Lo que no decimos y sí pensamos, a veces se desprende de nuestras mentes para llegar a exactas conclusiones. Ej. : Dije: “Fui al entierro de mi amiga Lucía...”, en realidad había ido al entierro de la mamá de mi amiga, aunque indirectamente, la vida de Lucía también había sido enterrada junto a la de su madre. Al reemplazar lo que pensaba íntimamente ( inconc´), por la realidad, lo estaba diciendo todo, su padecer, la misma muerte psíquica de mi amiga, el agotamiento, etc. Disfrazamos los pensamientos, elucubramos, en una suerte de asociaciones libres que desvían lo más remoto de nosotros, para aliviarnos emocionalmente o no, al mencionar una palabra o frase que muy fuera de contexto, nos pinta por enteros. Y esas mismas letras en conjunto, hacen el destello justo de lo imponderable, por medio del polo pulsional del “ello”, confesando todo el interior que habita nuestro inconsciente. Allí quedamos expuestos por completo al observador más perceptivo, para comenzar a balbucear significados diversos, que bien sabemos no son lo que quisimos decir. ¿Entonces por qué no mencionar esa palabra clave?, ¿ Hurgar en la memoria de vivencias para reencontrarnos?, ¿ Integrarnos a un todo sin discriminaciones verbales?. Vivimos “presos”, inmersos en esto que esbozamos, acechados por esa vocecita del inconsciente que nos trasgrede en infinitas formas, somos lo que emitimos, pero a la vez, lo que deseamos y mantenemos oculto como una suerte de censura previa en nuestras mentes.
Ana Cecilia.
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