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Inicio / Cuenteros Locales / Dainini / Una siquiatra y su paciente Escritor©

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¡Las seis de la tarde y el paciente no llega! Tengo que advertirle a mi secretaria que no vuelva a citar pacientes después de las cuatro, ¡sea quien sea! La gente debe entender que tengo un mundo fuera de este consultorio. Si supieras, tuve que rechazar varias invitaciones y entre ellas, adivina qué, ¡la del doctor Varela! que por fin se atrevió a invitarme a cenar con él. Esperaré quince minutos más y si no llega, cerraré la oficina y veré si aun tengo nervios para decirle al doc que acepto su invitación. ¡Qué fastidio! ¿Por qué tengo que ser tan considerada con mis pacientes? si a fin de cuentas a veces no se aparecen ¡y ni siquiera llaman para excusarse!

Estaba en mi oficina privada, soltándole esa retahíla de quejas a mi hermana, cuando de pronto escuché un carraspeo que parecía alertarme de que ya no estaba tan sola como pensaba.

Me volteé y vi a un hombre guapísimo sentado en una de las butacas de mi oficina. No entendía cómo mi secretaria lo había pasado sin avisarme antes. ¡Tamaña vergüenza que me ha hecho pasar!

–Sandra, pasaré por allá tan pronto termine con la última consulta que me acaba de llegar–le dije a mi hermana y enganché.

Disimulando la vergüenza, sonreí y dije: Discúlpeme, soy la doctora Buenaza ¿En qué puedo servirle?
Un vozarrón en armonía con aquella corpulencia viril respondió: Discúlpeme usted a mí doctora, pero tuve un percance y no pude estar aquí a las cinco como me dijo.

Con una risita nerviosa sólo se me ocurrió decirle: No se apure, tome asiento, después de todo no tenía nada más interesante que hacer. ¡¿Cómo que no tenía nada más interesante que hacer?! ¡No podía creer que le estuviera diciendo eso al causante de haber perdido una cita con el hombre de mis sueños!

–¿Mi secretaria no le abrió un expediente? –

–Sí, mírelo ahí, en su escritorio. Llevo quince minutos aquí y no me atreví a interrumpir su conversación.

¡Dios! Sentí que la cara me reventaba de la vergüenza, ¡de modo que él escuchó todo lo que le dije a mi hermana!

Intentando disimular el bochorno, continué como si nada.

–Cuénteme, por qué viene a verme.

– Sí doctora, mire, se me hace difícil decirle esto, pero hace tiempo vengo luchando conmigo mismo y me estoy haciendo daño, verá, es que todas las mañanas cuando me levanto y me paro frente al espejo, veo a otra persona que se ríe y saca palabras de un cajón y las lanza al aire, luego toma mis brazos y me pone a actuar como marioneta, obligándome a atrapar las letras que lanzó y me grita que descifre los personajes que habrán de actuar ese día. Creo que estoy empezando a enloquecer, ¿sabe lo que es a esa hora de la madrugada ver en el espejo una danza de letras y palabras sueltas que debo ordenar para que todo adquiera sentido? Es terrible doctora, y lo peor es, que una fuerza extraña me obliga a permanecer rato frente a ese espejo, tratando de agarrar las palabras, echarlas dentro de alguna caja y llevármelas a algún lugar para ordenarlas con calma. ¿Sabe? he llegado a atrapar a algunas, mire, y sacando una diminuta caja de su bolsillo, me mostró lo que había en ella. Vi unos pedacitos de papel escritos. Estaba anonadada. En quince años como siquiatra nunca había tenido un caso así. En medio de mi sorpresa, seguí escuchando aquella historia maravillosa: un paciente contándome su tragedia, la aparición de unas palabras en su espejo, dispuestas allí por un desconocido que le ordenaba actos de marioneta.

–A veces he llegado a descifrar algunos de los personajes y me han parecido tan graciosos que me carcajeo con todas mis ganas. Pero no siempre ha sido así, hace poco se me escaparon algunas lágrimas; me dolió saber que uno de los personajes era yo, haciendo de vagón de tren, montado por tantas personas que ni siquiera advertían mi presencia aun cuando era yo quien los transportaba de un lado a otro, y quien los llevaba con seguridad a donde quisieran, haciéndoles contemplar hermosos paisajes en movimiento.

Pobre hombre, pensé, tan guapo y loco. Seguí escuchándolo largo rato. Esta vez me olvidé del maldito reloj siquiátrico y me quedé largo y tendido con mi paciente.

–Las que acaba de ver son las que pude atrapar esta mañana. Pero mire, aquí en mi maletín traigo una libreta en las que he ido anotando las que huyen y no se dejan atrapar.

De su maletín sacó un cuaderno llenito de palabras por todas las esquinas. Daba gusto ver los trazos de aquellas líneas tan bien formadas y estilizadas, un esmero alquimista para cada uno de aquellos signos lingüísticos que protagonizaban su vida.

–Déjeme decirle doctora, que aunque estoy muy preocupado, no tiene usted idea de cuánto he llenado mi vida con esto. Creo que ya no podría vivir sin una sola palabra en ese espejo, pero sé que esto no es normal, pues fíjese que se me olvida hasta comer, llego tarde al trabajo y no hago más que concentrarme en mi revoltijo de letras y frases ¿Qué me recomienda usted?

Estaba tan ensimismada con aquella historia que me tomó de sorpresa la pregunta. ¿Qué qué le recomiendo? No supe qué decir. El relato de este hombre me había absorbido de tal forma que me estaba involucrando, no como siquiatra sino como cómplice de aquella locura maravillosa. Por primera vez no sabía qué responderle a un paciente. Era lo primero que hacía mientras escuchaba cada caso: Pensar en un tratamiento efectivo para darles alivio cuanto antes a mis pacientes. Tenía ante mí, una locura de la cual deseaba participar y me había olvidado de pensar en un tratamiento para ella, ¿qué qué le recomiendo? repetí una vez más. El hombre me miraba ansioso esperando una respuesta mía, una respuesta que no tenía y que él parecía no darse cuenta. Lamentaba tener que defraudar a mi paciente, ¡qué clase de siquiatra soy! Me estoy haciendo un lío con una pregunta que es el pan nuestro de cada día; una pregunta a la cual estoy acostumbrada a contestar sin que me la pregunten, qué le recomiendo…

–Deme acá su cuaderno, le dije. Pasé una a una las páginas, deteniéndome en ellas con interés, leyendo y releyendo, de izquierda a derecha, de derecha a izquierda, de arriba hacia abajo, de abajo hacia arriba, miraba de reojo al paciente y veía en él un intento de sonrisa, pero al mismo tiempo una ansiedad por escuchar de mi boca alguna recomendación, algún tratamiento a aquella locura de palabras. Le devolví el cuaderno. Abrí la gaveta y extraje uno de mis recetarios. Pude observar en su rostro un cambio repentino, algo así como una decepción al ver el bloque donde suelo ordenar los tratamientos. Me levanté y me le acerqué. Sin anotar nada le di mi recetario y él, confundido lo tomó. Ande, hojee las páginas de mi recetario. Obedeció. Comenzó a pasar una y otra página. Las primeras estaban en blanco pero de la quinta o sexta en adelante encontró páginas llenas de palabras como su cuaderno. Una enorme sonrisa le iluminó el rostro. Una gigantesca colección de palabras aguardaban como las de él, por alguien que les diera forma y alas. Reímos a carcajadas. Minutos más tarde, estábamos echados en el suelo, cual dos niños, uniendo las palabras, formando con ellas un cuento titulado: Una siquiatra loca y su paciente escritor.

Horas más tarde, echamos las palabras en una bolsita, y en un microondas hicimos palomitas de maíz con ellas y nos fuimos juntos a compartir una locura de letras en un teatro de la ciudad.


©Vilma Reyes,2005

Para Sol-O-Luna con todo mi cariño,

Dainini
(y para dar crédito a quien crédito merece, la idea de las palomitas de maíz, fue de Sendero, otro cómplice en esta locura de letras...)

Texto agregado el 23-05-2005, y leído por 809 visitantes. (14 votos)


Lectores Opinan
31-01-2006 Hermoso Cuento...Me gusto Mucho...Bravo!! parakultural
26-12-2005 Qué cuento tan lindo, se rompieron todos los paradigmas frente al acto médico y el trato con su paciente, hay compenetración, complicidad, afecto, risa, juventud y un surgir en todo su esplendor del niño interior que todos tenemos. Además es excelente el aporte de Rubén para que los pedacitos de papel fueran al microondas para hacer palomitas. Lindísimo. Mis estrellas y un abrazo ctapdb
11-12-2005 Me hizo reir tu cuento. Qué locura. Muy bueno leyendo
23-10-2005 Muy bueno, es una locura que vale la pena no perder, no? Selkis
10-09-2005 Conmovedor cuento el que le dedicas a sol,a sus letras sueltas para formar palabras sueltas ,llenas de alma.Hermosísima locura compartida la de la siquiatra y su paciente.Una vez me dijo un siquiatra:no te asustes,si observases desde este lado de mi mesa,verías cuán tremendamente idénticos somos los humanos en nuestros miedos y obsesiones.Salí completamente curada.Mis felicitaciones.compañera. Gadeira
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