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mirame,19.11.2006
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Rojo amor, por Néstor Sánchez.
“Gracias por no decir nada y así no desvirtuar con palabras corruptas y engañosas la belleza y gracia de tus gestos”
Nadia llegó al ginecólogo con la certeza de que estaba embarazada y de que alguien pagaría por ello. Entró a la consulta con firmeza, miró a la secretaria con resentimiento mientras le deslizaba la tarjeta de la mutua y se sentó en el primer asiento libre que encontró. El doctor Jiménez salió de su box, dudó un instante y le dijo a Nadia que esperase 5 min. Su conciencia retumbó, escrutó cada rincón de la estancia pensando en el cerdo de su tío, un médico de gran prestigio que, con la excusa de los 5 minutos, aprovechaba el tiempo robado a sus mas bellas pacientes para chascársela mientras las observaba gracias a un circuito cerrado de video vigilancia. Algunas cámaras simplemente estaban colocadas en el lugar perfecto. Otras aprovechaban espejos, cuadros, ojos de buey...
Cuando le dijeron que debía esperar, Nadia vio en los ojos del doctor la misma mirada grasienta que observaba en su tío cuando este le tocaba a escondidas. Y manos de mantequilla, que asco. Tan diferentes a las de Feliu Valdovino, medicina general, 29 años, pelo castaño, ávidos ojos claros, elegantes manos, largos dedos. Recordó su dulce olor y tubo que arremangarse. Sudaba. No podía dejar de pensar en él. Con 18 años recién cumplidos era una habitual de su consulta pese a que aún le percutía la detención de su tío dos meses antes y arrastraba cierta fobia a los guardianes de la salud pública. Ella sabía mejor que nadie que se lo merecía. Lo que de verdad le torturaba era no haber hecho nada para que la pena se multiplicara por 10. La justicia piensa que el mundo cabe en un cajón. Nos esforzamos para que todo sea como debe ser, dicen satisfechos los justos y los buenos sin percatarse de su tiranía. Pero, aunque la justicia no sea absoluta, 20 años hubieran estado bien, pensaba. Nadia creía en la perversidad del personal medico aunque no era algo que le preocupara demasiado. Por el contrario, quería aprovecharse de eso. Frenesí, locura, pasión, éxtasis. Nada que ver con el orden social, las personas con formas o la seguridad social. Amor, fuego, libertad. Imperaba el orden caótico de su pensamiento, las conciencias autónomas y la Seguridad Social.
Feliu decía sonriente: “espere 5 minutitos que ahora le aviso, señorita”. Las coletillas en –ita le ponían de los nervios. Se imaginaba todo lo que ocurría detrás de la puerta. Le gustaba creerse observada. Le pasaba por la cabeza sorprenderle pero nunca se atrevió, o tal vez no estaba segura de sus reflexiones.. Cuando por fin le llamaban, Nadia le preguntaba sin ningún tipo de ironía: “¿Todo bien, doctor ?”. A lo que el doctor Valdovino respondía nervioso: “Sí. Sí. Y echaba una ojeada a su mochila, imaginándose el precioso vestido que allí habitaba, las lentejuelas, el maquillaje y los pendientes. Conclusión: secreto artista de cabaret. Ella creía que le había estado mirando y entraba excitada, intentando rozar a su blanco, oscuro, inmaculado, depravado príncipe del cielo y del infierno. Por aquel entonces sabía que enfermedades y infecciones eran las mas frecuentes y la época del año en que solían desarrollarse, además de los síntomas. Sus dotes interpretativos no eran muy buenos, aunque ella creyera que si. El doctor era un tipo listo, amante del sentir y sin complejos. Le encantaba la idea de perder el tiempo con una señorita tan linda.
Según el historial clínico de Nadia, a la vijesimoséptima visita el castillo de naipes se derrumbó. Como era habitual debían cumplir el ritual de los 5 minutos, aunque esta vez la voz del doctor era mucho más cruda, típica del subversivo vencido que en secreto le dice no a su deseo, prometiéndole que es la última vez. Nadia no pudo resistirse, lo tenía, lo había ensayado miles de veces encerrada en su habitación, y surgió de sus rojos labios un río de voz, caudaloso y natural, que con sus recodos escribía: “de ninguna manera. Hoy voy a ser yo la que le espere 5 minutos en el reservado, tengo la llave, y espero que venga porqué de lo contrario gritaré su nombre entre alaridos de placer mientras maldigo mi suerte por haberme creído nuevamente las mentiras de un médico. 5,4,3,2,1, la cuenta atrás en segundos. Nada se les puede recriminar. A los gametas tampoco, aprovecharon su oportunidad. Tal vez no llegara el mejor a la meta pero sólo por llegar ya se convirtió en el mejor, es la paradoja del éxito. Pero la revolución de los pequeños pocas veces afecta a los grandes. Sin embargo, cuando los gigantes deciden cambiar las reglas del juego los enanos pagan las consecuencias. La lucha por la vida fue cortada de raíz, nunca mejor dicho cuando se trata de un ser que mantiene el cordón umbilical.
Aunque nunca lo sabría, la secretaria tuvo que tocar su caliente brazo para que reaccionara. Nadia se dispuso a atravesar la puerta indicada con una plaquita indescifrable desde tan lejos. “¿Cómo podemos estar tan seguros de nuestros ojos?” se preguntó antes de mirar de arriba a abajo a la secretaria y de psicoanalizarla a través de los detalles visibles, maquillaje, pendientes, bajos rotos de un elitista pantalón, zapatos no menos caros. Su vista volvió a subir y se fijó en las manos. Con asco las miro y aún con el asco en los ojos contemplo los ojos de la secretaria mirando con asco a sus ojos. Pensó que los ojos eran un asco y que debería de haber traído gafas. Nada más entrar recorrió con la mirada todos y cada uno de los objetos médicos o no presentes en la habitación. Se sorprendió gratamente.
Con tranquilidad y seguridad se fue quitando una a una todas las prendas de ropa de cintura para abajo, no sin antes colocarse esa batita tan graciosa que tiene muy poco sentido si se usa por pudor. De entre todas los hechos que filman mis cámaras a lo largo del día en los centros medico-hospitalarios en los que dispongo de vista, el uso de esta bata resulta ser el más gracioso. Creo que la confianza es ciega y que se vende barata. Diriase que su rostro no era suyo sino el de la lividez. Se sentó en la silla y el doctor se colocó en la posición habitual. Atónito contempló el amanecer, luego el atardecer. Los esfuerzos de Nadia por parecer tranquila y calmada eran vanos. Al contrario, los movimiento de sus labios parecían los responsables del estremecimiento del ginecólogo. Rojo, húmedo, receptivo. Así lo calificaría después el profesional, añadiendo “extraordinariamente, como todos y como ninguno”.
La situación era incómoda para ambos pero la introspección asistida debía continuar. El doctor se dispuso a entrar, abrió las puertas y todo le invitó a zambullirse en la mansión. Jugaba con la única protección de uno de esos guantes de látex que, en caso de emergencia, se pueden usar de condón, tal y como le había explicado y demostrado su tío a Nadia. Al recordarlo agitó sus glúteos sobre la silla y más se movió cuando notó que los dedos del especialista, tocaban su clítoris. Este último gesto, un acierto magnífico del doctor, acabó de excitarla. Jimenez notó la tensión en las piernas de la paciente. Estaba admirado. En aquel momento se sintió como uno de esos pequeños bacterios que nadie tiene en cuenta y que, a la fuerza, debe sufrir y tener miedo cuando un fagocito aboca jugos gástricos sobre el. Se sentía la presa, con razón, pero quería ser devorado.
Nadia cerró sus piernas atrapando al ginecólogo entre ellas. Simplemente se divertía. Al ver la mirada del médico no tuvo que decir nada, ni este tampoco. Hacía meses que no follaba y nunca la habían amado. Iba a decirle a Jiménez que desde la ultima visita nadie la había tocado pero prefirió no hacerlo. Era un modo patético de virginidad, además, esta no está ya de moda. Jugaron a poseerse con pasión, tampoco demasiada. El psicoanálisis cuenta que el débil siempre se sitúa abajo. También se dice que el sexo, como todo proceso comunicativo, es una relación sadomasoquista cuando lo practican dos personas. Uno se encarga de dar y otro de recibir. Los griegos se definían a si mismos como activos o pasivos dependiendo de su rol sexual. Otros, aún más alejados de la realidad, hablan de sexo débil y fuerte. Todos se equivocaban en mayor o menor medida. Nadia estaba posada en la silla, recibiendo las embestidas del doctor, moviéndose sólo para facilitar la penetración. En el juego siempre hay vencedores y vencidos, aunque estos cambian según las reglas que rigen en cada momento. A Nadia se les escapó la risa, una risa helada, soberbia. Jiménez hubiera podido reaccionar si no hubiera estado tan ocupado mirándose el ombligo y metiendo tripa. Sus movimientos empezaban a descompasarse en un intento desesperado por acabar antes de que los pillaran. No hizo falta, Nadia cortó por lo sano o algún forense sabrá por donde lo hizo. Lo tenía todo calculado, si alguien no tiene aire no puede gritar.
Esperó el momento adecuado y en ese preciso instante agarra las inocentes tijeras con tal furia que antes de matar ya parecían un arma y se las clava al doctor en el cuello, cayendo inmediatamente y en silencio desplomado al suelo. No contenta le sacó los ojos y se los guardó. La sangre se extendía por toda la superficie de la habitación, amenazando con llegar a la puerta, por lo que puso allí la bata que no servía para nada. Se vistió rápidamente y aprovechó alguna falta injustificada de la secretaria para salir de allí sin ser vista. Una vez en el ascensor empezó a sentirse bien, una especie de paz interior le invadía. ¿Sería justicia? Salió del edificio sin demoras o inconvenientes y al subir a su coche evocó la belleza de la sangre saliendo disparada, bombeada por el corazón, rompiendo moldes o escapando del frasco. Tuvo la misma sensación. Se metió la mano entre los pantalones y sintió la calidez de un beso maternal. Se desnudó, primero los pantalones y luego la camisa, mientras daba colorido a su mundo. En este orden fueron pintados: Piernas, brazos, cristales, barriga y pechos. Se divertía. | |
Stelazul,27.11.2006
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jesúuuusssss... que laargoooo... | |
zumm,27.11.2006
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Ni en pedo me meto acá!!! | |
Stelazul,27.11.2006
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pos va a ser que no... | |
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