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Confundía la mirada perdida de aquella chica. Recorría la habitación con mucha destreza, como si la hubiese visitado cientos de veces. Nos sorprendía, también, su belleza. No estábamos acostumbrados a recibir nuevos inquilinos con tales atributos. Mucho menos con harapos tan bien puestos, tan de lujo, tan de revista de modas. Serena, cómoda, dueña de aquel sitio. Nosotros, paralizados ante su presencia. Belleza infinita. Labios carnosos. Ojos claros. Cabellos rizados. Número cuatro, por favor. La voz pérfida que lentamente nos acosa. Se levanta rápidamente Claudio, el calvito que no para de sonreír. Generoso como ningún otro, siempre reparte las galletas de chocolate que tan celosamente le hace su mujer. El resto, nos acomodamos, por lo general se tardan más de la cuenta con Claudio. Cuando se pone nervioso, tartamudea, convirtiéndose la breve cita en un maratónico espectáculo. La chica nueva hacía cuentas mentales. Su dedo pulgar izquierdo tocaba, uno a uno, los cuatro restantes, como si verificara su existencia. La mano derecha acariciaba lentamente su barbilla mientras miraba hacia la ventana.

¿Para qué la habrán llamado? ¿Quién es ella? ¿Alguien la había visto ya? El murmullo indetenible de los curiosos. Ella, inmutable, despilfarrando su aroma florido por los rincones. Nosotros, amontonados, detallándola palmo a palmo, divagando, inventando, imaginando. Tratando de justificar su inesperada llegada. Suponiendo su conexión con estas cuatro paredes avejentadas. Dándole forma a ese hermoso misterio. Se llama Maite y dejen de mirarla que parecen aves de rapiña. Es la hija del comandante. La secretaria disipó nuestra elucubración con muchas más confusiones. Entonces, si es hija del comandante ¿Qué diablos hace aquí? Sólo saldría plagada de nuestros piojos, de nuestras miserias, de nuestros arrepentimientos. El vestido de seda traslucía sus curvas perfectas. Muñeca de porcelana. Tez clara. Delicia de piel. Número 45, por favor. Al salir Claudio, con las manos sudadas y la sonrisa gelatinosa, entró directo la chica. Más allá del escozor de quienes llevaban horas esperando su turno, creció nuestra curiosidad ante la emergencia de aquella entrevista. Los hombres de blanco se agruparon alrededor de Maite, en un festín de preguntas sin respuesta.

Mejor regresen a sus habitaciones, pueden volver a las dos de la tarde. Con la chica nueva se van a tardar demasiado. Eso dijo la secretaria, pero quedamos paralizados, mirando fijamente a través del vidrio, atentos a cualquier movimiento o sonido. Si es la hija del comandante ¿Por qué la enviaron acá? Pregunté con algo de timidez. Es su hija, pero nadie lo sabe. Es un secreto. Y ninguno de ustedes lo puede decir, está prohibido. Si a alguien se le va la lengua la va a pasar fatal. Electroshock y demás. Así que mejor se olvidan del asunto. La candidatura del comandante peligra. Más aún si la prensa se entera que está loca de remate. Se callan y punto. El silencio era angosto comparado con nuestros ojos saltones. Cuéntenos un poco más por favor, juramos guardar el secreto. Les dije que se callaran. Resultó peor su advertencia, pues el tumulto comenzó a escandalizar con el chismorreo. Está bien, pero cállense de una vez. Supuestamente la chica ha estado casi toda su vida recorriendo infinidad de hospitales, sanatorios, lugares de descanso. Pero ha sido un problema. Tiene serios problemas de comportamiento. Y en agradecimiento a los innumerables donativos del comandante, el director se ofreció a cuidarla. Porque curarla imposible. Es un caso perdido.

Religiosamente, todos regresamos a las dos de la tarde. Maite seguía en su sesión. Lloraba, gritaba, daba patadas y arañaba a las enfermeras. Los hombres de blanco trataban de amarrarla. Intentos inútiles para domesticarla. Era increíble su fuerza. Así no, así no. Era lo único que pronunciaba. Un portazo desvió nuestra atención. Era el comandante. Usualmente andaba rodeado de guardaespaldas, pero en esta ocasión llegó como alma taciturna. Reinó el silencio cuando padre e hija toparon sus miradas a través del vidrio. La respiración de Maite multiplicó su ritmo. Sus ojos caducaron con aire grisáceo y triste. Habrán pasado unos cuantos segundos cuando la chica, con más fuerza que nunca, logró zafarse de los impecables uniformados y se arrojó contra el vidrio que la separaba del comandante. Su rostro perfecto sangró luego del golpe, tiñéndose de rabia y pérdida de razón. Reía a carcajadas. Su mirada macilenta se tornó diabólica. El comandante, iracundo, entró de inmediato al cuarto de las consultas y comenzó a golpearla imperiosamente. Estás tan loca como tu madre, gritaba mientras sus puños iban y venían en perfecta sincronización. Los hombres de blanco y las enfermeras miraban la escena impávidos, la orden era dejar al padre desahogarse.

Nos enviaron de regreso a nuestras habitaciones. En los pasillos se escuchaban los murmullos de la pelea. Estuvimos durante horas encerrados, sin saber el resultado del encuentro, mordiéndonos las uñas, enloqueciendo aún más de lo que ya estábamos, halándonos los cabellos a la espera de cualquier información. Nunca más volvimos a ver a la chica, mucho menos al colérico comandante. Fue silencio total en el manicomio. Jamás se volvió a tocar el tema de aquella tarde, de aquella sangre, de aquellos golpes, de aquellos gritos. La rutina continuó sin variantes, Maite no había pasado por ese infierno de corrientazos y uniformes blancos. Cuatro meses después, al finalizar la segunda ronda de las elecciones, los noticieros locales irrumpieron con la fatal noticia: Descalificado comandante González como candidato a la gobernación por asesinar a hija bastarda, secretaria del sanatorio municipal confesó detalles del crimen.

Texto agregado el 16-05-2005, y leído por 196 visitantes. (3 votos)


Lectores Opinan
19-05-2005 Uffff!!! Que intensidad! Se me pusieron los pelos de punta con ese final. Sí, porque yo, yo estaba en el manicomio y asistí con la misma emoción incontenible, a esa inquietnte y hermosa aparición de la hija y después, a aquel horrible ataque de furia del padre. Hasta que llegado un momento nos ordenaron retirarnos a nuestras celdillas. Intenso y magnífico!! Un saludo y mil*S josef
17-05-2005 Wow, te lo juro, vinieron a mí las imásgenes de los militares del Gabo, es intensísimo y atrapador, te sigo leyendo... --vincho--
16-05-2005 Mi niña, una narración impecable,nunca decepcionas.Me gustas un montón.Adelante,te sigo.Te dejo mis estrellas. Gadeira
 
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