La Pregunta

–No le veo el asunto. Si usted sabe que la amo. ¿Para qué voy a estar repitiéndolo a cada rato? ¿O no lo sabe? ¿ O está dudando de mí?
–Pero es que no se trata de eso.
–De eso se trata. ¿Me ha visto alguna vez abrazado al auto diciéndole, eres mío, te amo, eres mío? No, ¿cierto? Es lo mismo. Yo no necesito repetirme una y otra vez las cosas que amo. Y usted sabe que yo amo ese auto. Además, es infantil andar vociferando los sentimientos. ¿Acaso le pregunto a usted si me ama? No pues. Yo lo sé. Soy su marido y el padre de sus hijos. ¿O no? Ve pues tontuela que usted sabe que la amo.
El brillo de los ojos de Miriam ya se había disipado junto con la pregunta. Mañana era un día largo y ya estaba dormida antes de los requerimientos amorosos de su marido. Sonrió satisfecha con la respuesta y ya no le importó si él la amaba, o si la amaba un poco más que a su auto.
Entre sueños, Miriam agradeció que él no le hubiera devuelto la pregunta.