Juan salió con su automóvil para recorrer los veinte kilómetros entre el hotel y la empresa, a pesar que no conocía la zona le gustaba mucho el ambiente del pequeño pueblo, su empresa siempre lo había enviado a ciudades mas grandes, pero esta vez su jefe le dijo que debería cubrir el puesto del anterior vendedor solo por uno o dos meses hasta reestructurar el plantel del nuevo personal.
Era el tercer día que Juan recorría ese camino desolado, que le brindaba una sensación muy placentera viendo los verdes sembradíos a ambos lados del camino, pudo ver a un hombre, que caminaba apresuradamente por la banquina, Juan al verlo disminuyó la velocidad y pasó muy cerca, el hombre era un señor muy mayor, vistiendo ropa deportiva y sumamente tostado. Cuando Juan pasó con su automóvil ese hombre caminaba con pasos muy enérgicos y ni siquiera miró a Juan para saludarlo, como era costumbre de la gente del lugar.
Juan continuó con su trayecto, pensando que aquel hombre se encontraba muy lejos de un lugar poblado, y le extrañó la actitud de que no le prestara atención, de pronto vino a su mente que aquel anciano podría estar enfermo, o quizás alucinaba y se le dio por caminar y ahora su familia lo estaba buscando desesperadamente.
Juan decidió regresar, y al cabo de poco andar, pudo ver la silueta a lo lejos de aquel viejo que continuaba con su tenaz caminata, detuvo su auto y se bajó para esperarlo, cuando el extraño caminante estuvo próximo, Juan le dijo:
Buenos días amigo lo puedo alcanzar a algún lado
No gracias, respondió tajantemente el hombre sin siquiera mirarlo
Juan insistió una vez más
Disculpe, yo soy nuevo por aquí y me dirijo al pueblo, si quiere lo alcanzo y se evita caminar tanto.
El viejo detuvo su marcha, y mirándolo a Juan le respondió.
Pierda cuidado forastero, no estoy loco como usted piensa, y tampoco me he perdido, en realidad solo estoy compitiendo, y si usted no me hubiera entretenido tal vez hoy hubiera batido mi record, ahora si me disculpa, siga usted con lo suyo, que yo seguiré con lo mío.
Juan ante esta respuesta, se sintió como un tonto y solo atinó a subir a su auto y continuar su viaje, pensando que si otro día, aunque llegara a ver a aquel anciano tirado en el piso medio muerto de cansancio no lo socorrería, y luego trató de olvidar el hecho.
Ese día en la empresa fue uno de esos días difíciles en donde todo sale mal, pero ese era su trabajo, después de terminar la jornada Juan concurría al único bar del pueblo en donde tomaba un refresco para después regresar a su hotel, esa tarde en cuanto entró al bar y pedir lo de siempre al encargado, uno de los parroquianos al cual ya conocía de vista, le dijo:
Así que hoy se topó con el viejo medalla de barro
Juan quedó sorprendido, y recordó inmediatamente el episodio en la ruta con aquel viejo caminante.
Juan después de describir al aquel hombre, confirmó el encuentro, y no pudo dejar de preguntar como se sabía eso, si nadie estaba presente en aquella inmensidad del campo.
Aquí no se nos escapa nada amigo, respondió el parroquiano, mientras se sentaba junto a él en la mesa.
¿Porqué le dicen medalla de barro? Preguntó Juan
Y aquel hombre de rostro bonachón le contó:
Le decimos así porque el viejo está un poco loco, y se la pasa inventando competencias que nunca puede cumplir, es un raye como le dicen, el año pasado para la fiesta del girasol, dijo que recorrería quince kilómetros en menos de media hora, y aquí en pueblo aunque sabíamos que no lo podría cumplir, le preparamos una llegada con cartel y todo, trajimos hasta la banda de música de los bomberos……..
El parroquiano se quedó callado y mirando por la ventana
¿Y que pasó? Preguntó Juan
Y que va a pasar, no llegó nunca, ya caía el sol y nos fuimos todos a casa. Dijo con voz pausada el parroquiano
¿Pero tal vez no llegó por algún motivo? Preguntó nuevamente Juan
Dicen que llegó pero como a una de la mañana, solo lo estaba esperando Doña Rita, la dueña del kiosco de cigarrillos, una antigua novia, que a pesar de los años sigue enamorada de este viejo loco.
El parroquiano sin decir masa se levantó y se fue.
Juan se quedó pensando en la cantidad de historias de vida de esos pequeños pueblos, que nadie conoce y se podrían escribir libros y libros.
Ya Juan prácticamente había terminado con su trabajo en aquel lugar y en los dos últimos días antes de su partida, pensó descansar para retomar luego su actividad en la ciudad, esa tarde estaba Juan caminando por la orilla del canal de riego bajo la sombra del monte que le recordaba a la casa de campo de sus padres, cuando se le acercó una viejita muy simpática que le dijo:
Disculpe forastero, yo soy Doña Rita la señora que le vende los cigarrillos, se que usted se está por ir y necesito pedirle un gran favor.
Dígame usted señora, en que la puedo ayudar
Mire usted yo soy digamos …..la única persona allegada a Don Gómez, medalla de barro como le dicen aquí, usted se acordará.
Si, si, recuerdo perfectamente respondió Juan
Bueno mire este viejo al que yo aprecio tiene un solo ideal en su vida y es que lo premien por alguna hazaña, que nunca logrará sabe y yo quiero inventarle un premio, pero como el viejo conoce a todos en el pueblo no me creerá si le miento, entonces pensé que si usted me ayudara, le podría dar esa pequeña alegría por la que tanto se empeñó, de recibir un premio.
La señora sacó de su bolso una carta y un medallón de oro, y se lo entregó a Juan, luego le dijo:
Mañana a la mañana lo encontrará caminando, en la ruta, solo tiene que entregarle esto y le dice que es de la empresa donde usted trabaja, que es lo mas importante que tenemos por estos lugares, yo se que se pondrá muy contento y se cumplirá su sueño de tantos años.
Juan tomó la carta y el medallón y le prometió a la vieja que lo haría con gusto.
Juan se quedó pensando en aquel acto tan noble de aquella mujer para con un viejo medio loco, y pensó hasta que límites puede llegar el amor.
A la mañana siguiente, Juan tenía todo empacado para regresar a su casa, solo le restaba cumplir con el compromiso que había contraído con la anciana, y tal cual como le había dicho encontró al medalla de barro, caminando apresuradamente por la ruta, esta vez sin titubear, detuvo el auto frente al viejo, se bajó y le dijo:
Estimado señor, en este simple acto yo en representación de mi empresa le queremos otorgar este premio que usted se tiene bien merecido y lo felicitamos por su labor de deportista a – mateur de toda una vida.
El viejo, tomó la carta y el medallón y mirándole a los ojos le respondió:
Querido amigo, este premio ya lo he recibido una treintena de veces, es de Doña Rita, y una treintena de veces se lo he regalado a ella en prueba de mi amor, es una buena mujer y se que me ama, solo que yo no se compartir el mismo techo, tengo demasiadas mañas, pero se que se pone contenta cuando la voy a ver después de mis caminatas que las realizo solo porque sufro de artritis, y si no me muevo me quedaré duro dentro de poco, le agradezco, buen hombre de todos modos su acción, porque esta vieja loca suele darle su medallón de oro a cualquier extraño que viene al pueblo.
Juan comprendió inmediatamente que el viejo no estaba tan loco como decían, ye entonces le preguntó porque no había podido llegar al pueblo el día de la fiesta del girasol, y el viejo le respondió:
En el pueblo me dicen medalla de barro, porque creen que estoy medio loco, y que invento competencias, si es cierto las invento porque cada vez que se me ocurre algo se arma un alboroto en el pueblo y a pesar que son cosas imposibles de cumplir, piensan que quizás algún día lo logre, y sabe que, cuando se me ocurre algo es el comentario de todo el pueblo, son cosas de los pueblos chicos, vio, que nos entretenemos con cualquier tontería, así condimentamos la vida por acá, tan solo para no aburrirnos.
Juan saludó a ese viejo medio loco, medio cuerdo, y se fue pensando que ese pequeño pueblo casi olvidado del mapa era un muy buen lugar para vivir.
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