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churruka,14.03.2007
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Cuento comunitario
La escalera se aleja infinita y los peldaños son engullidos por la oscuridad, que absoluta se mofa de su limitado campo visual. Inicia el ascenso temeroso en cada recodo donde las sombras parecen más cercanas, más profundas. Percibe murmullos, sollozos apagados que lo siguen y se deslizan tras sus talones. Presiente un amenaza latente que en cualquier instante puede aparecer a su lado y aniquilar la poca cordura que aún le queda. Percibe su sonrisa maliciosa, cuando sus ojos reúnen la entereza suficiente para echar un vistazo de reojo y se enfrentan a las sombras que lo asedian Continúa ascendiendo con los ojos cerrados hasta que un viento huracanado lo lanza contra la barandilla y le obliga a entornarlos. Las paredes laterales han desaparecido y las tinieblas se deshacen en jirones, golpeadas por un viento salvaje que huele a podredumbre y escupe ceniza. La escalera se balancea solitaria en el aire bajo un cielo ocre que lento degenera en sangriento, mientras una luz desfallecida alumbra la subida.
Se asoma con cuidado por la barandilla. A los lejos en la tierra distante racimos humanos de hormigas corren en mareas aniquilándose los unos a los otros de forma brutal y apocalíptica. Las escenas inerrables que se suceden a sus pies transforman su cansancio en sudor, en pánico frío que lo incita a lanzarse al vacío. Sigue ascendiendo sin atreverse a bajar la mirada, hasta que se tropieza con un portal gigantesco de oro bruñido, custodiado por dos siluetas vestidas de negro. Despacio se aproxima al portón con la esperanza de poder franquearlo y abandonar para siempre la escalera maldita. Una de las figuras comienza a moverse. Se le acerca y se detiene a escasos centímetros de su rostro. El guardián le permite vislumbrar lo que oculta en la profundidad de su capucha. Lo que ve lo hace enloquecer, dudar de todo principio conocido, contempla...
( Que siga el relato el que quiera y como le plazca)
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Taconvino,14.03.2007
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... al borde de la desesperación el putrefacto rostro de su madre, con una diabólica sonrisa imposible de evitar, ya que sus labios han desaparecido ante el inexorable ataque de las alimañas carroñeras. Indiferentes a su presencia, recorren los jirones de carne que aún se sostienen en su lugar, como burlándose de su expresión de asombro, miedo y tristeza. La voz le llega de otro lugar, probablemente a sus espaldas, aunque no está seguro. Lo que queda de la boca de su madre no se mueve, pero es su voz la que escucha, rasposa y opaca, pero es su voz. Cada palabra lo acerca más al borde del precipicio de la razón. A punto de caer en la locura, el sermón se detiene. La silueta de su madre retrocede suspendida en el aire, ajena a los ventarrones de vahos pútridos que atacan el umbral de aquella monstruosa puerta. Lentamente, la segunda figura encapuchada se acerca. Su figura va llenando su campo visual, hasta que una luz violácea, tétrica, comienza a iluminar dentro de su capucha. Un grito de terror se resiste a salir de su garganta al reconocer entre los harapos... | |
josef,14.03.2007
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Está muerto, no tiene cuencas. Su corazón dejó de sentir hace siglos. Sus manos amarillentas en vez de esgrimir acuchillan, porque su alma se rajó y se esfumó robada por la espada de Soght, el innombrable.
Él cierra los ojos… mientras acaricia las líneas de lo que una vez fue su semblante y se pregunta ¿Por qué él? Por qué si no lo hizo mal. ¿Por qué le ha tocado ascender a las puertas del abismo infinito?
Recoge los aperos de su baluarte mientras se pregunta: i"Quizás haya llegado el momento de echar a volar, tal vez habité ya demasiado. Pronuncié la palabra impronunciable descendí a sótanos oscuros y prohibidos..."/i
Tras murmurar la última frase, el ser se retira despacio, abatido, postrándose con pánico y lo deja penetrar a través el recio portón.
Detrás un paraje indescriptible, de olores fétidos, hediondos, donde el silencio de la muerte es dueño y señor. De pronto se da cuenta ha llegado elevándose altivo, pronuncia:
"¡Sí! Los crepúsculos serán para mí días de aliento y mi hálito el de un mutante envenenado de muerte. Vagaré por estos parajes sin fin hasta encontrar el mundo innombrable. A veces, quizá percibáis un vacío gélido como el de un abismo sin fin a vuestro lado... Pero yo, seres abúlicos, seres cotidianos, no iré a por vosotros. Tan sólo busco la excelencia, el genio, la virtud. Lobreguez tras melancolía, esas piezas que solo se encuentran en lo más hondo de vuestras pobres imaginaciones enviciadas, las piezas más puras, serán halladas atrapadas y recolectadas... para el reino Supremo.
Recorreré sin descanso estepas calcinadas, desiertos de magma, mares de sal, hasta extender mi manto por los cinco continentes y llevaré la ponzoña del innombrable más allá de los avernos donde reside el propio "Soght Illian de Astracán Ascataniuskas" y haré de vuestro mundo un caos de codicia y destrucción amaraga y letal...
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churruka,14.03.2007
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Fe de erratas ( me olvidé un puntito y una "a" en un artículo")....
La escalera se aleja infinita y los peldaños son engullidos por la oscuridad, que absoluta se mofa de su limitado campo visual. Inicia el ascenso temeroso en cada recodo donde las sombras parecen más cercanas, más profundas. Percibe murmullos, sollozos apagados que lo siguen y se deslizan tras sus talones. Presiente una amenaza latente que en cualquier instante puede aparecer a su lado y aniquilar la poca cordura que aún le queda. Percibe su sonrisa maliciosa, cuando sus ojos reúnen la entereza suficiente para echar un vistazo de reojo y se enfrentan a las sombras que lo asedian. Continúa ascendiendo con los ojos cerrados hasta que un viento huracanado lo lanza contra la barandilla y le obliga a entornarlos. Las paredes laterales han desaparecido y las tinieblas se deshacen en jirones, golpeadas por un viento salvaje que huele a podredumbre y escupe ceniza. La escalera se balancea solitaria en el aire bajo un cielo ocre que lento degenera en sangriento, mientras una luz desfallecida alumbra la subida.
Se asoma con cuidado por la barandilla. A los lejos en la tierra distante racimos humanos de hormigas corren en mareas aniquilándose los unos a los otros de forma brutal y apocalíptica. Las escenas inerrables que se suceden a sus pies transforman su cansancio en sudor, en pánico frío que lo incita a lanzarse al vacío. Sigue ascendiendo sin atreverse a bajar la mirada, hasta que se tropieza con un portal gigantesco de oro bruñido, custodiado por dos siluetas vestidas de negro. Despacio se aproxima al portón con la esperanza de poder franquearlo y abandonar para siempre la escalera maldita. Una de las figuras comienza a moverse. Se le acerca y se detiene a escasos centímetros de su rostro. El guardián le permite vislumbrar lo que oculta en la profundidad de su capucha. Lo que ve lo hace enloquecer, dudar de todo principio conocido, contempla...
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