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Munataxa,16.10.2004
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se les propone la idea del cuento medieval, como no soy muy bueno para empesar la historia dejare a cualquiera que comiense, ojala que les guste... | |
Aldan,09.11.2004
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Tengo un grupo de jugadores de Rol ambientados en la Tierra media. Se que es casi un crimen escribir sobre el escenario de otro escritor...pero a modo de motivación voy a poner aqui la primera página de unos escritos que hice a partir de sus aventuras....si quieren más me dicen
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Aldan,09.11.2004
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“Todo aquel que hubiera vivido en estas tierras muertas ha desaparecido o se desvaneció junto a su alma al servicio del señor Oscuro. Porque su poder se extiende más allá de su sombra. Pueblos libres de otros tiempos aun claman por su liberación, deseando en silencio cobrar su venganza por la traición a la que fueron sometidos. Porque los hombres más de una vez han sucumbido al deseo irrefrenable de poder. Y esa es el arma más poderosa del enemigo.”
Esta es la historia de un grupo de aventureros que cruzaron sus caminos para tomar una senda común. Grosembaf del Norte, guerrero nórdico de las razas de los hombres nacidos en las cercanías de la bahía de Forochel y sirviente de Thor. Jack Tenser, mago ilusionista de la noble raza gnómica de la suboscuridad. Ariel Itissil, elfo del bosque y maestro bribón. Nikrus el Errante, noble caballero de la santa orden de Torm, originario de Puertos Grises. Terian de la Comarca, fiel servidor y predicador de la palabra de Abaktur su dios. Menon de las montañas, guardián de los bosques. Sebandir Inrhoel, cuya herencia yace entre los elfos y los hombres, juglar de Belendir. Todos juntos componen la comunidad del Palantir, guerreros de la montaña del dragón, y herederos de Belendir. Todos ellos lucharon silenciosamente para que los pueblos libres de la Tierra Media triunfaran ante la amenaza oscura y siniestra de Sauron, pero el destino les tenía preparada una sorpresa que no se esperaban…
La comunidad de Belendir se encontraba en un punto muerto. Las huellas parecían desvanecerse en el camino pedregoso que habían decidido seguir. Todos a quienes habían conocido en esos días estaban involucrados directa o indirectamente en la perversa maquinación gestada hace ya muchos años atrás. ¿Es que había esperanza para los pueblos libres de la Tierra Media? ¿Había acaso algo que hacer para evitar este sincronizado y siniestro plan? Parecía que todo lo que estuviera en sus manos hacer hacia parte de algo urdido con anterioridad. Cada paso que daban parecía previsto. Y no había manera de evitarlo.
Sebandir intentaba ordenar sus anotaciones en busca de alguna clave que les diera luz a sus próximos pasos. La recién aniquilada Familia Graben, dedicada a proveer de cadáveres exhumados a quien sabe que criatura maligna, lejos de aclarar algo, había puesto un velo de desazón en los corazones de los aventureros. Quizás se trataba de unos desafortunados mercaderes que habitaban en una isla alejada que sucumbió al plan oscuro. Quizás ellos mismos habían aportado a borrar de la faz de la Tierra a los Arpistas, raza noble que desapareció intentando descubrir el misterio. Pero dejaron huellas, códigos secretos, algo que el bardo no estaba dispuesto a abandonar al olvido.
Ariel divagaba absorto en sus pensamientos, armando y desarmando puzzles, decodificando cryptogramas. Preparándose para el encuentro con el cerrajero de la prisión maldita. ¿Tendría que enfrentarlo en una guerra de destreza? ¿O talves su papel en esta aventura estaba más allá de su entendimiento. El anillo de la Guilda de Bribones, la llave o clave que poseía el cerrajero, eran muchos cabos sueltos y todo esto le empezaba a inquietar. En sus sueños veía imágenes confusas. Sombras que se movían en su espíritu. Sus compañeros no lo notaban aun, pero el sabía que su espíritu estaba gastado, cansado. Maldecía repetidamente el día en que entraron al portal y viajaron a los dominios de Van Torgul. El minuto en que perdió la conciencia y algo lo invadió. Esa sensación fría había vuelto a sentirla desde el minuto en que pusieron pie en estas tierras oscuras. Ya no confiaba en nadie. Sus propios instintos le merecían duda. Y para un bribón, el no confiar en sus instintos era algo preocupante ya que su vida había dependido de ello muchas veces. Pero al mismo tiempo el grupo lo animaba a seguir adelante. Nadie demostraba abiertamente estar desanimado. Había que continuar, aunque la vida se les fuera en el intento.
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