Había una vez un potrero muy amplio y hermoso en un valle realmente impresionante, que se llamaba Latino América. También había un gran señor que usaba un sombrero de copa muy alto al cual le decían Tío Sam, que aunque no era el dueño del potrero se creía serlo y vivía metiéndose en todos los asuntos interno del potrero ya mencionado.

El tío molestaba a los pobres potros con la intención que estos tumbaran violentamente al jinete que lo gobernaba, siempre y cuando el gobernante o el jinete tratará de guiarlos por un buen camino.

Habían muchos potros hermosos a los cuales el tío había molestado con rudeza, entre ellos estaban: México, Panamá, Cuba, Puerto Rico, Venezuela, entre muchos.

Al Tío le gustaba ver a los potros montados por jinetes crueles, que los llevaran por donde él quisiera, no importado que los potros se rompiera una pata o se desbocaran por los barrancos malos e incómodos que él siempre le imponía, insinuando que por esos caminos llegarían más rápido y mejor.

En el potrero habían muchas clases de potros, pero la gran mayoría escuchaba y obedecía la voz del Tío, no tanto los potros sino los jinetes principalmente, porque el tío se había metido tanto y tanta veces en los asuntos interno de Latino América que ya algunos de ellos lo consideraban como su amo y señor.

En el potrero había una potra que no le caía muy bien a Sam, no por la naturaleza de la potra en si, sino por el jinete que ella siempre llevaba montado y que nunca tumbaba, además de no tumbarlo se llevaba muy bien desde hacia mucho tiempo, ese jinete que casi siempre usaba un traje verde olivo y una barba muy larga era el desprecio del Tío en el potrero.

Sam hacía todo lo posible para deshacerse del gran jinete de barba larga, que con mucha dificultad guiaba a la potra suavemente sin importar los obstáculos que el tío le pusiera.

La mayoría de los potros no crecían lo suficientemente como para desarrollarse y salir del subdesarrollo, quizás por la estricta dieta que le ponía el Tío, en si se la imponía, extritas medidas que le quitaban el apetito a cualquiera.

Un día, de esos días raros que a veces aparecen, el Tío Sam amaneció de buen humor y con su mente muy lucida y se dijo así mismo: “pero es verdad, estos potros deberían crecer mucho más y desarrollarse mejor y yo sacarle muchísimo más provecho”.

Entonces decidió hacer un acuerdo para que este pensamiento se hiciera realidad en la vida Latinoamericana y diseñó un hermoso plan para que los potros se desarrollaran y sobre todo para que tuvieran suma “libertad” y de inmediato se puso a escribir sin perder un segundo de su precioso tiempo y creó un maravilloso tratado al cual le llamó: TRATADO DE LIBRE COMERCIO.

Aunque los Jinetes de Latino América nunca se enteraron de la elaboracion de dicho acuerdo y a ellos nunca se le comentó de que trataba tal acuerdo, ellos estaban felices de firmar un tratado el cual no comprendian, pero que sí haría feliz al Tío.

Para concluir este hermoso cuento de hadas quiero citar algo que dijo una vez un gran político de Egipto: “cuando un hombre y un caballo se ponen de acuerdo, sabemos que el hombre terminará montado en el caballo, nunca lo contrario”.