Es una tradición como otra cualquiera, pero no puedo evitarla. Cada año, cada final de doce meses idénticos, reiterativos, cíclicos, justo antes de que suenen las campanadas transcurren mil imágenes en mi retina. Revivo de forma compulsiva y descontrolada aquellos instantes, generalmente pocos, que han acontecido, dejando huella imborrable y perpetua en las últimas cincuenta y dos semanas.
En esta última, tan cercana que me parece escuchar aún el tañido decepcionante de esa doceava campanada, me agarró una extraña sensación, en la que mi estómago pedía no sé muy bien si ponerme a vomitar o cagarme. Un año, señor, otro año. Y me volvieron a golpes los recuerdos, la mayoría tuyos, para que negarlo, y también otros, prestados.
Tus adioses, tan cotidianos, y aún no me acostumbro. Son fruto de esa ceguera de una cobardía impropia, osada, maldita, que nos han alejado siempre de eso que llamamos, o llaman, o ¿qué sé yo?....felicidad.
Y sin embargo, aunque ninguno entendamos los motivos, nos buscamos errantes, perdidos en la misma estupefacción, para acompañarnos a nuestros pequeños paraísos. Me agarraron por sorpresa tus palabras, en aquel castillo, esos besos con los que me llenaste, que me pesan todavía, y aun cabalgan, sí, desbocados, sobre esta piel tan nostálgica.
Esta navidad loca que nos hemos regalado, rebosante de sentimientos enfrentados, de besos frescos, marchitos, tiernos, lascivos....... de todo nuestro repertorio de besos.
Y tu sabor, ese que tan tuyo, escondido en tu sexo, y en tu cuello. Me asfixian tus abrazos, y apenas si puedo respirar sin ellos.
El nuestro, amor mío, es una amor en fuga. Inalcanzable, huidizo, estéril. Y lo es tan grande.
Desnudos, después de una noche, otra, en donde el mundo quedaba fuera y el viento cantaba helado, nuestros nombres. Dormidos, cansados, y palpando entre sueños la cama a la caza de ese, aun otro, beso. Besos, dulces, sonoros, fieros.
Quisiste que lo fuera así, como en uno de esos tuyos, orgasmos violentos, imprevisibles, mágicos.
Te añoro, esta vez por voluntad propia, pero no puedo ya con tu terquedad, con ese no quiero, pero te quiero, con que estas uvas, que no son de las ira, no las tomes conmigo.
Suena, otra vez, y otra, “Wish You Were Here” y los dos sabemos que tú estabas ahí, y brillabas. Brillabas estando conmigo, jugando a templarios de paso en ese castillo de Castilla, en esa torre de princesas. Y no había dragón, estaba de vacaciones.
La noche fue nuestra, con nuestra locura. Me amaste más libre, más profunda, más pura. Y fue una noche, de mil anteriores, culminante de una obra, maestra. Me diste alguna de tus palabras, y muchas de tus caricias.
Aquello era un querer infante, nuevo y prohibido. Tan nuestro, tan tuyo, como eso que nombramos vuelo.
Y acabó la noche, y la Navidad y el año. Te esperaba tu cobardía, siempre en la esquina, y mi ternura, tan sola, bajo aquella farola.
Ahora, ya tan lejos, tan fría como esa noche despejada y huérfana de luna, te aguardan otros cuadros, apenas abocetados.
El nuestro, amor mío, es un amor en fuga.
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