Poco a poco la noche fue cayendo, sus lágrimas se sintieron derrotadas al compás del reloj que no paraba de gritar, y en medio del dolor más profundo conocido sobre la faz de la tierra, se escuchó el latir de dos corazones abatidos por la tormenta de luces boreales.
Los pinos y las nubes creaban el más hermoso paisaje que jamás haya visto, una combinación perfecta para una mirada tan tierna como la suya, el amargo sabor del desamor y el profundo pesar de la soledad fantasmagórica rondando en medio del bosque cada tarde, en silencio. Eterno silencio.
Se detuvo un momento a pensar por qué se sentía tan mal, pero lo único que encontró fue una gama de recuerdos atados a un pequeño sauce llorón con mirada de melancolía y sabor a miel amarga. Entre los quejidos rimbombantes del cielo se hincó, sintiendo cómo la piedrilla le desangraba las rodillas, pero el dolor físico no podía compararse al dolor emocional, a ese tan terrible dolor de alma que destrozaba cada intento fallido de sonrisa sincera.
Sintió náuseas, un penetrante dolor en la parte izquierda de su estómago le impedían caminar como hubiera deseado caminar, incluso correr, para olvidar las penas que atormentaban y desgarraban su alma en mil pedazos que bien se hubieran podido transformar en gotas que llenaran el océano de amargura en el cual había vivido durante años o siglos quizás, era incapaz de recordar hasta su nombre, tantas veces susurrado por el viento hacia el espacio.
El frío comenzó a invadir su pequeño ser meditabundo, lloraba, lloraba mucho, mas no sabía si era de frío, de miedo, de sueño o de tristeza, observaba su oscuro pasado, palabras sencillas y miradas confusas, sonrisas temerosas y unos cuantos versos amarillos.
Los ladrones del tiempo hacían de las suyas, mientras jugaban a ser estrellas brillantes arrastradas por el viento sin compasión, temerosas del futuro o de la simple vida llena de rabia, por ser lo que no pueden ser y siendo lo que no debían de ser.
Con las infamias de la muerte sumergida en el dolor, en el constante ir y venir de la gracia de los metales apagados en la humedad de cada latido convidado por su humilde corazón infinitas veces traicionado, por besos o caricias, hasta la llanura de la plena seguridad de los deseos convertidos en versos o canciones deseosas de escucharse, aunque sea una sola vez por todo el mundo, transmitiendo aquel mismo sentimiento de abandono, coherente o incoherente. Quería desaparecer.
¡FUERA DE AQUÍ! Se decía, se escuchaba, se gritaban entre pensamientos y sentimientos totalmente ajenos a su voluntad, provocando un remolino de llanto y gritos torpemente existentes en ese momento y en ese lugar.
Eternos atardeceres grises que rondaban por en medio de las montañas, los ríos verdes no paraban de rondar en sus pensamientos y los mares entristecidos solamente deseaban poder sonreír de manera sincera una vez más, y retumbó el grito en el silencio, “Por favor ventanita de cielo, sólo una vez más” y los corazones estallaron con los huesos rotos de humedad, dejando un vacío más infernal que los calores del desierto que nunca duerme, por aquello de las sombras de la noche y las madrugadas desconocidas.
No tenía más remedio que esperar, para encontrar una guarida en donde observar la belleza de la luna anaranjada que se dibujaba por los cielos cual alma en pena queriendo llamar la atención inútilmente de los ojos de los búhos y las amapolas.
Y así, despertó, en su guarida creada por su propia vivacidad o motivación, en compañía de su fiel amiga, aquella de la que nadie habla y todos temen, la señora soledad de canas amargas y mirada fría.
Preguntando a todos sus valientes demonios, llegaron al precipicio hinchado de una felicidad tan grande que no se podía ver, sintió las espinas reducidas en heridas en toda su espalda que rugían como hacen las tormentas que solían pasar sin compasión por las arañas que pasaban una tarde entera tejiendo telarañas inútiles para ser destrozadas en un cerrar y abrir de ojos.
Seguía sin prestar atención. Demasiado sumergida en su interior. Anhelando lo que no conocía y apenas sospechaba. Sintió cómo el frío la golpeaba, tristemente, ferozmente, en venganza por haber escapado la noche anterior de él y de los escalofríos que producía, los mismos producidos en aquellos utópicos momentos en que sentía que había amado por primera y, tal vez, única vez en su vida llena de arco iris de colores opacos complejamente sencillos.
Continuaba sangrando lágrimas de sus ojos incoherentemente negros como las noches de mayo o de abril. Y abriendo las puertas de su alma comenzó a dialogar con el viento y con el tiempo, de la vida, de la muerte, de la esperanza que, alegre, albergaba en algún nido de tucanes o avestruces de verano.
Paciencia, mucha paciencia.
Recordaba sus antiguas pesadillas de colores más opacos que los de los arco iris. Regresó, el maldito dolor regresó del pequeño paseo de cuatro segundos al eterno infinito de los pensamientos en el fondo del charco a su lado. Sintió desfallecer, sintió…sintió, sintió estar llena de vida, o de muerte, pero sintió al final de cuentas, esos sentimientos que te hacen recordar que no estás muerto y que aún hay esperanza, que aún hay alguien que en silencio te va a observar y te va a decir lo que quieres escuchar en el momento, que te va a abrazar como si fuera la última vez. “Claro, la vida es como es”.
Duendes, gatos, rosas y elefantes pasaban elegantemente por debajo de las rocas azules con una historia más larga que la historia misma.
Los días, las noches, pasaban frente a sus ojos sin compasión, no aguantaba la borrachera de recuerdos y sentimientos y calló. Guardó el silencio que tanto le costaba contener.
Los pétalos de las violetas y los claveles guardaron silencio, se sienten como el sol que no podía ser estrella. Una luz muy brillante le hizo cerrar involuntariamente los ojos, pero no estaba segura si estaba despierta o estaba soñando, o si lo estaba imaginando, todo a su alrededor giraba muy rápidamente, no entendía lo que estaba pasando, sentía mucha tensión, había algo fuera de lugar, no, no tenía miedo, pero sentía un hondo pesar desde las puntas de los dedos de los pies hasta las últimas puntas de su cabello rojizo.
Ahora de nuevo, la espesa oscuridad que comienza a quejarse, deseando, anhelando, pensando y hasta llorando. Se dejó envolver por esta oscuridad, al final era la única que sentía que estaba con ella, en la soledad de ese inmenso bosque de los recuerdos, los árboles, o mejor dicho los recuerdos, peleaban entre sí para llamar la atención, sintiéndose cada uno el más importante de todos, pero ella simplemente los observaba por un momento y no prestaba atención especial a ninguno, solamente iba armando los pedacitos que encontraba regados, recogiendo tristezas y juntando las penas…coleccionando los ratos felices y llenándose de las alegrías. Todos eran importantes. Claro que había pequeños árboles que quizá eran imaginarios, pero que estaban ahí como si realmente existieran, en eso tampoco hacía ninguna diferencia.
Un grito desesperado rompió el silencio de la oscuridad y la soledad, un quejido más grande que la espesura de la noche misma y ahí sí sintió su corazón detenerse un momento, perdió control de sus emociones y de nuevo, comenzó a temblar, mas ahora estaba segura que era de puro y valiente miedo.
Puertas, muchas puertas, pero, qué sucede, todo está en blanco y negro, seres acurrucados en esta inmensidad que parece no tener fin…el dolor constante en la parte izquierda de su estómago volvió, más fuerte, impidiéndole si quiera levantarse. Pero tenía que ser fuerte, tenía que poder seguir adelante, como siempre lo había hecho.
Silencio, alguien está susurrando algo, pero, no puede entender, ¿cómo saber si es verdad o sólo lo está imaginando? Las cosas comienzan a tomar color y forma propia, no, eso no lo está soñando.
Si tan sólo pudiera gritar, si tan sólo pudiera decir todo lo que siente, descubrió que algo peor que no tener a nadie al lado a quien decirle que se siente sola, es tener a alguien pero ser incapaz de decir lo sola que se siente. Deseaba correr, huir a otro lugar, estaba harta, pero estaba tan débil que todo intento era en vano, siempre sus mejores intentos eran en vano, timbres, flores, chocolates, lo que fuera, todo era inútil. ¿Realmente la vida es tan inútil? Quería que el momento en que se diera cuenta de que no todo era en vano llegara ya, quería entender por qué le pasaba todo lo que le pasaba, por qué sentía como sentía y lo principal, por qué pensaba como pensaba.
Las puertas comenzaron a azotarse sin compasión alguna, las ventanas moradas y azules se resquebrajaban de tal manera que provocaban un leve temblor a su alrededor, los claveles se sintieron más temerosos que nunca, y la luna dejó de brillar, supuso que era el momento de dejarle esa tarea tan importante al señor sol, pero como siempre el señor sol no podía brillar como él deseaba, sintiéndose también inútil ante todo y ante todos, solamente veía a sus amigas estrellas brillar, y sonreír tan alegremente que lo hacían sentir una envidia irremediable. El señor sol está triste, comenzaron a discutir la señora luna y sus amigas las estrellas, sentadas en las inmensas nubes de algodón un poco grises, por aquello de la vejez…todos intentaban que el señor sol lograra sentirse como lo que es, una gran estrella que es capaz de dar vida a tantos seres pequeños y grandes, importantes y otros no tan importantes. Querían darle a entender que él era el único que podía mantener a tantos seres juntos, que sin él no existiría esa vida, esa alegría, esas sonrisas desperdigadas como pequeños cristales vagando en medio de la noche. Los cristales quizás de una gran explosión, algún corazón lleno de amor, felicidad, alegría que fue roto por algún ser maligno del más allá. De esos seres que no tienen compasión, o que son demasiado celosos para poder sentirse alegres por la alegría de los demás.
Pero el sol estaba demasiado triste, sentía que no valía nada, se la pasaba en su nube-hogar, pequeño, pero era suyo. Las estrellas y la señora luna decidieron darle una lluvia de cualidades para que el sol se sintiera bien, y ella, la pequeña del bosque, comenzó a temblar por la tormenta que mojaba cada parte de su pequeña humanidad.
El sol podía sonreír hipócritamente, se sentía un poco mejor, pero no era suficiente, él necesitaba sentirse enorme, necesitaba llenarse de la luz inmensa de las estrellas para poder brillar, y así fueron, una por una, regalándole un pedacito de su luz, una en un poema, otra en una canción, otra en un dulce, otra en una sonrisa, otra en la mirada más tierna que jamás se haya visto, otra en un suspiro, otra en un silencio, otra en un libro, otra en una libreta, otra en una pluma para escribir en la libreta, otra en un café, otra en un verso, otra en una batería, otra en un cigarrillo, otra con agua, otra con su compañía, otra con una caricia, otra con un chiste, otra con un beso, otra con una flor, otra con un poco de tierra para sembrar la flor, otra con un gato, otra con un encendedor, otra con una vela, otra con incienso, otra con el incensario, otra con un árbol, otra con su calor, otra con su sabiduría, otra con su felicidad, otra con su soledad, otra con su alegría, otra con su carisma, otra con un ser llamado “Eda”, otra con un biscochito, otra con un collar, otra con una foto, otra con una pulsera, otra con un monedero, otra con una guitarra, otra con un boleto para España, otra con ella misma, y así siguieron todas y cada una de las estrellas del firmamento regalando pedacitos de sus recuerdos, de su esencia, de su ser…y el señor sol comenzó a darse cuenta de lo mucho que le importaba a las señoritas estrellas, pero, falta alguien, la señora luna le dijo: mi único regalo es que cuando tú estés dando luz en un lugar, yo estaré brillando contigo del otro lado, querido sol, nunca te voy a dejar, si tú dejas de brillar, me voy contigo, si dejas de hablar, callo contigo, si dejas de sonreír, lloraré contigo.
La tormenta tenía olor a huracán y sabor a humedad, los árboles gritaban al ser azotados por el viento que arrastraba todo lo que encontraba a su paso, comenzaron de nuevo los quejidos de la noche, resonando por todas partes como si se fuera a acabar el mundo, pero no, el mundo no se acabaría, no mientras ella estuviera con vida.
Observó una pequeña luz al fondo de su refugio, se movía como tratando de escapar del frío, o temiendo ser encontrada por algún ser maligno o benigno que pasara por ahí, sin embargo decidió ir a ver qué era, y cuando descubrió que era una orquídea amarilla, sintió una paz interior como pocas veces había recordado tenerla. Tenía una presencia muy intensa, sintió que era el único ser con vida que estaba con ella en ese momento, le sorprendió que a pesar de las condiciones de vida del lugar estuviera viva, pues sabía que no recibía mucha luz del sol, y que pudo haber muerto con aquellas tormentas que por ahí pasaban. Pensó que si la orquídea logró sobrevivir, ella lo haría, comprendió que seguramente habría tenido sus momentos difíciles, pero que al final estaba viva, y que brillaba como un sol contento de brillar. Así que decidió que lucharía contra todo y contra todos para seguir con vida, para alcanzar su sueño.
Sus demonios comenzaron a hacer sus travesuras, confundiéndola más de lo que ya estaba, haciendo remolinos en su pecho lleno de tristezas y viejas sonrisas que iluminaban de manera muy peculiar sus recuerdos…cuando se dio cuenta, la tormenta había pasado, tan instantáneamente como había comenzado, todo quedó en un silencio demasiado pesado para su gusto. Vio venir una nube de miedo que quería invadir su refugio, pero pidiéndole a su a veces amiga la valentía no permitieron que entrara, pero se quedó ahí, afuera, esperando a que alguna de las dos se descuidara un momento para poder entrar. Las horas pasaron y todos sus seres internos descansaron en un sueño tan profundo como el más profundo de los mares en invierno.
Y sí, la madrugada fue testigo de cómo esta nube de miedo comenzó a invadir poco a poco el refugio, hizo que la orquídea fuera poco a poco desfalleciendo en aquella esquina oscura, y que su luz se fuera apagando poco a poco.
Cuando despertó por la mañana sintió este hondo pesar como clavos ardientes en lo más profundo de su alma, no entendía realmente lo que estaba pasando, y recordó, la noche anterior, la nube, se dio cuenta que había logrado entrar y que se había apoderado de ella y de todo lo que habitaba en ella.
Sintió ganas de llorar, mas pensó que sus lágrimas se habían acabado, o tal vez se habían acobardado demasiado, porque ellas simplemente se rehusaban a hacer acto de presencia, no tenían el valor de aventarse valientemente de sus ojos, ni siquiera para huir a los inútilmente existentes charcos del color de la noche.
Sentía que su cabeza estaba a punto de estallar, un dolor muy intenso en la frente y por dentro le impedía abrir los ojos, y estos le ardían como si no hubieran descansado durante muchos meses. Malditos dolores de cabeza, pareciera que fuera un vicio del que no podía escapar, no podía pensar, simplemente sentía que sus sentimientos se desnudaban al compás del silencio que avanzaba y avanzaba y no pasaba.
El tiempo tomó de la mano al silencio y comenzaron a caminar dando vueltas por todo aquello desconocidamente inmenso, desafiando a cualquier ser que se le ocurriera cruzarse por su camino, sintiéndose dueños del mundo hacían parecer que estaban en invierno, el feroz invierno que no acaba a las seis, ni mucho menos a las diez.
Algunos subversivos intentaron vencerlos, pero lo único que consiguieron fue incrustarse contra sus propios miedos al fondo de la espada de su vida.
Tontos, idiotas, estúpidos, así se sentían, como siempre todos esos intentos eran en vano, nada daba resultado, nada tenía sentido…nada, nada, ¿nada?
El muro de sombras amenazantes que se levantaba ante sus ojos era simplemente indescriptible, en ese momento pensó que la decisión de haber huido de su refugio fue lo más estúpido que se le pudo haber ocurrido, sentía deseos de regresar, pero la sola idea le cansaba, le aturdía, pensar en regresar tantos miles de kilómetros era simplemente incoherente, así que se armó de valor, y decidió cruzar o saltar el muro a como diera lugar.
Se encogió de hombros un poco y bajó la cabeza, para evitar ser vista por las criaturas de ojos enormes y amarillos que reposaban en las ramas de los viejos y cansados árboles, y no temerles tanto a los susurros de la oscuridad. Su paso era rápido, nunca en su vida se había sentido tan perdida, tenía la leve sospecha de que alguien la venía siguiendo, pero era imposible, sabía que en ese lugar no había nadie, no había una tan sola alma que pudiera rondar si quiera por accidente.
El sentirse perseguida, le provocó el impulso de correr sin mirar al suelo, las finas ramas de algunos árboles le rasguñaban la cara, pero no le importaba, corría y corría sin descansar….podía observar descuidadamente los árboles que veía, siguió corriendo hasta que tropezó y cayó de frente a una pequeña poza, empapada y enlodada de pies a cabeza, caminó un poco y se puso a observar detenidamente lo que tenía a su alrededor, fue así como se dio cuenta que estaba dando vueltas en círculos, que realmente no estaba avanzando, el pino de dos metros y medio que se erguía a su lado lo había pasado, por lo menos, cuatro veces, lo sabía porque tenía una pequeña marca con la forma de una araña de color rojizo en una parte del tronco. Descubrió que era uno de los recuerdos más dolorosos que la habían atormentado siempre, y que a estas alturas aún no había logrado vencer. Supo desde ese momento que toda su vida ese recuerdo la perseguiría sin cansarse, que por más que corriera y tratara de avanzar, siempre se lo encontraría a su lado y con un poco más de suerte a sus espaldas, pero siempre siguiéndola como sombras infinitas y delgadas.
Sintiéndose derrotada, se sentó un momento a pensar, a aclarar un poco su mente de tanta oscuridad a su alrededor para tratar de trazar un camino mental por el cual avanzaría a paso más prudente y siendo más atenta de dónde se paraba.
Sentía que era arrastrada por sus sentimientos como las hojas por la torrencial lluvia, no podía pensar, tenía la mirada perdida en las estrellas que solamente imaginaba, porque no las podía ver en realidad, pero se sentía un poco a gusto de saber que existían y estaban para ella aunque fuera detrás de esas horribles nubes grises que adornaban el cielo. Percibió un extraño olor del lado izquierdo del lugar, era un olor como de canela, pero había algo más que no podía explicar o definir, y de alguna manera la hacía sentir bien, sentía una paz interna parecida a la que sintió cuando vio por primera vez la orquídea amarilla que no pudo contra la tormenta y murió en aquella esquina del antiguo refugio.
Curiosamente no sentía miedo, en realidad sentía que en ese momento era capaz de cualquier cosa, sin embargo sí tenía un sentimiento extraño habitando en su interior, pero, ¿cómo explicarlo? Era algo que sentía que no tenía que estar ahí, eso estaba claro, pero no recordaba haberse sentido más incomoda antes, era tanta la incomodidad que ni siquiera era capaz de hablar consigo misma o con sus demonios, tenía una expresión muy dura en el rostro, sus cejas se dibujaban con color a enojo, y sus labios no estaban ni sonrientes ni en posición normal, en realidad parecía una niña chiquita haciendo muecas cuando no se le cumple un capricho.
Habían pasado por lo menos unas cinco horas desde que la temible tormenta había comenzado, y no parecía que fuera a terminar pronto, se vio acurrucada en ese lugar por un par o cuatro días más, sin poder salir, sin poder avanzar, sin poder hablar.
No podía evitar imaginarse un mundo en el que el miedo pudiera controlarse. Continuaba imaginando historias totalmente incoherentes a su realidad.
En donde pudiéramos escuchar los sentimientos de los demás sin la necesidad de las palabras. En donde todos estuviéramos seguros que éstas se quedan cortas con lo que se puede decir con una mirada. O una sonrisa.
Trató de recordar sus mejores momentos en el mundo real. Pero eran árboles demasiado difíciles de trepar. Demasiado altos. Sin ramas al alcance de las cuales agarrarse.
Todo para crear una historia. Su historia. O la historia…soñando con vivirla o quizás solamente compartirla.
Quererla, odiarla. Olvidarla o simplemente mejorarla.
El olor a tierra mojada se le incrustaba en el pecho hasta el alma. Guardó silencio, todo el que pudo, y trató de que los latidos de su corazón fueran de acorde a la lluvia que comenzaba a dejarse venir desvergonzada desde el cielo. Pero la tormenta era demasiado fuerte, y sí, lograba que los latidos de su corazón fueran de acorde a las gotas que caían e inundaban todos sus recuerdos, los árboles, sintiéndose adoloridos, comenzaron a escapar, invadiendo, corriendo por todas partes despavoridos, aterrados, y fue tal la emoción que su corazón estalló en doscientos pedazos, cuatrocientas caricias, mil quinientas sonrisas y se dejó llevar por todos esos árboles, impidiéndole respirar, intentó gritar, en vano por supuesto porque sabía que nadie la escucharía, muriendo así, tristemente, asfixiada por sus recuerdos.
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