Una mañana que pasaba por aquella esquina vi de lejos, aun joven lustrabotas, me pareció extraña su semblanza, con una pequeña caja delante lustraba los zapatos a un señor.
Al alejarme pensé – No puede haber peor que la pobreza.
Al día siguiente nuevamente pase por la misma esquina, mire mis zapatos y lloraban por un lustre, me acerque al lustrabotas que vi el día anterior, y sin decir nada puse el derecho sobre su pequeña caja, me miro con una sonrisa rosada, tenia las maneras afeminadas, de su oreja izquierda colgaban dos plumas, una azul y otra rosada, sus manos delicadas pese al oficio, con las uñas pintadas de azul, combinaban con el arete, su ropa presumía elegancia, limpia y bien planchada, se sentaba sobre un banco tan pequeño y bajo, que apenas se elevaba unos centímetros del suelo, las piernas bien juntas, no se separaban una de la otra, aun en el esfuerzo delicado que imprimía con su trapo para sacar lustre, me pregunto como me llamaba y a que me dedicaba, me contó un chiste de salón en tres segundos, el mismo reía con sus palabras de color, sentí un perfume a doncella en medio del aroma del betún, levantaba la cabeza y me sonreía. Al terminar su trabajo con un pequeño golpe en la punta del pie, le di un peso, tarifa conocida en la ciudad, el se despidió con una sonrisa mas amplia e invitándome a volver.
Al alejarme pensé – No hay peor que ser pobre y afeminado.
El tercer día, pase por aquella esquina mas temprano de lo común, lo vi de lejos, vi como caminaba hacia su pared, caminaba con dificultad, tenia una pierna mas corta, con la cajita de lustre colgada en la espalda, se inclino y se acomodo en su lugar con dificultad.
Al alejarme pensé – No hay peor que ser pobre, afeminado y enfermo.
Por minutos sufrí por el.
El cuarto día, no pase por aquella esquina hasta la noche, lo busque en su rincon, en su muro, y vi que estaba ahí, pero alguien de traje oscuro lo tenia levantado en brazos, con la cajita de lustre colgando por la espalda, con cuidado lo acomodo en el asiento trasero de un BMW, me asuste y presentí una situación inusual, apresure mi paso y al hombre de traje oscuro me acerque cuando este bordeaba el coche para subir al volante, me puse de frente y le interrogue que pasaba, a donde lo llevaba, el con una sonrisa ya practicada mil veces me dijo – soy su chofer.
Al alejarme pensé – No hay peor que la inocencia.
Sufrí unos minutos por mi.