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jorge-lemoine-y-bosshardt,18.03.2008
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Mi silencio hace un ruido infernal.
Sobre todo cuando intento abrirme para descubrir ese incierto grito que tal vez me falta un testigo para existir.
Entonces lo vislumbro entre el muraje portentoso de mis huesos desperezando los goznes de su obesa flotación. Como el vacío. Es el silencio mismo. Vibrando como la nada tiene un verbo distinto de existir. Y no la numeral intransigencia del concepto. Viene de huecos remotos que hago en la carne del silencio primero. Es decir.
Es como estar en sombras completamente (nadie se salva del terror que infunde la idea de no abrirse nunca más, descubrir que era la primera imbatible imagen inimaginable, de estar ciego).
Entonces como en latidos, como grillos sin cambiar de color, o de incolor, es decir sin número, pero vivo, vibran como luciérnagas. Desaparecen. Lucharé todo el intiempo, hasta que retengo una, es decir me detengo. Me acorto hasta la inexistencia del instante y la luz fugaz tiene un tiempo infinito. Es como un hueco en el silencio primero. Allí me instalo. Es el silencio segundo. Como el número 2 (cualquier número del infinito). Es un lugar en un pasillo donde moverme no tiene realidad de cambio. Es decir, es un túnel en el instante. La eternidad.
Es decir, allí puedo decir aquí. Pero si me traslado más allá sigue siendo aquí, es decir allí y no he cambiado de lugar y sí. Es decir, ya rompí mi primera sujeción, el tiempo.
De la bala de mi fusilamiento. Tal vez en esta eternidad que se parece a tantas seguía escuchando el ruido que aún no había cambiado de instante.
Tanta es la urgencia o la obediencia de entenderlo todo que la humanidad, mi rígido montón de cosas que soy hombre comprende. En ese silencio inconmensurable que puedo abrir entre cualquiera de dos sitios del ruido de la explosión de los fusiles, tal vez eso es el alma, encuentro el insignificado absoluto, tal vez la nada y huyo a un verbo distinto por una puerta que me parece reconocer.
JORGE LEMOINE Y BOSSHARDT | |
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