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Leante,23.09.2005
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En la estación de Bembibre, en el Bierzo Leonés, comienza el ascenso al Puerto del Manzanal. Allí nunca se celebra la Navidad. Una pena, pues pocos lugares ofrecen un paisaje tan adecuado para estas fechas. Nieve por todas partes, ventisca, y frío que congela las ideas. Y en medio de este panorama la figura de un jefe de estación que se vuelve loco allá por los años cincuenta.
Bembibre tenía una gran playa de vías y numerosos apartaderos, imprescindibles para situar los trenes carboneros cuando el clima impedía su circulación por el puerto. En aquella ocasión ya no quedaba espacio y lo peor es que las necesidades de combustible no podían esperar más. Pero retrocedamos en el tiempo.
Las brigadas trabajan sin descanso apartando la nieve, pero apenas despejan un tramo, ya está cubierto el anterior.
Las presiones sobre el jefe de estación desde la jefatura de León, le hacen tomar una decisión. Convoca a tres parejas de conducción y les da orden de partir en triple tracción con un carbonero de 50 vagones. Saben que cumplir esta misión supone abastecer las calefacciones, cocinas y fábricas de un país aún sumido en la pobreza y la miseria. Pero en estas fechas hasta las desdichas se dan alguna tregua.
Las tres Santa Fe, se ponen en marcha en un apoteósico rechinar de ganchos y ruedas, acompasado de nubes de humo blanco que esconden toda la estación. Las dos que van en cabeza despiden chorros de vapor por los émbolos como si en ello les fuera la vida, mientras la que empuja por la cola patina en su afán de coger la velocidad adecuada cuanto antes. Maquinista y fogonero saben que les ha tocado la peor parte. Si el convoy llega al túnel del Lazo a 40km/h, podrán sortearlo sin grandes agobios, de lo contrario..., prefieren no pensar.
Tras una hora de marcha complicada llegan al túnel a escasa velocidad. Las dos primeras máquinas lo atraviesan junto con la mitad del convoy. Pero la empinada rampa a su salida les hace perder velocidad y dar alocados patinazos. La que va en cola lo intuye y aplica toda su potencia hasta introducirse en el túnel. No se ve nada. Se sofocan, se abrasan la piel, apenas pueden saber si avanzan o no. Solo el palo de la escoba al tocar la pared les hace comprender que se están parando. Se dan voces el uno al otro: - ¡Sigue echando arena! - ¡Ponte la mascarilla! - ¡Túmbate y podrás respirar mejor! - ¡Por Dios dale más potencia, estamos patinando!
Podrían escapar haciendo marcha atrás y salir del túnel, pero significaría dejar que la composición retrocediera sin control hasta estrellarse en cualquiera de las pronunciadas curvas del puerto.
Con las gargantas abrasadas por el azufre y los gases, las ropas medio calcinadas, la pareja de la Santa Fe, hace el último gran esfuerzo por sacar el tren del túnel. Regulador abierto al máximo, pulsaciones de los émbolos que hacen temblar las paredes del túnel, patinazos frecuentes que despiden un haz de chispas como única fuente de luz en las tinieblas, y un humo espeso irrespirable, es el escenario donde sus sentidos dejan de sentir.
El maquinista de la titular que va en cabeza, ha visto que recupera velocidad y que la máquina de cola ha salido del infierno. Hace las señales reglamentarias con el silbato para que esta deje de empujar y retroceda hasta Bembibre. Pero no obtiene respuesta. La velocidad es tan pequeña que manda al fogonero apearse para ver que ocurre. Cuando llega a la Santa Fe, se encarama a la cabina y encuentra a sus dos compañeros sobre el suelo. Cierra el regulador y frena la máquina. Se acerca a ellos y los zarandea. Están muertos. Por sus mejillas empiezan a resbalar lágrimas negras. Las señales que envía con el silbato a sus compañeros son campanas tocando a muerto. No son los primeros ni serán los últimos.
El tren ha llegado a su destino. En la ciudad el invierno no será tan duro.
En Bembibre la Navidad se enluta de nuevo. Por eso nunca se celebra.
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