Escribo, trato de hilvanar una historia. Empiezo a imaginar personajes y situaciones. La temática ha de ser original, nada de besos ni lágrimas, nada de poesía, tal vez algo relacionado con la intriga.
Atrapo al voleo una palabra que escucho al azar y se me ocurre una idea. Un camión pasa por la calle provocando un ruido sordo y adiós argumento. Tengo sed, quizás si remojo mi garganta, puede concurrir una oportuna musa para auxiliarme. Me asomo a la ventana. Un señor de aspecto robusto camina con lentitud por la acera del frente. Es posible que tras su aspecto algo vulgar se oculte una gran historia. Siento ganas de abordarlo, pedirle un fósforo como excusa a pesar que no fumo y no tengo la menor intención de hacerlo. Pero el hombre se pierde de mi horizonte visual y al igual que en esos sainetes televisivos en que desaparece un personaje y en su lugar aparece otro, una mujer joven entra a la escena por el mismo rincón en que el gordo se hizo humo.
Taconea fuerte la fémina, pareciera que va muy apurada, tal vez acuda a alguna cita o es probable que regrese de su trabajo. Trastabilla justo frente a mi casa y mira nerviosamente para todos lados. Sus ojos se topan con los míos, nos miramos por una décima de segundo y luego se desvían a cualquier punto. He dejado corriendo el agua de la llave para que se enfríe. Acudo a cerrarla, no antes de llenar un vaso hasta los bordes. Me empino el vaso y derramo con torpeza la mitad. Al contemplar la poza de agua en el suelo, imagino una historia marítima pero de inmediato desecho la idea: poco sé del mar y la narración correría el riesgo de carecer de credibilidad. Pero recuerdo que Emilio Salgari escribió todas sus novelas sin siquiera salir de su casa, Sandokan, El Pirata Negro, son invenciones suyas, genialidades inspiradas por una gran imaginación. Pero, ¿que digo?, Salgari es Salgari y yo sólo soy un humilde aspirante a escritor.
Me acomodo de nuevo en el computador y me dedico a navegar por Internet. Abro páginas y más páginas: ciencias ocultas, política exterior, geografía, chistes, noticias, miscelánea, este mundo es una porquería, hay tantos tipos extraños, tanta depravación, un mundo subterráneo que se inter relaciona con el mundo que pisamos a diario. Se me acaban los deseos de escribir algo, apago con desgano el computador, espero que la pantalla deje de brillar. Aparecen unas letras rojas que dicen: "Ahora usted puede apagar con seguridad su equipo". Sonrío con sarcasmo. ¿Seguridad? ¿Dónde?
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