Las hojas al viento y el pueblo llora
Renovación en el solsticio de verano
Los pájaros alegres por la mañana
Redención que va matando por dentro
Pero es que si tan sólo pudiéramos volar más lejos, si pudiéramos alcanzar las nubes y hacernos camas de algodón, seríamos felices.
Justo cuando piensas que ya nada puede salir mal, sale peor. Encuentras a tu verdugo por la calle y obligadamente te vas con él, o ella.
Y callas, y gritas, pero nadie te escucha. No te miran, a veces.
Te desgarras y te mueres. Pero no te mueres, nunca te mueres. Siempre viva, siempre necia, siempre de pendeja.
Avanzas y no llegas, observas pero no hablas. Descubres que todos a tu alrededor conspiran sin compasión.
Lágrimas agotadas, sonrisas robadas, palabras destrozadas. Sentimientos infames. Llegas al abandono de la coherencia, sin una maldita conciencia, para luego regresar y darte cuenta que lo único que haces es callar.
¿Por qué callas? Mejor grita de una puta vez antes de que estalles. Te ahorras las malditas sonrisas hipócritas. Ya no pienses, ya no te desarmes.
Vives y luego sientes, y así dices y no te arrepientes. De repente pierdes tu identidad. Pierdes tus ganas de ser y de existir. No hablas, no escuchas, no prestas atención. No realizas lo que sucede a tu alrededor. Pierdes tu concentración.
No sabes si eres tú o es ella, son ellos o nosotros, somos todos. Somos para existir y existimos para vivir. Vivir es sentir. Recordar que estamos vivos es sentir el amargo sabor del desamor.
El mejor escape, dormir, duermes, no piensas, no sientes, pero no te mueres. No hay conciliación de sueño.
Gritos. Risas. Voces internas y externas. Silencio, por favor silencio.
Ahora es cuando te pones a pensar ¿Cuándo se siente uno más solo? ¿Cuándo se está solo o cuando se está rodeado de pequeños vacíos errantes que ríen? Y tosen. Y se mueven. Y se siguen riendo.
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