La noticia me apenó.
No pude evitar el recuerdo de cuando lo escuché en una Feria del Libro de Buenos Aires leyendo su "El sexo de los ángeles".
Seguramente estará buscando la forma de hacernos llover poesía.
"Está linda la calle. Ni frio ni calor. Un sol bien amarillo, pero tibio. Una brisa que mueve apenas los banderines del caramelero y las hojas de los plátanos. Es bueno tomar una decisión grave en un día así, que no repele, más bien invita a que lo disfrutemos. Me gusta mi ciudad; siento que de algún modo formo parte de ella. Miro a estos hombres y mujeres opacos, mezquinamente calculadores, fanáticos del detalle, eufóricamente miopes, de corazón explosivo pero imprevisor, que desfilan, dos de cada cinco, a dejar su barata caridad en la mano sucia y extendida de la gorda y prepotente lisiada, la mendiga única, la mendiga-excepción que, más tarde, con su impecable pierna artificial, se convertirá en la floreciente dueña de inmuebles varios; miro a esos cultores de la limosna, a esos filántropos de a vintén, y aunque yo no aporto mi moneda, siento que de algún modo ellos me representan y representan el país, porque todos queremos el cielo como pichincha, el trabajo como pichincha, el poder como pichincha, la jubilación como pichincha, todos queremos que la vida nos salga más barata que al común de los mortales, y para ello no importa si el medio es la estafa, la limosna, el acomodo, la inválida promesa y la falsa invalidez. Todos queremos sacar la ventajita, trampear a alguien para salvar el honor; la única forma de adquirir conciencia de las propias fuerzas es cometer la mínima indecencia que nos ponga al amparo de la más agresiva de todas las sospechas, la módica incorreccción que impida a los demás hablar de nuestra bobera, la insoportable bobera del honrado. Una cosa es ser bueno, y otra muy distinta que lo tomen a uno por idiota. Esa frase debería estar inscrita en el escudo nacional. El resultado es que en el pasado, en algún remoto pasado chambón, todos fuimos buenos, pero ahora que sabemos el secreto, hemos dejado de serlo para que los demás no nos tomen por idiotas. Con respecto a cada uno, todos somos los demás, todos pretendemos tomar por idiota a cada uno de los otros. Pero como ninguno quiere dejarse tomar por idiota, la consecuencia es que todos somos lumbreras, y estamos por lo tanto gloriosamente situados por encima de ese ser hipotético, caduco, superado, inexistente, ese uruguayo en quien todos pensamos cuando decimos: i una cosa es ser bueno/i". (...)