¡Oh, Jerusalén!
cuna de tan Dulce Nombre,
de hermosura y de belleza,
de Paz y amor a los hombres.
¿Quién pudiera contemplar
al igual con alegría,
lo que tú, viste aquél día?
Quie dos mil años atrás,
en Belén vio que nacían
unos ojos que brillaban
como estrellas que corrían,
en el firmamento claro
que esperaba su venida.
Sus ojos vieron ayer,
el amor, la Paz, la risa,
en sus padre la ternura,
el encanto y la sonrisa.
Tú, que tuviste la dicha, Jerusalén
de ver andar sobre tí
en aquél tiempo al Mesías;
que contemplaste su sueño
cuando amanecían los días,
que pudiste verle alegre
mientras su madre, afligida,
en el templo lo buscaba
a la salida.
¡Oh, Jerusalén!
fuiste cuna de Jesús,
aquél que un día así dijo:
"la Paz y el Bien para el hombre;
que la Paz esté contigo".
Hoy quisiera que volvieran
aquellos lejanos días
que Belén lo vio nacer
una noche oscura y fría.
Yo aseguro que si hoy
se repitiera aquél día
que en nochebuena naciera
hecho hombre aquél Mesías,
no se hablaría nada más,
que de amor, Paz y armonía;
y no de la guerra cruel,
que perturba tu alegría.
¡Oh, malditos!
hombres de poca fe,
recordad que en esta tierra,
a Jesús vísteis nacer.
No manchéis
con vuestra sangre,
que redimida por Él
regó tan bendita tierra,
y no sabéis comprender;
¡ que Jesús no quiere guerras
en la bendecida tierra,
que a Él lo ha visto nacer !
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A pesar de ser aquella, tierra Santa y bendecida; aún siguen allí matándose los hombres. |