|
cramberria,27.06.2007
|
Relampagueaba. Y sólo los instantes en los que el cielo se abría para dejar clavar su puñal podía si acaso vislumbrar su silueta. De aspecto desenfadado y andares chulescos; sin duda, un tipo interesante.
Ella detrás, abriéndose camino de la más torpe forma posible, aundando destrezas para no resbalar, perdiendo el equilibrio a cada corto paso. Empapada y ajustada, cuando la ropa cicatriza con la piel.
Cumpliendo el contrato de todos los martes: la misma ruta bajo el cielo llorón que le tocó esa mañana. Lo venía haciendo ya tiempo atrás, desde que coincidiera con él en la cafetería, cuando el ritual de la simple toma de un café pasó a la aventura de cruzarse con él cada martes de cada semana.
Siempre llegaba antes. Le gustaba ver empezar la película: su entrada saludando al aire y llenando el ambiente de un "buenos días" con olor a mañana. El tímido "hola" de Ángela a modo de respuesta campanilleaba el momento, mezclándose entre el aroma a café que se respiraba.
Lo de siempre: unos sorbos rápidos, unos pases al periódico y de vuelta a la calle. Sólo pasaría un minuto desde que dejara la cafetería hasta que ella se dispusiera a acompañarlo subida en la sombra de su espalda, a pocos metros detrás de él, con un disimulo sutil y práctico levemente roto por el tintineo de sus tacones al andar. Cuántas veces había pensado en que muy de pronto llegara a darse la vuelta y contemplarla, pero su inevitable coquetería femenina le impedía deshacerse de sus sensuales y pícaros zapatitos de tacón.
Con el sólo escudo del paragüas y todas las ganas lo acompañaba cual ángel guardián a su lugar de trabajo. - Pasa buen día - espiraba su pensamiento cuando la separación se hacía inevitable.
La misma ruta de cada martes. Y a sólo seis días del martes siguiente. | |
|
|