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Claveles rojos en Madrid.


Róxana era una destacada periodista panameña, que después de unos exitosos primeros años de carrera en su país, fue enviada a México como agregada en la embajada de Panamá. Puesto que abandono rápidamente para dedicarse de lleno al periodismo que era su verdadera profesión.
Cautivada por el ritmo y el colorido de la ciudad decidió quedarse en México.

El trabajo en los últimos meses había sido agotador. La feria anual del libro,la nueva película de Almadovar y la cobertura periodística en la gira del presidente por siete países sudamericanos, la
habían dejado al borde del estres.
Por suerte el director del diario ya le había autorizado esas merecidas vacaciones.
Madrid era ya un hecho consumado y esos anhelados cinco días de descanso en la capital española la dejarían como nueva.
Nada de horarios ni de noticias. ¡ Freedom !

Llego el día. Róxana se encontró en el aeropuerto con Sandra, vieja amiga de la infancia y compañera de la facultad, se sentaron un la confitería, bebieron un café, chequearon que no se olvidaron de nada, hablaron de todo y esperaron ansiosas la hora de embarque.

Después de doce horas de vuelo el enorme Boing 747 aterrizaba en el aeropuerto internacional de Barajas.
Ni a ella, ni a Sandra las enloquecía el mar, pero en cambio la noche madrileña era para ellas como un sedante.
Los primeros cuatro días habían transcurrido tan rápidamente, entre paseos y shoping, que no podía creer que mañana por la tarde ya deberían retornar a la rutina, allá en ciudad de México.

Decididas a aprovechar esa última noche se arreglaron, se vistieron elegantes y después de unas llamadas telefónicas salieron hacia la Puerta del Sol.
Estaban disfrutando de unos tragos con unos amigos, cuando los bellos ojos panameños de Róxana centellaron ante la presencia de aquel guapisimo joven, que no dejaba de contemplarla.
Disimuló,malamente, no haberse dado cuenta y continúo platicando con los de su mesa.

Para Carlos, joven arqueólogo malagueño, esa bella morena prometía ser un nuevo descubrimiento, ó tal vez, por que no, el premio a la interesante tesis sobre el desarrollo lingüístico en las culturas prehispanas, que esa misma mañana había
presentado en la Universidad de Madrid.
Sea lo que sea , para él ya todo estaba decidido.

Un par de rojos claveles, comprados a un vendedor ambulante, y un mensaje escrito sobre una blanca servilleta de papel, lo presentaron en la mesa de Róxana.
Minutos después ambos reían sin descanso, mientras que vacíos vasos de fría cerveza se apiñaban sobre la mesa de bar.
Pasada la media noche Róxana se disculpo y le dijo a Carlos que debía volver temprano debido a que mañana volvería a México, él muy cortésmente se ofreció a acompañarla y aprovechando la templada noche se fueron caminando hasta el hotel.

La brisa matinal y el ruido de la calle penetraron por la ventana y despertaron a Carlos ; Róxana dormía, desnuda, apenas cubierta por la media sabana que aún se mantenía envuelta entre sus
piernas.
Carlos la observo en silencio y tratando de no hacer ruido tomo sus pertenencias y a medio vestir salio de la habitación.
El ruido de la puerta al cerrarse la despertó, sus manos exploraron la cama a su lado buscando a Carlos, miro a su alrededor y lo llamo con voz soñolienta, pero sin respuesta. Corrió hacia la ventana y lo busco, en vano, a traves de los cristales entre los casuales transeúntes que a prisa se dirigían a sus trabajos.

Se sintió ofendida, insultada. Una lágrima de dolor se detuvo en sus ojos.
No era la primera vez que pasaba una noche ocasional con algún hombre, pero nunca le había sucedido lo que esta vez.

Tomo las insultantes flores y con todas sus fuerzas las arrojo sobre el piso de madera lustrada. Se apresuro en abandonar el hotel rumbo al aeropuerto.

Róxana regreso a México con un doble sentimiento oprimiéndole el pecho. Un fuerte enojo por la forma en que Carlos, así, le dijo llamarse,se había marchado, tan cobardemente, como escapándose vaya a saber de que fantasmas. Pero por otro lado
una dulce esperanza de que volvieran a encontrarse.

Meses después, Carlos,todavía no podía perdonarse por su inexplicable proceder aquella mañana.

Aquel mismo día, por la tarde, había vuelto al hotel de Róxana en la Gran Vía, pero para su pesar "La señorita Róxana Fuentes Oyola " -así la llamo el conserje del hotel- se había marchado esa misma mañana.
Ante la insistencia de Carlos, y sólo bajo la promesa de que no se lo comprometa, el conserje en gesto de complicidad masculina, acepto darle la dirección y el teléfono de Róxana en México.


Durante esos meses Carlos había leído el número de teléfono tantas veces que podría decirlo aun dormido. Ahora volvió a leerlo, pero esta vez si se atrevería a llamar. Su próximo viaje a las ruinas
del Sol y de la Luna en el valle de Tehotihuacan,
en México, lo acercaba nuevamente a aquella hermosa periodista que desde esa inolvidable noche no podía sacarse de la cabeza.

Por los altos parlantes anunciaron la llegada del vuelo 539 de Iberia procedente de Madrid.
Las manos de Róxana se apoyaron suavemente sobre el frío cristal del ventanal,su corazón pálpito con mayor rapidez y sus ojos buscaron entre los pasajeros recién llegados la figura de Carlos. Como en aquel frustrado día desde la habitación
del hotel en Madrid, esas perlas negras buscaron en todas direcciones,pero tampoco hoy logro encontrarlo. Pensó que tal vez no lo reconoció entre tanta gente y fue a esperarlo a la salida del hall del equipaje.
La cinta porta valijas continuaba, vacía, su imparable girar. Como la vieja calecita del viejo Fermin, allá en su pueblo natal, salvo que ahora le faltaron los ojos saltones de su padre alentándola a sacar la preciada sortija.

Espero unos minutos más y convencida de su ingenuidad pensó en voz alta :"Si, soy una verdadera estúpida, ¿Cómo pude creerle por segunda vez?"

Volvió al parking y en silencio condujo su auto hasta la editorial.
Necesitaba ocupar su mente en otra cosa y decidió terminar con unas notas pendientes sobre la desigualdad de posibilidades de progreso en el trabajo entre hombres y mujeres.

Don Ignacio, el portero de la editorial, se sorprendió cuando solo después de unos pocos minutos de haber subido la vio salir nuevamente por la puerta del ascensor, pero respetuoso como siempre no se atrevió a preguntarle nada y simplemente se limito a sonreirle con amabilidad.
Miles de palabras revoloteaban en su mente, como abejas que no logran encontrar su colmena, pero le era imposible juntar dos de ellas para formar la más básica oración. Lo odio.
Mejor seria ir a su pequeño apartamento en Coyoacan y aislarse de todo y de todos.
Al llegar subió, las encaracoladas, escalinatas al fondo del pasillo. Metió las manos en el gastado bolso que le colgaba del hombro izquierdo para sacar la llaves de su departamento cuando de
pronto algo le llamo la atención y bajando la vista
al suelo encontró aquellos rojos claveles españoles esperándola llegar.

Una lágrima de alegría se descolgó esta vez por su mejilla.

© Norberto Adrian Mondrik.

Texto agregado el 27-06-2005, y leído por 308 visitantes. (5 votos)


Lectores Opinan
30-09-2005 Nam,¡qué bellísima historia! y qué final más hermoso.Sencilla,amena ,posible...Me he sentido ella,no tanto al tomar cervezas y dormir con él ,sino al despertar.Ese corazón debió contraerse y mucho.Luego México,un avión sin el pasajero que esperas.Al final unos claveles rojos,tan españoles...sdelante de tu puerta devolviéndo la esperanza.Un personaje para ser vivido.¡Quiero a mi Carlos! aunque me cueste meses de sufrimiento.Un beso Adrián.Un placer leerte.***** Gadeira
07-08-2005 ¡Buena esa! compa
07-08-2005 ¡Buen derroche de talento en medio de una buena narración! ¡Felicitaciones! compa
31-07-2005 nam, unaalegría me haya invitado a su cuento , muy bueno, agradable historia de encuentro y desencuentro para otro esperado encuentro en el que quiza la despedida sea mas sincera. mis ***** curiche
23-07-2005 =) me vine a dar otra vuelta ( es que este cuento me gusta mucho) amayrany
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