Ulises, el mayor de mis hijos. Fuerte y propenso a la vez, carnal y veraz al decidir. Él, solía desvanecerse entre la bruma y la sangre como un ave parecida al pájaro espino y frecuentaba los sueños como el kharma que adyace las memorias sin colores. Podía verse a leguas su alma combatiente divergiendo entre los demás. Podía la misma sombra verse mucho mas iluminada a su lado, pero mas milagroso aún, el sortilegio de su alma era tan frecuente y potente que con su pureza podía desvelar cuanto hombre halla pisado la tierra solo por las preguntas hacia el, tan puro y sosegado de clemencia por defender lo suyo.
Una mano oscura, mas oscura que la oscuridad que el mismo temía, le dió muerte un día de otoño al poner su frente de escudo ante las arremetidas de la escarza hacia el hogar que le cobijaba. Murió quejandose de pena, no de dolor. Pena por dejar al descubierto que llevaba un arma bajo sus ropas y queriendo haber sido mas valiente y enfrentar con su propia carne el yugo que lo oprimía. El falso "poder".
Mi esposa temía por el destino de la familia sin el hijo mayor. Eramos felíces, pero con tristeza. Nos faltaba algo escencial. Reíamos, jugabamos y trabajabamos después de su partida, pero no eran las miasmas risas, los mismos juegos ni las mismas ganas ni orgullos del trabajo. Eran solo efímeros consuelos de la pena tan grande de su ausencia. Por eso, mi asesinato lo viví sin rencor, porque tenía que ser así, porque era sin mas, el destino que nos reuniría otra vez, para amarnos con la delicadeza de las hojas que fueron el lecho de nuestras muertes.
Sin embargo, hubo mas pena en la vida que dejaba, por el segundo abandono para mi esposa, Sophie, quien relataba a su misma conciencia lo que había sufrido. Mas, ella supo vivir sin nosotros, crió a su hijo menor sin reparos en las tardes de ausencia y desgarro que la arrullaban.
Hoy viven separados, sin saber el uno del otro. Es mas, ni siquiera se conocen. Solo que yo los conozco a todos ellos, los recuerdo. |