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Los viajes, en general, son propensos a deparar sorpresas. Máxime cuando uno viaja sólo y se encuentra obligado a relacionarse con desconocidos, productos de otras culturas, con una forma distinta de evaluar la vida. En los más de veinte años que ando viajando por este mundo perro, bien por trabajo, las menos por devoción, han acontecido descubrimientos en cada una de las salidas de ese entorno conocido al que usualmente denominamos patria.
En esta ocasión a la que me refiero, el viaje era de esos que llamo descafeinados, es decir un entorno amable, con ciertos matices exóticos, pero suficientemente seguro como para embarcar a la prole y esposa. Era pascua y llevábamos ya un par de días recorriendo las calles de Marraquesh. Marruecos es un país a caballo entre Europa, a la que en su intimidad admira y odia, y África, a la que ama pero detesta. Es la civilización occidental tamizada por la pobreza y el ingenio. Eran cerca de las ocho, atardecía y los niños, tengo dos hijos que esa tarde habían causado la sensación irrevocable de ser dos errores, los había puesto a buen recaudo, hartos, mi mujer Patricia y yo, de sus continuas quejas. Podría decir que eran los primeros minutos de cierta calma e intimidad que nos proporcionaban desde hacía meses. La calma, en Maruecos, es siempre muy relativa puesto que por donde vayas te ves asaltado por enjambres de vendedores o supuestos benefactores que comienzan a hablarte en un español bien aprendido en la calle. Decidimos, casi sobre la marcha, libres ya de protestas infantiles, adentrarnos en el barrio judío, pequeño y escasamente representativo, pero fuera de esos circuitos turísticos que le obligan a uno a compartir la intimidad con un millón de cámaras digitales. Andamos en silencio, contemplando las calles y casas, las gentes, sus caras, sus gestos… intentando, imposible conseguirlo, resultar invisibles, para no alterar el pulso de la cotidianeidad reinante. No pensar durante ese largo paseo, gozar del estudio de lo ajeno, digiriendo cada instantánea, cada sonido, cada aroma oculto… disfrutar de esa humedad en el ambiente, del sonido de los pasos nuevos sobre calles desconocidas, viajar en esencia.
En esas llegamos a uno de tantos callejones inesperados que una ciudad que nunca sufrió en sus carnes el urbanismo organizador, sin salida. Mataba la callezuela una casa precedida por un anciano que fingía no habernos visto, y que apoyando su cabeza entre sus manos, parecería soportar toda la carga de la infelicidad del mundo. Nos dimos la vuelta, al unísono, ya han sido muchos los viajes juntos e intuimos del otro el movimiento siguiente, cuando en un español castizo, el anciano nos dirigió estas palabras: “ Después de tantos pasos, no hay salida..”
Sorprendido de una frase tan misteriosa, retorné sobre mis pasos, mientras mi mujer esperaba, acercándome a él, esperando una continuación que culminara de alguna manera, el supuesto ingenio. No levantó ni una milésima de segundo su mirada de las piedras. Llegué a su lado, disponiéndome a contestar con cierta gracia lo que parecía ser un guiño. No me dio tiempo.
- Bien, ahora ya puede escucharme. Está cerca y su mujer suficientemente lejos como para que seamos sinceros. Míreme atentamente, soy suficientemente viejo como para ser sabio y sin embargo, tantos pasos para no llegar a una salida. Quisiera regalarle lo que he vivido, esperando que usted, que es sin duda más joven e inteligente, se evite tanto desgaste, para concluir en nada. Empecé a vivir hace ya más de noventa años- ciertamente me apreció mucho más joven, por su abundante melena blanca, por el brillo tramposo de sus ojos. – y desde que recuerdo sólo he hecho que luchar por aquello en lo que creía. Me muero, me queda poco en esta puerta, y quisiera darle cierta utilidad a mi existencia.- ya he viajado lo suficiente por los territorios del Islam , como para desconfiar, al menos en primera instancia, del discurso. En más de una ocasión pasada inicios similares habían terminado en una propuesta de venda de todo tipo de artículos, drogas o mujeres- no tema, amigo mío, de mis palabras. En ningún momento le pediré nada a cambio, y no entienda que es un regalo lo que voy a hacerle, sino más partícipe de una maldición que pesa, por estar desde el comienzo de los tiempos presente, en cada uno de nosotros. El orgullo, la vanidad que desde esa expulsión del paraíso que es común en nuestras culturas, es el origen de nuestra desgracia final e inevitable, aquella que somos incapaces de aceptar hasta que, con una claridad total, se hace patente en nuestros respectivos finales. He vivido plenamente, amado y sido amado sin límite. No se deje engañar por esta aparente pobreza. He gozado de la inmensa riqueza de sentimientos, de conocimientos y no podría pedir más al trayecto que desde mi infancia en el pueblo me trajo hasta esta puerta. No me arrepiento de prácticamente nada y cada uno de los errores que sin duda he cometido, no ha podido ocultar, ni tan siquiera un instante, el sol de la coherencia que ha iluminado mis decisiones. Me considero un hombre: un hombre íntegro que no ha dejado nada por hacer. He tenido tres hijo y dos hijas que me regalaron una vida, la de cada uno de ellos, ejemplar y un montón de nietos que me quieren y veneran.. podría decir, que mi vida ha colmado mis expectativas. He de reconocerlo y dar gracias a nuestro Dios por su infinita bondad.- durante todo ese extenso recorrido siguió mirando a la calzada, ignorando premeditadamente mi presencia a su vera. Mi esposa, cansada y sabiendo que la charla sería extensa y que no estaba invitada, había, acertadamente, decidido regresar al hotel con nuestros hijos. Levantó entonces la mirada, suavemente, hasta que sus ojos, azules, encontraron los míos. Me temblaron las piernas y tuve la sensación de quien me miraba, estaba escrutando mi alma, poseyendo, por increíble que parezca, la capacidad divina de hacerlo. Me senté a su lado, sin ser capaz de apartar mi vista de esos ojos.
- La maldición, el problema, la frustración, es que, ahora que me muero, me doy cuenta de que nada de lo ocurrido tiene mayor sentido que el casual. Reconocer que no he sido sino una hoja a merced del viento, que todas esas decisiones que he tomado, que tomamos, en el pasar del tiempo, no han sido sino aquellas que he, tenía que tomar. Miro hacia atrás y me pierdo en los detalles, y ahora que, cercano mi adiós, soy capaz de ver más allá de la anécdota, descubro el caos, el sinsentido de una vida, la mía, que he supuesto colmada de dirección y coherencia. – una lágrima asomó tímida en sus pupilas- no he sabido, no podemos, llegar a conocer la razón misma de nuestra existencia. Pensé, en mi adolescencia, que el objetivo de ella era legar un mundo mejor, más justo, con más saber y esperanza a los hombres del mañana. Sentí, al comienzo de mi madurez, que la meta era hacer crecer el amor, consagrarme a él, a mi esposa, y después a mis hijos y los hijos de éstos.. cuando ya no les fui necesario, iniciando mi ancianidad, quise buscar la verdad en el conocimiento, y me sumergí en filósofos y poetas. Ninguna de estas ha resuelto el vacío que siento, la seguridad en lo inútil de mi persona. Eso tengo que darle, la miseria de reconocerme limitado, incapaz… y de informarle, que aunque usted es sin duda, mucho más inteligente que yo y tiene más tiempo por delante, nada de lo que haga o deje de hacer, cambiará el desenlace al que, siendo honesto consigo llegará tarde o temprano. De esta forma le prevengo, no espere nada.. pues al final esta vida sólo es un tiempo infinitamente pequeño, que con nuestras limitaciones, nos dirige hacia fracaso. Renuncie, libérese de pensar y viva dando gracias por no hacerlo. Ahora, si me disculpa, que ya me ha escuchado la última persona, me retiro a mi habitación a esperar que esta noche ocurra la liberación de mi cuerpo. Quizá Dios me regale entonces el conocimiento..
Así se despidió, perdiéndose en la oscuridad del pasillo de su morada. Regresé lento junto a los míos, digiriendo el discurso de aquel anciano loco, que quiso regalarme su amargura y terminó por darme la esperanza.

Texto agregado el 02-08-2005, y leído por 137 visitantes. (0 votos)


Lectores Opinan
02-08-2005 Un relato estremecedor por lo entrañable,por el discurso tan bien llevado,por el mensaje,por la claridad de imagenes que entran de Marraquesh,y porque para mí todo el oriente siempre trae la magia.¿Estrellas?Hoy te voy a dar mucha emoción,la que siento compañero.Muy bien.Perfecto.***** Gadeira
 
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