como vos, Cali, Aniuxa, Nef, Pablo y tantos amigos con los que recorremos esta porción del camino. Que morir no nos mate. Mis estrellas y un abrazo. ***** Malomo |