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la_escena_del_pulpo,13.02.2007
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bMichael Ende/b
uMomo (fragmento)/u
i" Le parecía estar encerrada en una caverna rodeada de riquezas incontables que se hacían cada vez mayores y amenazaban asfixiarla. Y no había salida. Nadie podía llegar hasta ella y ella no se podía hacer notar a nadie, tan aplastada estaba bajo una montaña de tiempo.
Incluso llegaron horas en que deseaba no haber oído nunca la música ni haber visto los colores. No obstante, si le hubiesen dado a elegir, no habría renunciado a ese recuerdo por nada del mundo. Aunque se hubiera muerto por ello. Pues eso era lo que vivía ahora: que hay riquezas que lo matan a uno si no puede compartirlas. "/i
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la_escena_del_pulpo,13.02.2007
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bJack Kerouac/b
uEn el camino (fragmento)/u
i" Pero entonces bailaban por las calles como peonzas enloquecidas, y yo vacilaba tras ellos como he estado haciendo toda mi vida, mientras sigo a la gente que me interesa, porque la única gente que me interesa es la que está loca, la gente que está loca por vivir, loca por hablar, loca por salvarse, con ganas de todo al mismo tiempo, la gente que nunca bosteza ni habla de lugares comunes, sino que arde, arde como fabulosos cohetes amarillos explotando igual que arañas entre las estrellas. "/i
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la_escena_del_pulpo,13.02.2007
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bArthur Conan Doyle/b
uEstudio en escarlata (fragmento)/u
i" Holmes no era un hombre de vida desordenada; modesto en su manera de ser, regular en sus costumbres, rara vez se acostaba después de las diez de la noche, al levantarme, había salido ya de casa después de haber tomado su desayuno. El día lo pasaba entre el laboratorio químico y la sala de disección, y algunas veces se daba largos paseos, casi siempre por las afueras de la población. No puede formarse una idea de su actividad cuando estaba en uno de esos períodos de excitación. Transcurría algún tiempo, venía la reacción, y entonces días enteros, desde que amanecía hasta que anochecía, se los pasaba tumbado sobre un canapé, inmóvil y sin articular palabra. Sus ojos tomaban una expresión tan vaga y soñadora, que cualquiera le hubiera tomado por un imbécil o por un loco si su sobriedad característica y la perfecta moralidad de su vida no hubieran sido una constante protesta semejante suposición.
(...)
Aún cuando se me tache de curiosidad femenil, debo decir en descargo mío que cada vez me intrigaba más aquel hombre, y a todo trance quería descubrir el misterio de que se rodeaba. No puede jugárseme severamente, teniendo en cuenta que mi vida no tenía atractivo alguno. Mi salud no me permitía salir más que cuando abonanzaba mucho el tiempo y no tuve nunca uno de esos amigos a quienes confiarme y en cuya compañía olvidar la monotonía de mi existencia, que cada vez se me hacía más pesada y larga. "/i
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la_escena_del_pulpo,13.02.2007
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bAlmudena Grandes/b
uMalena es un nombre de Tango (fragmento)/u
i" – Verás, papá, este verano voy a cumplir diecisiete años…– intentaba improvisar, pero él echó una ojeada a su reloj y, como de costumbre, no me dejó terminar.
Uno, si quieres dinero, no hay dinero, no sé en qué coño os lo gastáis. Dos, si te quieres ir en julio a Inglaterra a mejorar tu inglés, me parece muy bien, y a ver si convences a tu hermana para que se vaya contigo, estoy deseando que me dejéis en paz de una vez. Tres, si vas a suspender más de dos asignaturas, este verano te quedas estudiando en Madrid, lo siento. Cuatro, si te quieres sacar el carnet de conducir, te compro un coche en cuanto cumplas dieciocho, con la condición de que, a partir de ahora, seas tú la que pasee a tu madre. Cinco, si te has hecho del Partido Comunista, estás automáticamente desheredada desde este mismo momento. Seis, si lo que quieres es casarte, te lo prohíbo porque eres muy jóven y harías una tontería. Siete, si insistes a pesar de todo, porque estás segura de haber encontrado el amor de tu vida y si no te dejo casarte te suicidarás, primero me negaré aunque posiblemente, dentro de un año, o a lo mejor hasta dos, termine apoyándote sólo para perderte de vista. Ocho, si has tenido la sensatez, que lo dudo, de buscarte un novio que te convenga aquí en Madrid, puede subir a casa cuando quiera, preferiblemente en mis ausencias. Nueve, si lo que pretendes es llegar más tarde por las noches, no te dejo, las once y media ya están bien para dos micos como vosotras. Y diez, si quieres tomar la píldora, me parece cojonudo, pero que no se entere tu madre. "/i
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la_escena_del_pulpo,13.02.2007
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bEdwidge Danticat/b
uKrik? Krak! (fragmento)/u
i" Escribir es como trenzarse el pelo. Tomar un montón de mechones desordenados y ásperos e intentar darles unidad. Tus dedos aún no han perfeccionado la labor. Algunas trenzas te quedan largas, otras cortas. Algunas son gruesas, otras finas. Algunas pesadas. Otras ligeras. Como las distintas mujeres de tu familia. Esas cuyas fábulas y metáforas, cuyos símiles y soliloquios, cuya dicción y je en sais quoi, por obra de sus dedos, se deslizan día a día en tu sopa de subsistencia. "/i
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la_escena_del_pulpo,13.02.2007
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bClaude McKay/b
uEl Motín (fragmento)/u
i" Si nos tenemos que morir,
no nos queremos ir así:
cazados, acorralados
en aquel lugar siniestro
mientras nos ladran los hambrientos
perros que se ríen entre dientes
del maldito destino nuestro. "/i
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la_escena_del_pulpo,13.02.2007
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bJulio Cortázar/b
uCeremonias (fragmento)/u
i" Había empezado a leer la novela unos días antes. La abandonó por negocios urgentes, volvió a abrirla cuando regresaba en tren a la finca; se dejaba interesar lentamente por la trama, por el dibujo de los personajes. Esa tarde, después de escribir una carta a su apoderado y discutir con el mayordomo una cuestión de aparcerías, volvió al libro en la tranquilidad del estudio que miraba hacia el parque de los robles. Arrellanando en su sillón favorito, de espaldas a la puerta de lo que hubiera molestado como una irritante posibilidad de intrusiones, dejó que su mano izquierda acariciara una y otra vez el terciopelo verde y se puso a leer los últimos capítulos. Su memoria retenía sin esfuerzo los nombres y las imágenes de los protagonistas; la ilusión novelesca lo ganó casi enseguida. Gozaba del placer casi perverso de irse desgajando línea a línea de lo que lo rodeaba, y sentir a la vez que su cabeza descansaba cómodamente en el terciopelo del alto respaldo, que los cigarrillos seguían al alcance de la mano, que más allá de los ventanales danzaba el aire del atardecer bajo los robles. Palabra a palabra, absorbido por la sórdida disyuntiva de los héroes, dejándose ir hacia las imágenes que se concertaban y adquirían color y movimiento, fue testigo del último encuentro en la cabaña del monte. Primero entraba la mujer, recelosa; ahora llegaba el amante, lastimada la cara por el chicotazo de una rama. Admirablemente resteñaba ella la sangre con sus besos, pero él rechazaba las caricias, no había venido para repetir las ceremonias de una pasión secreta, protegida por un mundo de hojas secas y senderos furtivos. El puñal se entibiaba contras su pecho, y debajo latía la libertad agazapada. Un diálogo anhelante corría por las páginas como un arroyo de serpientes, y se sentía que todo estaba decidido desde siempre. Hasta esas caricias que enredaban el cuerpo del amante como queriendo retenerlo y disuadirlo, dibujaban abominablemente la figura de otro cuerpo que era necesario destruir. "/i
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la_escena_del_pulpo,13.02.2007
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bEurípides/b
uMedea (fragmento)/u
i" Medea.-Los hombres dicen que llevamos una vida fácil, seguras en nuestras casas mientras ellos lo arriesgan todo ante la punta de una lanza. ¿Qué saben ellos? Yo preferiría entrar en batalla tres veces con escudo y lanza que dar a luz una sola vez. "/i
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la_escena_del_pulpo,14.02.2007
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bEdgar Allan Poe/b
uLa carta robada (fragmento)/u
i" En un desapacible anochecer del otoño de 18.., me hallaba en París, gozando de la doble fruición de la meditación taciturna y del nebuloso tabaco, en compañía de mi amigo C. Auguste Dupin, en su biblioteca, au troisième, Núm. 33, Rue Dunot, barrio St.Germain. Hacía lo menos una hora que no pronunciábamos una palabra; parecíamos lánguidamente ocupados en los remolinos de humo que empañaban el aire.
Yo, sin embargo, estaba recordando ciertos problemas que habíamos discutido esa tarde; hablo del doble asesinato de la calle Morgue y de la desaparición de Marie Rogêt. Por eso me pareció una coincidencia que apareciera, en la puerta de la biblioteca, Monsieur G., Prefecto de la policía de París.
Le dimos una bienvenida sincera, porque el hombre era casi tan divertido como despreciable, y hacía varios años que no lo veíamos. Estábamos a oscuras cuando entró, y Dupin se levantó con el propósito de encender una lámpara, pero volvió a sentarse sin haberlo hecho, porque G. dijo que había venido a consultarnos, o más bien consultar a Dupin, sobre un asunto oficial que les daba mucho trabajo.
—Si se trata de algo que requiere reflexión —observó Dupin, absteniéndose de dar fuego a la mecha—, lo examinaremos mejor en la oscuridad.
—Esa es otra de sus ideas raras —dijo el Prefecto, que llamaba raro a todo lo que no comprendía, y vivía, por consiguiente, entre una legión de rarezas. "/i
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concolorcorvo,14.02.2007
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bKenzaburo Oé/b
i¡Despertad, oh jóvenes de la nueva era!/i
Al escribir esto ahora, me resulta difícil imaginar cómo, en mi condición de padre, pude no ver aquella pena enorme en la desolación de los ojos de mi hijo. Y no puedo dejar de sentir que, salvando el abismo entre mi hijo y yo, fui consciente de su pena por medio de un poema de Blake, “Sobre el dolor de otro”, que incluye esta estrofa:
i¿Puedo ver una lágrima que se derrama/i
iy no compartir el dolor?/i
i¿Puede un padre ver sollozar a su hijo/i
iy no sentirse lleno de dolor?/i
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