Se refugiaba en el mismo lugar de siempre y en las mismas cosas que causaron su perdición, como años antes cuando trató de salir de ese hoyo que había cavado muy a pesar suyo, el que ahora lo consumía y lo llevaba a abismos más profundos.

Una cosa extraña ocurrió aquella madrugada en que la luz de la luna se coló por la ventana del segundo piso, a través de la persiana azul entreabierta, para finalmente cruzar la claraboya y terminar cubriéndolo todo con un extraño matiz de otro mundo.

Se presentaron ante él un hombre, un sitio y un cuadro que había visto siempre, pero de una forma que no conocía. El televisor estaba en blanco y el sonido de la estática invadía los espacios teñidos de azul. Fue evidente la degradación a la que había llegado, intentando vivir a través de su concursante favorito en el reality de turno, concebido en la mente de algún libretista mediocre, y muy bien editado hasta el colmo del morbo.

El aparato por fin había callado. Se quedó un rato pensando en la vida, esa que estaba dejando pasar, oyó claramente una voz muy adentro, en lo íntimo de su ser, la voz de Dios, “levántate, sueña tus propios sueños”.

JB