Enero. Principio de año, con esa sensación aún fresca de propósitos nuevos, de mejoras inminentes. Irlanda, una ciudad al sur, costera, a mitad camino entre el ruido de sus industrias y el murmullo de un mar bravo.
Los verdes se azulan en los campos, quizá por que añoren un mediterráneo que no vieron. Aquí el océano tiene un color gris, como su cielo, que las gaviotas y cuervos se disputan por zonas.
Llueve, fino, constante, en miles de agujas horizontales que se clavan en mi cara.
En el puerto, mi sitio, mirando al este en busca de mis orígenes. Lengua extranjera, pero conocida. Yo estuve con una pelirroja.
Entro en un bar, maderas viejas, luz tenue, del propio resol que este día indeciso entre darnos el sol o llorar las nubes. Apenas una decena de clientes.
Entra un barco, con el ritmo marcado del motor viejo de dos tiempos, el olor de fuel nos lo trae el viento, norte, frío y húmedo, con ecos todavía salvajes. En la barra alguien pregunta, una cerveza, respondo. En la esquina, sentada, una anciana, tras mil capas de algodón y lana. Un pelo desarreglado, blanco con algún giro cian, una sombra en su cara. Hay una taza humeante frente a ella, ignorada, té, pienso. Los mayores son idénticos en todo el mundo. Llegado un momento, se cansan de mirar afuera, y sus ojos parecen muertos. Los cubre una pálida tela, como esa en la leche caliente de mi infancia, perdiendo para siempre el brillo.
Ann, es su nombre, me cuenta que un día fue joven, y hermosa. Pasó, ella dice que al menos una vez a todos nos pasa, la felicidad llamando a su puerta. No reconoció su voz y la perdió, no sabe si para siempre. Es un fino y negro humor, ella sabe que le queda poco en este puerto, las sirenas del otro le llaman, desde que tuvo esa primera trombosis en la pierna. Camina con dificultad, pero aún piensa. Y se lamenta.
Almuerzo con ella. Habla de su vida, sus locuras, y aventuras, un olor a ginebra pegado en su ropa, melancolía en sus huesos. El invierno le rompió la cara que fue tersa, piel hecha tiras, amoratada.
Un papel, amarillento, manoseado y lleno de grasa, junto a la taza. Como un tesoro, lo mira y vigila. Confiada, me confía su secreto. Vuelto, medio doblado, libera el papel, me lo aproxima y renquea hacia la barra.
“ ¿Sabes?,Hay veces que me pierdo por tus recuerdos y me vienen tus caderas y me atrapan. Me esfuerzo entonces, como tú, en este adiós nuestro, lo consigo. Es una victoria leve, siempre acaba por enredarme tu mirada. Quedo mudo, que no quieto, aguardando tus palabras”
Era la nota de un español, como tú, me dice, que tenía fuego en sus ojos, y unas manos delicadas. Su confianza, era más un propósito de enmienda. Nunca le dio esas palabras. Miedo, supongo, o inseguridad o ...
Suena en su alma la música celta, medio dormida, apenas borracha, baila sentada.
Me despidió amante de su recuerdo, esclava de sus silencios. Una lágrima, disimulada, orgullosa, rodó precipitándose en la mesa. Que extraña tinta para escribir tan bella historia.
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