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Calamitatum,20.01.2006
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De hecho dudo mucho que sea un adiós. Se me antoja más como un hasta pronto. Me retiro de esta comunidad por un tiempo porque mi vida toma ahora un rumbo en el que requiero de toda mi concentración; ésta comunidad me queda a unos clics de distancia y debo reconocer que fallo en mis ocupaciones diarias por el tiempo que dedico a participar aquí. Ahora me necesito en serio. Les digo quizás adiós, quizás hasta pronto. Me llevo gratos recuerdos, me llevo amigos en el corazón (y en el hígado; necesito espacio), muchos amigos porque tuve ésa suerte, me voy agradecido porque ustedes me hicieron crecer mucho en el campo literario. Seguiremos conversando, creando, construyendo. Dejaré los textos dedicados aquí para que me recuerden en letras y porque son de ustedes. Ante todo por eso. A los amigos a los que no llegué a molestarles con dedicatorias les diré que en cada texto que escriba en adelante irá un trozo de ellos. Me llevo afectos, muchos afectos y ninguna bronca. Me los llevo en mente.
iAdiós, compañeros, adiós.
Hoy me despido de todos
Y brindo con pisco sour
Por los buenos tiempos que pasamos,
por los tiempos compartidos…/i
Calamitatum
p.d. Dejo mi dirección de correo. Salúdenme de cuando en cuando (y si tienen, envíen canciones de Sabina, jeje).
lostjhonny@gmail.com
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La Página de los Cuentos - www.loscuentos.net - Calamitatum - 'Fantasmas e Inercia'
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Fantasmas e Inercia
Dedicado a Ana Escoto (Aniuxa), por la grata influencia.
Fantasmas
Se decidió finalmente por la camisa roja. El color le haría ver vivo. Ah! Si es que no iba a abandonarse! “¿Qué crees acaso, que voy a abandonarme porque tu me abandonaste?”. No. Además, era domingo, iría al cementerio a visitar a su mamá y ese fantasma ocuparía su mente durante toda la mañana. Le contaría su semana: trabajé asiduamente, el miércoles estuve en un cóctel, creo que mi jefe se interesa ahora más por mi trabajo. Le contaría eso escrupulosamente y mamá le diría ¡Qué bien te sienta el rojo, nunca vienes por acá vestido así! Y entonces él le contaría más cosas pero olvidaría contarle que Marcela lo había abandonado. Pensaría sólo en mamá en la mañana y vagamente también la recordaría un poco en la tarde. Mamá era un fantasma de domingo.
Luego iría a casa de Paco. Unas cervezas, el partido. No pensaría en Marcela. No iba a permitir que ese fantasma lo invadiera un domingo y si lograba evitarlo podría darse el lujo de no dejarse invadir durante la semana entera. Luego vendrían los meses y por fin olvidaría. Déjame si quieres, te olvidaré pronto.
De repente lo asaltó un pensamiento: ¿Camisa roja para ir al cementerio?
Fantasmas e Inercia
Ramón, vistiendo una camisa azul, conversaba frente a una lápida con el fantasma de su mamá. Trabajo, miércoles cóctel, mi jefe es un cabrón. Qué bien te sienta el azul. De tus camisas ésa es mi favorita.
Se volvió bruscamente al escuchar pisadas en las hojas secas y vio a Marcela acercarse. Vestía la misma ropa de la noche anterior y Ramón se sintió casi transportado al bar. En una butaca le soltó sin preámbulos: “Debemos terminar, ya no te quiero”. Ramón olvidó al fantasma de mamá sentada en una cruz y arrancó a correr. Corrió al principio sin convicción pero al mirar hacia atrás vio a Marcela siguiéndole a grandes zancadas, con el vaso de cerveza en la mano y los ojos muy abiertos, a la vez que decía: “Debemos terminar, ya no te quiero”. Supo entonces que no podría ya parar.
Y corrió, siguió corriendo desde entonces. No más trabajo ni estúpidos cócteles. Mejor no haber traído la camisa roja: se arruinaría con el sudor. Viró la cabeza una tarde y se alegró al descubrir que Marcela ya no le seguía. Se sentó en la acera a descansar. Las piernas se debatían en violentas sacudidas, el pecho se dilataba y se contraía, la vista se le nublaba y una herida le taladraba el estómago: el hambre. Marcela entonces saltó de entre las piedras, se instaló en su butaca y empezó a decir. “Debemos terminar, ya no te quiero”. Corre.
Corre. No sea que te alcance. Corre. No te detengas nunca. Corre. No te abandones. Corre. Te seguirá por siempre. Corre. No podrás parar. Corre. Inercia. Corre. La tendencia de los cuerpos a conservar el estado de ánimo o de reposo en el que se encontraban. Corre. Quiero reposo. Corre. ¿A dónde pretendes llegar? Corre. Sólo corre. Corre. Para escaparle. Corre. No mires hacia atrás. Corre. ¿Cuántos años llevas corriendo? Corre. No importa cuántos. Corre. Siempre estará detrás de ti. Corre. No va a soltarte. Corre. “Debemos terminar”. Corre. “Ya no te quiero”. Corre. Está siguiéndote. Corre. ¿No es eso una estupidez? Corre. ¿No te estás volviendo loco? Corre. Detente.
Ramón se desplomó sobre el asfalto de una calle en una ciudad lejana. Violentas sacudidas, hambre, cansancio, inercia. Y fantasmas: Marcela se sentó frente a sus ojos moribundos, con la misma butaca y el vaso de cerveza en la mano: “Debemos terminar, ya no te quiero”. Y Ramón echó a correr.
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Texto de Calamitatum agregado el 14-06-2005.
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Nadie se muere la víspera
Dedicado a Sonia Fortes (Encoruja), por su agradable amistad.
Llegué tarde por diez minutos. Él observaba tranquilamente por la ventana sin demostrar impaciencia. Una cerveza a la mitad le acompañaba y él la golpeaba suavemente sin ritmo. Le saludé un poco agitado y él me rogó que me sentara. Obedecí; su rostro me transmitió una paz que al instante me hizo sentir cómodo. Pasados unos segundos, me interpeló:
- ¿Desea tomar algo?
- Sí, un poco de su cerveza, quizás allí haya un poco de su elixir para la vida eterna.
- No, hombre, ya le dije que no bebo nada para eso.
Llamó al mesero y pidió una cerveza para mí. Después de mis primeros dos tragos, dijo:
- Y, ¿en qué habíamos quedado?
- Quedamos en 1900 – respondí.
- ¡Oh! Sí, 1900. Ya tenía yo 55 años. El país iba tomando forma. Las pequeñas ciudades se estremecían con la llegada de algunas de las maravillas de la Revolución Industrial. ¿Sabe que eso nunca me pareció una revolución? Yo diría que fue todo lo contrario: una involución.
- Ya le he dicho hombre que no me cuente de historia; me la sé de pe a pa – le interrumpí.
- Sí, sólo quiere que le hable de mí, ya sé – dijo. Pues verá, como le dije la última vez, Isabel estaba un poco vieja y empezaba a padecer sufrimientos terribles. Yo hacía todo lo posible por mantener nuestro estilo de vida pero las deudas comenzaban a preocuparme. Mi labor en el periódico se estaba reduciendo y las constantes peleas con Luis Aguirre hacían que fueran cada vez menos los artículos que me encargaban. Mi hermana Estela había perdido su segundo hijo y su esposo definitivamente habíase hundido en lo sórdido. Eran los peores días de esos últimos veinte años. Con los meses, la salud de Isabel empeoró y un galeno, viejo amigo mío, me informó que en cualquier momento ella moriría. Sucedió así en el año 1902. El presidente José Manuel Marroquín vendía el país a pedacitos. Isabel murió reprochándome mi decisión de no ser padre y por consecuencia, de no hacerla nunca madre.
- ¿No se entristeció usted?
- ¿Por la muerte de Isabel? Sí, mucho. Ahora ya no es tan triste. Muchas mujeres se me han muerto.
- ¿Por qué no quiso nunca tener hijos?
- Quizás porque presentía que iba a vivir mucho tiempo y tendría que verlos morir; es más difícil ver morir a un hijo que a una esposa.
Definitivamente me impacienté. Habíamos tenido tres entrevistas con esta y yo no me resignaba a creer, pese a las pruebas, que estuviera tan viejo. Estaría pronto a cumplir 160 años y se veía apenas más viejo que yo que era menor por 115 años. Colmado de escepticismo, quise poner punto final a esa estúpida conversación:
- Bueno, mire, – le dije- déjese de cuentos y dígame de una vez qué ha hecho para conseguir su longevidad.
- ¿En serio quiere saberlo? – respondió.
- Sí, obvio.
- No me va a creer. Nadie me cree.
- No importa, dígame.
- Mire, es sencillo. No es un elixir ni un pacto con el demonio, ni ninguna de esas sandeces que tantas veces me han insinuado. La razón por la cual he vivido tanto tiempo es más sencilla de lo que usted se imagina. Es una frase que me repito día a día: “Me muero mañana”. Y como el mañana nunca llega y siempre es hoy, entonces nunca me he muerto. “Nadie se muere la víspera”.
Mis ojos centellearon de cólera. Estoy seguro de que pensó que iba a creerle. Saqué mi billetera y tomé el dinero suficiente para pagar las dos cervezas, lo puse sobre la mesa y me levanté indignado. “Vaya a tomar a otro del pelo”, le espeté al salir. Crucé la calle y encendí mi auto. Lo observé una última vez: daba un sorbo a su cerveza. Me marché y no he vuelto a verlo desde entonces.
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Texto de Calamitatum agregado el 16-06-2005.
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La Página de los Cuentos - www.loscuentos.net - Calamitatum - 'El gato'
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El gato
Dedicado a Nuray, con todo lo abstracta que resulta.
La noche está poblada de ruidos extraños. Leves rumores, gorgoteos indefinibles, sonidos casi imperceptibles.
El gato entró por la ventana semiabierta al cuarto en el que dormíamos mi esposa y yo. Solíamos dejar esa ventana para que él, que siempre dejaba las noches para vagabundear, entrara cuando quisiera. Pascual, se llamaba el animalillo. Por lo general, entraba en las horas de la madrugada, casi cuando Adela y yo estábamos a punto de despertarnos para emprender nuestras labores diarias.
Mas esta vez el gato hizo demasiado ruido y mi esposa y yo nos despertamos de inmediato. Pero el ruido que hacía era espeluznante. Y no sólo el ruido, que venía a parecer un gemido, acompañado de una respiración flemática y desesperada, sino que sus movimientos eran espeluznantes también. Se retorcía, como si padeciese un fuerte dolor, trataba de caminar y, lo que parecía ser un fuerte mareo lo arrojaba al suelo donde era sacudido por desgarradoras convulsiones. Mi esposa fue paralizada entonces por el miedo y se aferró fuertemente a mi brazo. Me preguntó qué le sucedía al gato. Yo no supe qué responderle; solo alcanzaba a observarlo un poco con la precaria luz que entraba desde la calle por la ventana y, he de reconocerlo, también temblaba de miedo.
Tenía Pascual alrededor de tres años. Nos lo había regalado la abuela materna de mi esposa. Era blanco con pequeñas manchitas negras y no era propiamente de una raza fina. Era un gato de esos que se conocen como gatos callejeros, de lo cual tenía un poco.
Al principio temí que el gato hubiese sido envenenado y que por eso evidenciara ese sufrimiento. Luego llegué a pensar que era peste rábica lo que había pescado y alcancé a temer por nosotros. El gato estaba en el suelo convulsionando. Trató de acercarse en una oportunidad hasta la cama y mi esposa me pidió que encendiera la luz para ver qué le sucedía. Le dije que podría ser peligroso, que quizás padecía de rabia y podría atacarnos. Ese temor nos petrificó en la cama y permanecimos así varios segundos, hasta que el gato decidió volver a salir por donde había entrado. Escuchamos toda su agonía subiendo al techo; allí llegaba al vórtice de su padecimiento. Casi gritaba con ese sonido infrahumano que caracteriza a estos animales cuando se aparean; ese llanto de bebé.
Mi esposa y yo salimos al patio a observar un poco al animal. Efectivamente, estaba en el techo y se retorcía. Demostraba un profundo dolor. Fue ahí cuando la compasión me llevó a tomar una medida desesperada. Entré al cuarto y tomé mi escopeta, la cargué con una bala y salí al patio dispuesto a acabar con su sufrimiento. Me ubiqué cosa tal que de fallar el disparo, éste no fuera a perforar el techo. Mi esposa me miraba hacer sin interrumpirme, por lo cual deduje que estaba de acuerdo. Apunté al gato y justo antes de crispar el dedo sobre el gatillo, Pascual me observó por última vez. Sus ojos despidieron un reflejo verdoso. Disparé. El impacto empujó al gato varios centímetros y el feroz ruido que salía de su garganta cesó. Un fuerte estremecimiento recorrió mi espalda como una uña y la piel se me erizó. Aturdido aún por el disparo, fui presa de una terrible tristeza y alcancé a recordar vagamente El Gato Negro de Allan Poe.
Más tranquilos, mi esposa y yo fuimos hasta la cocina y tomamos algo de leche caliente para volver a conciliar el sueño. Quedaban aún cuatro horas para que amaneciera y decidimos dejar para entonces el levantamiento del cadáver. Mi gato yacía inerte en el tejado.
Logré dormir un poco y soñé que me arrancaban siete dedos sin que yo experimentara dolor; más bien un bizarro placer. Comenzaba la jornada y despertamos. Nos dispusimos para salir a los quehaceres diarios. Mi esposa me pidió que retirara el gato muerto del tejado sin que ella viera. Entre tanto aguardó en el cuarto. Yo tomé una vieja escalera de madera y subí al tejado. Una vez allí, noté con sorpresa que el cuerpo del animal no estaba y que ni siquiera un rastro de sangre había dejado. Bajé velozmente del techo. Arreglé algunos trastos viejos, los metí dentro de una bolsa y salí con ésta en la mano para ocultar a mi esposa la desaparición del cadáver. Cuando volví le dije que había logrado deshacerme del animal y que ya todo estaba terminado, que no volvería a recibir un gato y que me había dolido mucho asesinarlo. Ella me acarició suavemente y me dijo que también ella lo lamentaba pero que mi decisión había sido muy pertinente.
Desde entonces, las noches están pobladas de ruidos más extraños aún.
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Texto de Calamitatum agregado el 23-06-2005.
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La Página de los Cuentos - www.loscuentos.net - Calamitatum - 'La memoria...'
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La memoria...
A Alberto Quilapán, desde la distancia.
Nota: Bob Dylan nació un 24 de Mayo de 1941...
Abrió los ojos al nuevo día. Una melodía vagaba por su memoria. El corazón le dio un saltito de alegría: hacía mucho tiempo, desde que esa maldita infección le había arruinado el sentido del oído, que no sentía una canción. Tres años habían transcurrido y ya no frecuentaba los bares, los cafés, los lugares donde otrora escuchara esa manera de hacer arte: la música; esa bonita poesía de los vientos y los golpes y las cuerdas.
Tomó un baño, un café caliente, ropa cómoda y salió a trabajar mientras trataba de repetir en su cabeza el compás, las notas, el ritmo de esa canción con la que había despertado, para que no fuera a escapársele tan pronto; esa canción que aún no atinaba a recordar completa, de la que había olvidado nombre y letra. La habría escuchado vagamente, quizás borracho, entre los brazos de maniquí de alguna prostituta.
Toda la mañana estuvo en esa labor de reconstruir el trozo de canción con el que había abierto los ojos. Un trozo que lentamente se hacía más extenso. Sí, luego seguía eso, seguían esas cuerdas, ese viento; instrumentos casi que muy modernos. Un estilo desafiante el de esa canción, por cierto. Fue construyendo pacientemente toda la pieza y casi que perdía concentración en las obligaciones del día. Tarareaba torpemente y de repente le llegó, como una iluminación, la letra del estribillo de esa olvidada melodía:
...the answer, my friend,
is blowing in the wind,
the answer is blowing in the wind...
Era un 24 de Mayo del año 1941 y él, sordo hacía tanto tiempo, recordaba una canción de un Bob Dylan que habría de nacer ésa misma tarde. La memoria es caprichosa...
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Texto de Calamitatum agregado el 28-06-2005.
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La Página de los Cuentos - www.loscuentos.net - Calamitatum - 'No me odiés'
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No me odiés
A Peinpot, ésa maestra...
Vení, no me odiés, no te pongás así, que cuando te ponés así las cosas se nos complican y nos tratamos mal y nos decimos cosas feas; vení acercate, tratá de comprenderme. Mirá que no fui yo quien mató a tu papá aunque fue esa mano derecha mía la que apretó el gatillo y le hundió una bala en el pellejo al gordo estúpido de tu papá, que además no era tu papá sino tu padrastro y te miraba con esos ojazos de querer devorarte, no sé por qué te enojás, yo no maté a tu papá sino que él, tu padrastro, se hizo matar tratando de impedir que vos y yo estuviéramos juntos, no me odiés, no te pongás así. Mira que no fui yo quien mató a tu mamá sino un alterado otro yo mío que se molestó porque tu vieja, esa insoportable, se puso a berrear encima de ese muerto que ahora era tu padrastro y se untó de sangre, se embadurnó de sangre y a mí me entró ese mareíto y ese otro yo mío se enojó y disparó a mi pobrecita suegra, pero entendé que no fui yo nena, no te pongás así, no me busqués camorra con esos ojotes que te gastás, no seás tan cruel conmigo, no me odiés que no fui yo quien mató a tu hermano sino que él, que era todo brusco, empezó a estrujarme y yo que soy tan flaco no podía defenderme y mirá que mi mano derecha y mi otro yo se pusieron a conspirar y le dispararon al grandísimo bruto de tu hermano, comprendé que él se lo buscó. ¿Por qué me mirás así? ¡Pues así como me estás mirando, con esa boca toda dislocada! ¿Por qué te vas poniendo fría, te vas poniendo inerte?¿Cómo se dice? ¿Te vas inertizando, te vas poniendo yerta? ¿Por qué te ponés tan indiferente conmigo y vas sólo cerrando los ojos nenita? Mirá que yo no te maté, sino que quien disparó fue esa mano derecha y traidora mía, que ya es un ente completo que piensa y dispara y entendé que no fui yo, sino la cretina ésa, desesperada por las circunstancias, no te me murás, mirá que trataban de separarnos, no te pongás así, no me odiés...
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Texto de Calamitatum agregado el 14-07-2005.
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La Página de los Cuentos - www.loscuentos.net - Calamitatum - 'Hábitos'
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Hábitos
A Buhomatrix.
Ramiro cruzó el parque a paso inseguro. Miraba inquieto a izquierda y a derecha. Un silbido atravesó el silencio y alertó a Manuel quien comprendía así que una posible víctima merodeaba por el lugar; se dispuso entonces a realizar su trabajo. Se escondió un momento tras un árbol y atisbó a Ramiro quien continuaba su nervioso caminar. A Manuel le pareció trabajo fácil: el muchacho no se defendería. Trató de seguirlo sin que él se percatara de su presencia y lo asaltó por la espalda.
- No se mueva hermanito o le vuelo la cabeza – susurró Manuel al oído de Ramiro mientras presionaba un tubo metálico, frío a esa hora de la noche, en el cuello del incauto muchacho. Era sólo un tubo metálico, no un arma como pretendía hacerlo parecer Manuel. Ramiro trató de volverse rápidamente mas el ladrón lo sujetó del brazo con fuerza y le dijo: Ya le dije que no se moviera. Más bien déme todo lo que tiene, la plata, la chaqueta y muéstreme esa cadenita.
Ramiro había alcanzado a distinguir el rostro de Manuel y le dijo:
- ¿Papá?
- ¡Papá! Si fuera su papá no lo estaría robando ‘manito, no se me haga el chistoso – contestó Manuel.
- Papá, soy yo, Ramiro, su hijo, el hijo de Martha.
Manuel palideció. Soltó bruscamente al muchacho y mientras escondía el tubo en su chaqueta observó a Ramiro quien trató de sonreír. Manuel reconoció el enorme parecido que había entre ambos.
- ¡Muchacho! – dijo con vos temblorosa el ladrón. ¿Qué hay de Martha?
Ramiro, sintiéndose más seguro, se acercó a su padre abriendo los brazos pero éste lo detuvo y simplemente le tendió la mano. Lo observaba con desconfianza. Ramiro tratando de ocultar su turbación y de romper el hielo articuló:
- Mamá está mal. Por ella he venido. Me ha dado todas las indicaciones para encontrarlo y lo he estado buscando pero nadie me daba razón de usted. No sé por quién me han tomado. Yo sólo quiero contarle que… bueno, mamá me habló de usted, me dijo que lo buscara, es que ella está enferma, muy enferma y por fin respondió a mis súplicas y me habló de usted y … - hablaba atropelladamente y Manuel le interrumpió.
- ¡Calma hombre! – dijo sonriendo – no me lo vas a contar todo de un tirón. Habla despacio. Vamos a caminar por ahí. ¿Qué haces a esta hora por aquí? Es peligroso, hay ladrones.
- Me pareció la única forma de encontrarlo. Es que lo he buscado tanto y mamá me dijo que usted… bueno, trabajaba aquí en las noches.
Empezaron a caminar. Se toparon con Felipe, que era quien había silbado advirtiendo a Manuel sobre la víctima; los miró con inquietud. Manuel le hizo un guiño para que perdiera cuidado. Tomaron por una calle solitaria y Manuel preguntó:
- ¿Entonces está mal la vieja Martha?
- Sí, muy enferma – respondió el muchacho.
- Ha sido una mujer fuerte. ¿Cuántos años tienes tú?
- Diecisiete.
- Ya han pasado diecisiete años, ¡vaya! – dijo silbando de asombro Manuel. Sos ya todo un hombre.
Ramiro sonrió. Siguieron caminando y el muchacho empezó a hablarle con algo de soltura de esto y de aquello; de la vida en el pueblo, de Martha, de la enfermedad que la aquejaba, de cómo había ocultado que Manuel aún seguía con vida, de su travesía para encontrarlo y del mensaje que Martha le enviaba: “Ramiro va a quedarse solo. Alguien le ha dicho que usted está todavía vivo y ha insistido mucho para que yo le cuente de usted. Conózcalo, trate de regalarle algo de tiempo. Es importante para él…”
Ramiro había entrado en confianza y mientras transmitía fielmente el mensaje de Martha su papá se iba quedando rezagado, presa de una extraña ansiedad. El muchacho siguió hablando religiosamente y cuando se volvió notando que su papá ya no estaba a su lado, recibió un contundente golpe en la cabeza que le hizo perder la conciencia. Siguieron a ése, más golpes cargados de encono, los cuales acabaron con la vida del muchacho. Manuel estrujó el cuerpo de su hijo y tomó las cosas de valor que poseía. Finalmente limpió en la ropa del muchacho las manchas de sangre en su tubo metálico y escapó.
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Texto de Calamitatum agregado el 18-07-2005.
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A mansalva
A Gerardo Jara (Selika), por compartir con nosotros sus letras...
Un hombre alto, vestido con camisa azul, corbata del mismo tono gris del saco y el pantalón, gafas oscuras y ataviado con costosos anillos, le decía a Martín:
- Usted va a tomar la Avenida Simón Bolívar y va a girar luego en la Autopista Sur Oriental. Luego virará a derecha en el segundo semáforo. Más o menos a una cuadra encontrará usted una fonda que se llama “Paraíso Terrenal”. Hay cuatro mesas afuera. En la primer mesa, de las de la calle, que usted se encuentra, es decir, en la de la punta izquierda de la fonda estará el sujeto conversando con dos mujeres rubias y de buen porte; tienen cita ahí...
- ¿Cómo sabe que se van a sentar en esa mesa? – le interrumpió Martín.
- Yo sé lo que le digo hombre, siempre se sientan ahí – respondió el hombre. Como le decía, usted tiene que matar al sujeto, él va a estar dándole la espalda, por eso le doy la ruta, para que él no lo vea llegar y no se ponga suspicaz.
El hombre terminó de dar las instrucciones y se marchó. El trabajo sería para las cinco de la tarde y Martín y Alfredo tuvieron aún tiempo para conversar. Martín tenía mala espina con ese trabajo. Había notado un inusual nerviosismo en el hombre – inusual con respecto a los hombres que generalmente solicitaban sus servicios – y temía que quizás todo se tratara de una trampa. Pero Alfredo lo tranquilizó diciéndole que el cliente era de confianza y a Martín no le quedó de otra y le creyó; Alfredo siempre era quien se arreglaba con los clientes.
Un rato después, Alfredo daba el start a su motocicleta y se evidenciaba allí su alta potencia. Martín se ponía el casco y aseguraba el arma a la cintura. Arrancaron y pronto tomaron, como en las instrucciones, la Avenida Simón Bolívar y la Autopista Sur Oriental. El semáforo citado estaba en rojo cuando ellos llegaron y tuvieron que esperar un poco. Martín estaba inquieto. Gato encerrado había ahí. La luz se hizo verde y cruzaron; a lo lejos atisbó Martín la fonda. La mesa indicada estaba ocupada por tres personas: un hombre y dos mujeres; él dando la espalda y ellas sentadas a su lado derecho. Martín dio una veloz mirada a toda la escena y no encontró nada sospechoso. Algunos metros antes del sujeto disparó. Tres balas se hundieron en el cuerpo de un hombre alto, vestido con camisa azul, corbata del mismo tono gris del saco y del pantalón, gafas oscuras y ataviado con costosos anillos.
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Texto de Calamitatum agregado el 18-07-2005.
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El Hijo
A Thelma por su constructiva sinceridad...
José me pidió que llevara una botella de Ron Viejo de Caldas a la mesa catorce. Desde la barra y en cuanto recibí la orden observé al sujeto que ocupaba la mesa. Era un hombre apuesto, que debía andar por la treintena de años y que vestía un poco como un criminal: sus ropas, sus guantes y el pasamontañas eran de un negro profundo. Inquieto me observaba desde su lugar y yo, satisfecha por encontrar simpático al primer cliente de la noche, me dirigí sin prolongar la espera.
Ya de cerca lo encontré más atractivo aún. Tenía cejas hirsutas y de un azabache casi tan profundo como el de sus prendas. Los ojos eran exquisitos en tanto que manifestaban una tristeza incurable. Lo saludé:
- Hola guapo.
- Hola mujer – respondió.
Su voz era dulce y casi me estremecí al escucharla. Acto seguido, le pregunté qué hacía un hombre tan buen mozo en ese lugar, refugio de esperpentos sin remedio ni mejoría y de fracasados incapaces de conseguir por su propia cuenta la mujer con la que soñaban. Contestó a eso diciendo que yo no debía juzgar a quienes frecuentaban estos sitios y menos frente a un cliente. Me pareció razonable mas le dije que pretendía hacerle un cumplido. Después me dijo que su padre lo había enviado aquí como recompensa por haber cumplido satisfactoriamente una misión que le había encargado. Me contó que entre tanto había tenido que abstenerse de frecuentar mujeres y que esa era una urgencia en aquel momento.
Quise saber más sobre la misión pero ya no me dio más detalles. Sonó entonces uno de mis tangos favoritos y lo invité a bailar pero se negó y fue directo al asunto.
- Mira mujer, tengo prisa – dijo – y quiero estar en casa lo más pronto posible. Consigue un cuarto. Por la paga no te preocupes, preocúpate por procurarme el mejor de los placeres carnales.
Sacó de un portafolio que conservaba bajo la mesa una gran cantidad de billetes y me dio parte de ellos para pagar la botella de Ron que aún no había destapado. Yo fui hasta la barra y le pagué a José; también le pedí las llaves del mejor cuarto del burdel. Fui hasta la mesa y tomé al sujeto de las manos y lo arrastré contenta porque con lo que lograría sacarle al hombre haría para toda la noche. Contenta también porque, como ya dije, era un hombre sumamente apuesto. En cuanto se puso de pie dejó ver un cuerpo atlético y una estatura significativa.
Entramos al cuarto y lo besé en la boca. Sus movimientos eran un poco torpes quizás porque traía prisa. Decidí entonces entrar cuanto antes en materia y me arrodillé para bajar su bragueta. Descubrí allí un prepucio virginal que me asombró. Le pregunté por su edad y me obligó a callarme posando el dedo índice de su mano derecha en mi boca.
Antes de darme cuenta estábamos sobre la cama besándonos apasionadamente. Empecé a desnudarlo. Al quitarle la camisa pude ver una herida a su costado derecho, algo más abajo del corazón. Una herida profunda que no había sanado del todo. Lo miré interrogativamente pero no dijo nada al respecto. Siguió besándome. Seguí desnudándolo: le quité los guantes y presentaba heridas también en ambas muñecas. Heridas parecidas se veían en sus pies y cortadas superficiales aparecían en su frente.
Cuando debí haber callado le pregunté qué le había sucedido y sólo atinó a pedirme que no dejara de hacerle el amor, que lo merecía; no pude entonces evitar ceder a la tentación y metí mis dedos en la llaga en sus costillas.
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Texto de Calamitatum agregado el 18-07-2005.
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Para consolarse
A Cancerberodog y a Lobezno por eso de escribir...
Mientras el juez hablaba, Mateo iba recordando ese martes fatal. Una historia que había repetido hasta el cansancio y para la que siempre había encontrado oídos incrédulos.
Entró esa tarde a su viejo apartamento y se llevó una impresión desagradable notando cómo había Lucrecia descuidado el orden que tan escrupulosamente aplicaba a diario a esa pocilga. También un extraño olor se le cruzó sugiriéndole ideas terribles que sólo se le aparecieron en imágenes y que no se atrevió a formular en palabras. Mateo aguardó un poco antes de asomarse por el cuarto. Eran las 5:30 en la tarde y no se oía ningún ruido en la cocina que diera a entender que se preparaba la cena. Finalmente, se acercó a la habitación, empujó la puerta y vio a Lucrecia tendida, cuan larga era, en la cama, casi desnuda y con los ojos cerrados. Mateo la observó largo rato sin atreverse a acercársele y con la plena convicción de que algo andaba mal. Cuando por fin pudo avanzar, trató de despertar a Lucrecia pero no respondió. Mateo se hizo más insistente y al tocarla supo que Lucrecia no iba a despertarse nunca: estaba muerta.
Mateo, desesperado, empezó a arrojarlo todo al suelo. Desordenó todo en su cuarto recordando la última discusión que habían sostenido: los reproches de Lucrecia por la miserable vida que llevaban, las veces en las que lo llamó perdedor, pobre diablo y fracasado, su histeria, que era una histeria recurrente y las amenazas que sólo se apaciguaban con una violenta bofetada de Mateo; la misma escena de siempre. Mateo seguía desordenando la habitación atiborrado de una inigualable tristeza.
Trastornado, loco para siempre, salió a la calle. En un primer momento pensó en ir a refugiarse en la casa de su fiel amigo Carlos pero pensó en que vendrían las preguntas y él no quería hablar; no quería decirle a su camarada que su mujer había preferido suicidarse a soportar la paupérrima vida que él –perdedor, pobre diablo, fracasado- le había brindado. Es por eso que tomó la decisión de irse para su pueblo; allí mamá, que sabía cuándo callar, no lo acosaría y, más bien, lo recibiría con brazos abiertos. Mateo se fue y el cadáver de su mujer quedó abandonado entre el desorden de la habitación que compartieron durante un lustro de mala vida.
Ahora el juez hablaba. Decía que considerando que el asesino (ahora lo llamaban asesino) había huido de la escena del crimen y que, en vista de la violencia que había ejercido contra Lucrecia (el caos del cuarto lo probaba) y que, después de haber escuchado a los vecinos de la pareja dar cuenta de las repetidas agresiones entre ambos, y que, teniendo en cuenta además que el criminal (ahora lo llamaban criminal. Lucrecia le decía perdedor) se había declarado inocente siempre a pesar de las pruebas, la corte a su cargo encontraba a este sujeto culpable de homicidio agravado y que por consiguiente lo sentenciaba a 35 años de cárcel sin derecho a apelar.
Culpable. Esa palabra atravesó velozmente la sala de audiencias y llegó a los oídos de Mateo, quien se percató entonces de que el olor que percibió aquella tarde al entrar en casa era el olor de la desgracia. Se le había hallado culpable de un crimen que no había cometido. A Lucrecia no le había bastado con recordarle su fracaso en la vida y se había suicidado, quitándole el cuerpo que tanto amaba y deseaba; y luego esto: culpable. Antes de levantarse se dijo a sí mismo que quizás sí era culpable de la muerte de su mujer en tanto que nunca la había hecho feliz. “Se supone que una mujer feliz no se suicidaría”, se dijo para consolarse. Sólo para consolarse.
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Texto de Calamitatum agregado el 21-07-2005.
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La Página de los Cuentos - www.loscuentos.net - Calamitatum - 'Jazz'
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Jazz
La tapa del piano cayó sobre las manos del negro quien, adolorido, gritó: Jaazzzzz.
Clandestino Rueda.
Todo comenzó así, escuchando Jazz, bailando Jazz. Y es así desde entonces, cada problema lo arreglamos bailando Jazz, cada aniversario lo festejamos con Jazz.
Yo logré que se fijara en mí con una de esas proezas que me habían convertido en el bailarín más reconocido de toda la ciudad; una de esas vibrantes sacudidas que me poseían en un sollo de piano, o escuchando a Louis Armstrong o a Nat King Cole. Ya todos los hombres asistentes a la fiesta habíamos puesto los ojos en esa belleza, pero de alguna forma todos sabíamos que si yo me decidía a actuar, saldría robándole el corazón; y así fue.
- ¿Bailas?
- No tan bien como usted.
- No importa, vení, dejate llevar.
Y bailamos, The one for me de Humphrey Lyttleton y Buddy Tate, nunca lo olvido, despacio, sin mucha alharaca y sin embargo, nos dejaron la pista para los dos solos, creo que por su belleza más que por mi gracia. Ya luego bailamos toda la noche. Ya luego bailamos todas las noches.
Nos cuidamos de mantener esa chispa siempre. Nos hemos citado una noche cualquiera en cualquier club de Jazz; hemos pedido mesas separadas y una botella cada uno del mismo ron. Yo le he dicho a la banda “por qué no se tocan The feeling of jazz de Duke Ellington?” y me he acercado a su mesa: “Señorita, me permite bailar con usted esta pieza?” “No bailo con desconocidos” me ha dicho y la he arrastrado entonces al centro de la pista, “No se me resista que yo sé que quiere”. Hemos intercambiado una mirada de mutua comprensión cuando el clarinete se ha equivocado y hemos recordado que no ha habido mejor pianista que el flaco Arenas cuando de tocar como Duke se trata. “¿Cómo se llama usted?” le he preguntado cuando pasamos cerca a una pareja que baila, “Paulina”, me ha contestado y no he podido evitar reírme porque veo venir otra escena de celos por la loca de Paulina. Nos hemos ido al rato del club, dejando que los que allí quedan, salvo algún conocido, se figuren una historia de amor de ésas que nunca les toca vivir.
He llegado con el tiempo a pensar que lo que más brilla entre nosotros no es el amor sino la música, lo mucho que nos compenetramos bailando, lo sensual que resulta movernos con la cadencia de algo como “Fine and Dandy” de Stephanie Grappelli y Earl Hines, porque siempre – incluso aquella primera noche – que nos decidimos a bailar terminamos entre sábanas, ya sea en nuestra casa o en algún motelucho de las afueras de la ciudad. Siempre, incluso hoy con los años que han pasado.
Esta noche sólo espero que se vayan los amigos, los hijos (el primero de ellos concebido esa primera vez) y los nietos que han venido a celebrar nuestro aniversario número treinta, y que se vaya incluso la banda que tan bien toca, para decirle al oído: “andá vieja y ponete algo de Bill Coleman y bailemos hasta que se vaya la noche”.
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Texto de Calamitatum agregado el 01-08-2005.
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La Página de los Cuentos - www.loscuentos.net - Calamitatum - 'Vengo'
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Vengo
Dedicado a TheWillow y a Ovich.
Vengo a asentar, ¿o debo decir sentar?... Vengo a sentar las bases de algo importante, de algo trascendental. Vengo a fundar la totalidad, a partir en dos la historia si es que acaso la hay. Habrá un antes y habrá un después. Del antes no se sabrá nada y durante el después se buscarán respuestas para ambos. Vengo, o de hecho no vengo: estoy; no hay camino, se hace camino al andar y aún estas rutas no las he caminado, por ende no existen. Vengo, perdón, estoy, para que caminos, proyectos de caminos, caminantes, flores de esas de al lado del camino (¿qué es una flor?) y otras vaguedades sean, existan. Estoy aquí, para empezar, no sé si de nuevo (¿hubo algo antes?), no sé si por primera vez; no sé si para empezar algo duradero o algo que tan sólo tome un instante (¿qué es un instante?). Vengo, soy, estoy. Y se me ocurre que diré algo como: “Hágase la luz” y cierta claridad nacerá entonces.
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Texto de Calamitatum agregado el 02-08-2005.
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La Página de los Cuentos - www.loscuentos.net - Calamitatum - 'Promesas rotas'
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Promesas rotas
A Santiago Repetto (dehumanizer). Hay un Arco Iris en la oscuridad....
Se viste. La camisa acentúa su, ya prominente, barriga. Beatriz lo mira hacer y lo interroga con los ojos. Beatriz sabe que ya las arrugas están ganándole una batalla perdida de antemano. La vejez se le ha ido acomodando en la boca, en las bolsas de los ojos, en el ceño irremediablemente fruncido por los golpes de la vida y el paso de los años. En el vaho irrespirable del cuarto de Beatriz, aromas a sexo cansino tratan de hacerse notar: vagamente, en los dedos, a Miguel un olor a hembra vieja le subsiste. Sigue vistiéndose y la mira: envejece. Beatriz y Miguel saben que cada día es trascendental para ambos; no se puede recuperar si se pierde.
Miguel le regala otra mirada y le sucede que se le parte el corazón. Una grieta, una herida siempre abierta y dispuesta a sangrar. No le hará esta vez la promesa tantas veces rota, promesa de noches de copas, de calenturas incontenibles, de apasionada admiración por la jovenzuela aguerrida que antes fuera. Beatriz, madura, es una Beatriz usada, distinta, demasiado maquillada. Beatriz, un día, cuando todo esté mejor, te voy a llevar conmigo, te voy a hacer mi mujer y se nos van a acabar las penas; las mías que son de soledad y las tuyas que son de tanto trasegar.
Miguel da media vuelta para sorprender en el espejo otro rostro derretido: el suyo. Otra vejez; ni siquiera puede terminar decentemente una faena de sexo como veinte años atrás. Ahora la interrogación que tiene Beatriz en los ojos es una aguja que se clava implacable en la nuca de Miguel. “Déjame oírte prometer otra vez todos esos tesoros solares que llevas dentro”. ¿No lo vas a prometer una vez más? ¿Cómo veinte años atrás?
Miguel vuelve a encarar a la dama que ahora le mira con un agrio gesto de rencor. Con un agrio gesto de desesperanza. Y encuentra él la más elocuente manera de hablarle: ajusta su correa, saca del bolsillo dos billetes de veinte mil pesos colombianos, se los arroja con cuidado en las piernas, la besa en la frente y se va; sin decirle una palabra, sin dejarle oír una promesa.
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Texto de Calamitatum agregado el 17-08-2005.
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La Página de los Cuentos - www.loscuentos.net - Calamitatum - 'Mi primer poema'
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Mi primer poema
Nota: Texto escrito para el 10° Taller de Vertientes.
Creo que recuerdo algunas cosas de mi primer poema. Recuerdo incluso su título, pero lo diré en un rato. Primero voy a contar lo que lo inspiró:
Andaba yo por la ingrata edad de los siete años y, por una serie de circunstancias que no importan ahora, vivía lejos de mis padres, en otra ciudad, en casa de una tía. Era ella una mujer de veintisiete años muy atractiva, poseedora de un escultural cuerpo, de curvas precisas y fuertes. Habíame adoptado hacía unos meses, como había adoptado también a otra sobrina, mayor que yo por un año, quien ya, por cierto, solía llamarla mamá. Y es que la familia López siempre estuvo compuesta de personajes cabezas locas que andaban diseminando por el mundo hijos que no iban a sostener. Así fui a parar a casa de la menor y más responsable de las mujeres de la familia.
Dada mi condición de varón, fue difícil adaptarme a esa improvisada familia. Peleaba mucho con mi prima y era víctima de pesadas regañinas por parte de mi tía, quien andaba siempre imponiendo una estricta ginecocracia en casa, y, para colmo de males, vivía también allí la bisabuela, senil ella, quien me propinaba en cuanto me veía sendas palizas sin razón. Hoy con el tiempo he notado que parte de mi visión de las mujeres se gestó en ese hogar.
Pasaba también que, debido a la precaria situación económica en la que vivíamos, había tenido yo que cancelar mis estudios primarios. En vista de eso, mi tía, quien carecía de una adecuada pedagogía, enseñábame a leer, escribir y a efectuar las más básicas operaciones aritméticas. Al parecer, aplicaba ella el viejo refrán de hacer entrar la letra con sangre, convirtiendo nuestras sesiones de estudio en insoportables jornadas de sufrimiento, creo que para ambos. Para eso de leer me había dado un libro que se llamaba “El cachalandrán amarillo” en el que se contaban no sé qué historias de aviación. No sé si era de esperarse, pero a esas alturas de la vida, yo no sabía lo que era comprender una lectura y en cuanto se me preguntaba qué había entendido solo atinaba a responder con ininteligibles balbuceos; por consiguiente recibía un par de buenos golpes con el lomo del mamotreto aquél.
Pero, vea usted que no todo era tan malo. Había una recompensa que recibía yo por tanto sufrimiento – aunque quizás quien me la prodigase no la viese como tal para un niño de mi edad – y era que cada cierto tiempo, mi tía se bañaba conmigo. Y cuando digo se bañaba, me refiero a que se desvestía por completo, se metía en la ducha y supervisaba que yo fregara bien cada parte de mi cuerpo. Me bañaba entonces con todo un trozo de belleza femenina. De soslayo siempre andaba viendo el moño de pelo de su entrepierna, sus potentes y firmes senos, sus exquisitas caderas, toda su sensual anatomía. Creerá usted que a esa edad no sentía yo algo de deseo por esas formas, pero se equivocará. Mire que no se trataba propiamente de que tuviera yo una erección, gracias al cielo, o que tocara descuidadamente alguna parte de su cuerpo (sus senos por ejemplo, no sabe usted cómo los recuerdo) pero sí experimentaba cierto placer carnal cuando tenía una sesión de baño con ella. Esa era mi recompensa.
Y luego, mire que yo empecé a sentir curiosidad por eso de la poesía y me decidí a escribirle a mi tía un complicadísimo poema, lleno de palabras que ni yo mismo entendía. Había toda una serie de situaciones que habían influido en mí para escribir ese poema, como que mi profesor de primer año de escuela (cuando estudiaba, en la ciudad en la que había vivido antes con mis padres) fuese un apasionado declamador de lírica. Escribí torpemente un trozo lleno de ridículas rimas que titulé “Oda a una noble tía”, en el que alababa a esa mujer por la ardua labor de mamá que le había tocado ejercer conmigo; allí le hablaba del cielo, de su cándida voz, de las auroras boreales que jamás en mi vida había visto y de pájaros cantores a los que nunca escuché trinar. Era un texto lleno de imágenes vacías y de lugares comunes y de mentiras en tanto que no era a eso lo que quería escribirle. Pero mire usted que yo a esa edad ya era prudente: habría querido, aunque fuese torpemente también, escribirle a mi tía diciéndole que me moría por posar mi boca en sus senos y no lo hice.
Ahora con los años, no sabría decir si lo que me llevaba a soñar con sus pechos era un deseo lascivo o simplemente un anhelo de lactancia, pero me inclino por creer que se trataba de lo primero.
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Texto de Calamitatum agregado el 02-09-2005.
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La Página de los Cuentos - www.loscuentos.net - Calamitatum - 'Breve relato de terror para niños'
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Breve relato de terror para niños
A Fabián Guzmán (fabiangs).
Has visto a ese espeluznante monstruo salirse del espejo y atravesar a toda prisa tu habitación para instalarse en el rincón que queda justo frente a tu cama. Ha venido a asustarte. Ha mostrado su lengua morada, sus peligrosos dientes y ese ojo maligno en medio de su pecho. Ha usado su voz chillona para decirte algo en un idioma que no entiendes. Te has pellizcado para darte cuenta de que sí estás despierto y no has podido contener el miedo y has gritado. Has gritado con fuerza.
Entonces han venido tus padres a socorrerte. Inquietos han encendido la luz y tú, ciego, has perdido de vista al ente horripilante. No sabes dónde se ha escondido, si debajo de la cama, en el clóset o si habrá vuelto al espejo. Le dices a tus padres que un engendro horrible estaba en tu cuarto y te gritaba cosas que no entendías. Has dicho que no sabes dónde se escondió cuando ellos entraron, si debajo de la cama, en el clóset o si habrá vuelto al espejo, porque salió del espejo. Tus padres entonces han intercambiado una mirada y una sonrisa de mutuo entendimiento y te han dicho que tales criaturas no existen. Tu mamá ha abierto las puertas del clóset para tranquilizarte y tu papá ha mirado debajo del lecho con el mismo fin. Tú has puesto velozmente los ojos en el espejo y no había allí nada, sólo reflejos de cosas normales: las de tu cuarto. Te han dicho que no debes temerle a esas cosas.
Después de un rato se han ido. Pero te diré algo, algo que no quiero que se te olvide: Cuando tus papás se miraron y sonrieron lo hicieron porque sabían qué estaba sucediendo; cuando tu papá se asomó debajo de la cama vio al monstruo y éste le guiño el ojo en su pecho. Tú no miraste porque, claro, tú confías en tu padre. Pero allí estaba. Verás, lo que sucede es que nosotros, los adultos, vemos siempre a esos monstruos y ellos nos acorralan, nos amenazan constantemente, nos obligan a vivir como si nada. Nos dicen que los tranquilicemos a ustedes, que les mintamos cuando alguno, como tú, logre captarlos. Porque algunos niños llegan a verlos.
La próxima vez que algo así te suceda, vendrán tus padres y, según las órdenes de los esperpentos, te llevarán a dormir con ellos a su cama. Dirán que lo hacen para tranquilizarte, pero en su cuarto habrá muchísimas más bestias y es probable, muy probable que no duermas.
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Texto de Calamitatum agregado el 21-09-2005.
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La Página de los Cuentos - www.loscuentos.net - Calamitatum - 'La República Independiente de la Inocencia'
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La República Independiente de la Inocencia
A Jorge Elissalde (ceheneo/cafeína).
Frente a la iglesia abandonada Nemesio gritaba sus consignas y daba un sendo discurso que enardecía a una multitud que pese a ello no lograba entender de todo lo que se decía más que unas cuantas frases:
- … y es que, compañeros, estamos en esto solos; solos vamos a salir adelante; solos vamos a establecernos y a surgir para que nuestro pueblo gane la atención que se merece. Aquí no hay alcaldía, no hay más que dos policías y los veo entre nosotros apoyando lo que digo, la iglesia se fue hace rato. Si lo permitimos nuestro pueblo estará sólo poblado de fantasmas. Compañeros, es por eso, por la poca presencia del gobierno central en nuestro pueblo que los invito a alzar el grito de guerra y a constituirnos en República Independiente…
De inmediato la multitud se dejó llevar por gritos de algarabía. Los negros se miraban entre sí y se abrazaban: había llegado su Mesías, el que iba a salvarlos y a librarlos del yugo de un gobierno de blancos que los tenía poco menos que abandonados.
Nemesio había vuelto hacía un par de meses de la capital, decepcionado por la nula atención que se le había prestado en las altas esferas del Estado a sus peticiones. Había regresado profesando rencor hacia esos petulantes de saco y corbata que se habían reído de sus prendas calentanas y había armado lentamente los peldaños de esta revolución.
Incontenibles, los negros fueron recorriendo el pueblo gritando frases que invitaban a todos a celebrar fiestas por su nueva condición. Estaban dispuestos a defender su nueva idea con el filo de los machetes que siempre llevaban atados a la cintura y con los tímidos disparos de un par de escopetas pertenecientes a los dos policías que también marchaban. Uno a uno se fueron sumando los demás habitantes hasta que el grupo entero fue a parar de nuevo a las puertas de la vieja iglesia. Ahí Nemesio aseguraba que aquél templo abandonado era el primer icono que debían destruir en su afán libertario por lo que los habitantes más fuertes tomaron sus herramientas y empezaron a derribar el edificio. Algunos otros fueron por sus instrumentos musicales. Pronto tambores, marimbas y flautas encendieron una animada fiesta. Las negras más jóvenes movían sus caderas con ademanes tan sensuales que por un momento los hombres olvidaron su revolución. Luego vino el indomable licor que preparaban los nativos de este pueblo costero y las pasiones se avivaron más aún.
Cuando se hubo destruido la iglesia por completo, la independencia se instaló en todos los corazones. Los rostros se hacían cándidos y los dientes blanquísimos brillaban. Algunos negros lloraban por una revolución que en últimas no entendían pero por la cual habrían dado la vida. Nemesio fue alzado en hombros y declarado presidente por los más avisados. Unos cuantos se peleaban por el nombre de la nueva nación y otros sucumbían al poder de la potente bebida. En la noche prendieron antorchas y fogatas y asaron cabras y pescados que luego devoraron con gran apetito. Los músicos seguían tocando su amplio repertorio de canciones tribales. Nemesio seguía animándoles a continuar en el camino que acababan de emprender y el pueblo se alimentaba del sabor de sus palabras. Ebrios por el licor y la alegría celebraban mientras de la leña ardiente se desprendían chispas parecidas a los cocuyos que daban un toque cálido a la escena.
Con los rayos del sol del día siguiente fueron entrando al pueblo hombres vestidos de verde oliva y armados como si fuesen a atacar a un enemigo temible. Los primeros en advertirlos fueron quienes adoraban a la piedra con forma de hombre bien dotado, antiguo dios de la población. Los vieron usar su fuerza. Vieron cómo los doblegaban. Entonces supieron que era cierta la leyenda: alguna vez habían estado aquí - iguales a como lucían ahora, tan blancos - y habían cambiado el destino de su gente.
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Texto de Calamitatum agregado el 10-10-2005.
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La Página de los Cuentos - www.loscuentos.net - Calamitatum - 'Swan Song'
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Swan Song
A Iván René León Garzón(Reconcomiosapiens).
Se le había ido la musa hace tiempo. Cierto era que aún escribía articulillos para algunos periódicos sobre los que se volcaban hambrientos sus lectores. También sucedía que publicaban por ahí algunos de sus cuentos inéditos y los críticos se regodeaban en destrozarlos. Pero la musa habíase escapado y no hacía muchas señas de volver. Él la buscaba con impaciencia: forzaba las situaciones que presenciaba para encontrarles el toque de belleza o patetismo que escondido debían tener. Forzaba a su imaginación pero ésta sólo lograba engendrar pequeños relatos que languidecían hasta ser arrojados al fuego en la chimenea de su gran mansión.
Se fue a buscar entonces la musa a la calle. Le pareció verla en una prostituta, en una vendedora de chocolates, en un ciego – no tan ciego – que pedía limosnas, en una monja. Pero había solamente en sus rostros remedos de lo sublime. Y se le antojó la realidad más patética de lo que había creído.
Se encerró en su casa a esperar que volviera, pero la dama que se le aparecía era la Soledad, que venía cansada de historias y sólo se echaba a dormir después de unas copas, después de unos cigarrillos, después de unos cuantos besos.
Buscó a la musa en el espejo pero sólo se encontró a sí mismo tembloroso, incontinente, amargado, solitario. Sólo encontró su boca desdentada torcida en una mueca angustiosa. Sólo encontró su decrepitud.
Y fue luego de mucho raciocinio cuando le vino la brillante idea; pero esta vez no era la musa la que se la dictaba, sino una fuerza oscura, incontrolable, devastadora. Salió a la calle todas las noches que siguieron. Bajo el manto nocturno se ocultó a esperar que unas cuantas víctimas indefensas le ayudaran a escribir la más grande obra. Les tomaba desprevenidas, les pasaba el filo del cuchillo por el cuello, les arrastraba hasta el río y les desmembraba. Guardaba celosamente uno de sus trozos – ya fuera una oreja, un ojo extraído con asombroso cuidado, un dedo de la mano - en el bolsillo de la chaqueta de cuero para, luego en casa, arrojarlo al horno. La musa era ahora una calavera.
El día lo pasaba encerrado en casa, leyendo en los periódicos, viendo en los noticieros cómo su obra era firmada por el anonimato. Lo buscaban insistentemente, le tendían trampas y no sospechaban de él. Lo saludaban con admiración los policías, las niñeras y las niñas y los niños y los sacerdotes cuando por asuntos ineludibles debía salir. Les sonreía. Se burlaba. Había dejado de temblar.
Hasta que cedió de nuevo al hastío. Vio como todo su hacer se hundía en la inutilidad. Se sintió de nuevo solo, pobre diablo, abandonado. Dejó de salir incluso en las noches. Se volvió a concentrar en el esfuerzo de hacerle volver, flamante, bella, sublime, divina y portentosa para usarle, beberle la sangre y regar la tinta de sus coitos en miles de líneas sobre el papel. Y no la encontró. Ya no estaba en las prostitutas ni en las vendedoras de chocolates, ni en los mentirosos pordioseros ni en las monjas ni en los cuerpos mutilados. Y no la encontraría ya de nuevo, se había secado, se había agotado.
Escribió en la pared su último canto: “La vida no vale nada”. Imbécil. Como si no lo supiéramos, como si no fuera la certeza que nos corroe y que hace que nos afanemos torpemente. Acto seguido se puso una bala certera en el pellejo. Llevó a triste término su legado y dejó su cuerpo desnudo para los diarios; ellos harían la literatura del caso.
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Texto de Calamitatum agregado el 14-10-2005.
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La Página de los Cuentos - www.loscuentos.net - Calamitatum - 'Esperando el tren'
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Esperando el tren
A Tatiana Flórez (gorgona) a quince meses del Sí.
El sol, una vez abierta la puerta principal, no era el mismo que se veía tras los barrotes o en el patio tres: esa galletita incólume que los reos no solían contemplar. El de ahora era una esperanza. Ismael trató de dilatar al máximo sus pulmones porque el aire de ahora era nuevo, era glorioso. Se habían acabado los años tras las rejas, el inexorable tiempo detrás de muros de excusas que le mantuvieron prisionero durante tantos calendarios. Casi le dijo adiós al policía que cerraba tras de sí la puerta. Casi una lágrima descendió por su rostro atribulado.
Sin un centavo en los bolsillos que de todas formas estaban rotos, con un trozo de pan y un café barato en digestión y un sombrero roído de tanto paseárselo entre las manos fue abandonado a su suerte. La llanura se extendía inmensa ante sus ojos. Liviano, demasiado dispuesto emprendió su marcha. Casi se le olvidaba caminar, casi el verde de los prados. Pero recordaba sí el camino a la carrilera: lo recordaba como si tan sólo ayer hubiérase bajado de las bóvedas ruidosas de una máquina de vapor. Recordaba el tren. Recordaba el camino al tren. Lo de después no importaría, esperaría agazapado al lado de los rieles, arrojaría su sombrero al vagón abierto y se treparía luego dando violentos manotazos para sujetarse. Lamentaría no llevar una guitarra. Iría a cualquier lado, nadie le esperaba; como no llevaba rumbo fijo cualquier tren le serviría.
Se fue contando los pasos hasta que la serpiente de metal oxidado se dibujó entre los matorrales. Olvidó la cuenta; la de los pasos, la de los días, la de los años. Se sentó en la nada, viejo como una piedra, viejo como el mundo pero jamás cansado a observar el horizonte, a darle vueltas al sombrero entre las manos, a ver por enésima vez la foto de Matilde en un trozo de periódico que siempre llevaba en el bolsillo de la camisa; el único sin agujeros. La Matilde pancarta en mano: “Libertad”. La Matilde que lo visitó los primeros tres años. La Matilde que no volvió. La Matilde que andará puteando, vieja y escuálida. La Matilde linda.
Se ha quedado allí desperdiciando sus ojos bonitos en mirar al vacío como los desperdició las últimas décadas entre las paredes de su celda. Se ha quedado allí y lleva horas esperando aunque no importa porque esperar es lo que mejor hace. Pero deberían decirle las flores o las piedras o las briznas de ocre hierba que los trenes dejaron de pasar por esta ruta desde los primeros años de su encierro. De ese encierro que felizmente ya hace parte de su pasado.
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Texto de Calamitatum agregado el 25-10-2005.
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La Página de los Cuentos - www.loscuentos.net - Calamitatum - 'Embestidas'
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Embestidas
A Desleal.
Lo atacan de manera concienzuda aquí y allá, casi al unísono. Le desangran lentamente, sus fauces hambrientas son incontrolables tubos que terminarán por succionarle un día hasta el último centímetro cúbico de los líquidos corporales. Han encontrado el lugar perfecto para vivir: la limpieza allí es escasa y sólo pasa de cuando en cuando una peineta.
Mario pasa la peineta por su cabeza. Los piojos se acomodan de nuevo y vuelven a atacar. Luego los dedos de Mario, luego la grasa en las uñas y quizás un pequeño bicho. La camisa se le pega al cuerpo por el sudor. Querría un vaso de agua pero se conforma con carraspear un poco. Unos segundos después escucha su nombre desde el fondo del despacho con la puerta semiabierta. Carraspea y pasa la peineta otra vez.
La conversación es pesada. Se diría que el ventilador tiene preferencia por el entrevistador quien ni siquiera transpira. Preguntas van y vienen. Respuestas tristes cortan el calor. Mario vencido habla de su vida laboral como si se tratara de una historia burda sacada de los diarios. Lo que uno llamaría trenzas de hierba seca suben por su garganta y la lengua se revuelca en cemento; Mario mataría por un poco de agua. Y por un poco de comida; el estómago anhelante es un agujero negro que amenaza con tragársele la cabeza. Y el calor; el ventilador zumba pacientemente y cada tanto algún reflejo en la calle envía zarpazos de luz solar que se cuelan entre las persianas. Palabras torpes salen de su boca seca y el cuero cabelludo se le empantana; pese a ello los piojos siguen embistiendo. Las manos de Mario se tensan; se antojan; las uñas harían delicias con el intenso picor. Mario sigue balbuceando. Respuestas tristes.
El aire no se mueve, es aire de burdel: viscoso, rojo, insoportablemente cálido. Los ojos del hombre detrás del escritorio, los ojos del inquisidor siguen una gota de sudor que se resbala a través de la frente árida de Mario; gota salada que arrastra a un intruso atiborrado de sangre, ebrio al que se lo lleva la corriente. Complacido y asqueado el hombre dice:
- Lo llamaremos si le necesitamos.
Mario sabe lo que eso significa. Si tan sólo le devolviera la hoja de vida en vez de botarla como hará. Si tan sólo Mario consiguiera un trabajo: se compraría un veneno para las putas liendres. Las haría saltar, la piel se les caería, se retorcerían de dolor.
Ya en casa la puerta se abre para Mario quien cruza con lentitud el pasillo. Al fondo una mujer que se rasca la cabeza le interroga con la mirada. Mario hace un gesto. Respuesta triste. Una vez en el baño, las uñas se regocijan.
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Texto de Calamitatum agregado el 16-11-2005.
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La Página de los Cuentos - www.loscuentos.net - Calamitatum - 'Volver a empezar'
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Volver a empezar
A Iwan al Tarsh por las sonrisas, aunque no le pague con la misma moneda.
Se sentó a la mesa de siempre. Pidió un trago y bebiendo decidió matarla. Lamentó no haber tomado antes tan sabia decisión. Copa apurada, arma cargada, salió a buscarla, a encontrarla. La encontró y escondido, tan bien escondido como se debe en estos casos, disparó una bala que se fue rozando la locura de sus cabellos, los dueños del aroma que nunca pudo borrar de su almohada. Sangre corrió precisa.
Pero después de todo, había que volver a empezar. Se sentó a la mesa de siempre. Pidió otro trago y bebiendo decidió volver a matarla.
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Texto de Calamitatum agregado el 18-11-2005.
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La Página de los Cuentos - www.loscuentos.net - Calamitatum - 'Las dos caras de la mancha gris'
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Las dos caras de la mancha gris
Basado en una historia real y dedicado a Carmen Elvira Posada Rivera (Carmen_Posada).
La cara nocturna .
Hay una mancha gris en la pared
de cierto modo es un sabotaje.
De entre las sombras de una noche de ciudad
aparece un rostro inquieto que mira a lado y lado.
La calle le sonríe.
El hombre (el del rostro) saca de su mochila un arma
para disparar trazos de ingenio y crítica mordaz sobre el muro que ha callado.
El ruido del aerosol hace que los pelos se le ericen al flaco que pinta,
que dice,
que grita sin voz,
subversivo que huye perdiéndose de nuevo entre la oscuridad.
De nuevo la pared habla,
de nuevo tiene más que oídos.
La cara diurna
Es ya medio día.
Ya ojos, muchos ojos,
han tenido tiempo de escuchar
lo que la pared vocifera.
Ya rostros se han afectado en muecas que ríen
ya subconscientes absorbieron el mensaje.
Es hora entonces de que,
el viejo cretino de siempre,
se rasque la barbilla,
masculle un madrazo
y anote sonriente en su libretita roja
lo que los trazos clandestinos
dicen sobre lo que ayer
era su silencio,
su enmudecimiento,
su callada burla gris.
Destapa el tarro,
humedece la brocha,
esparce gordas puñaladas que asesinan las palabras.
Desde la esquina el graffitero le observa,
le maldice y le bendice
porque habrá entonces de nuevo
un espacio para su diálogo.
Para cuando llegue la noche
una mancha gris será una página en blanco.
En cierto modo un sabotaje.
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Texto de Calamitatum agregado el 22-11-2005.
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La Página de los Cuentos - www.loscuentos.net - Calamitatum - 'Ojos abiertos'
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Ojos abiertos
A CapitanDormido.
Me encontré su cuerpo entre los cañaduzales. La boca se me hizo agua; yacía desnuda y agarraba con su mano derecha el prado mientras con la otra pretendía ocultar, de las miradas d | |
Calamitatum,20.01.2006
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Hmmm, Creo que no salieron todos los cuentos dedicados. Sigo:
Ojos abiertos
A CapitanDormido.
Me encontré su cuerpo entre los cañaduzales. La boca se me hizo agua; yacía desnuda y agarraba con su mano derecha el prado mientras con la otra pretendía ocultar, de las miradas de quienes hallasen su cadáver, su entrepierna. Sangre coagulada no dejaba ver las comisuras de sus labios mientras sí se veían los dientes a punto de caer. La lengua parecía demasiado grande para el conjunto de su cara. Las rodillas estaban juntas mientras los tobillos se empeñaban en separarse. El cabello era una mezcla de barro y algo semejante a semen. Éste último era quizás demasiado por lo que parecía, había sido ultrajada por toda una pandilla. Me quedé contemplándola un buen rato. El espectáculo era delicioso y desgarrador sobre todo por la opulencia de su desnudez y por el sufrimiento que aún delataban sus ojos terriblemente abiertos. Esos ojos aún brillaban, aún miraban. Algo de morbosa excitación me hormigueaba por todo el cuerpo. Pese a que quería quitarle la vista de encima no lograba hacerlo. Prolongaba el momento, aplazaba le decisión de largarme dejando el cuerpo para las aves negras. Si no descubrían pronto sus restos vendría cada tanto a disfrutar del espectáculo, de la caricia olfateable de sus podredumbres.
Hasta que vino el desvanecimiento. Sí me había asombrado hacía unos instantes el no sucumbir a mi sempiterna debilidad a la sangre. El entorno se me fue haciendo amarillo. Lucecitas se me manifestaban aquí y allá. Me maldije por la pusilanimidad justo cuando descubrí la tristeza que me embargaba. Los ojos me ardían por lo que las lágrimas que pronto aparecerían se me antojaban como un alivio, tanto para el dolor ocular como para el del alma, el curioso dolor del alma. Luego vino la sed; tuve la sensación de haber lamido varillas durante horas. La boca me sabía a hierro. También el olor a fango me sacudió. Olor a blanqueador. Con lentitud me fueron doblegando los síntomas hasta que caí de rodillas. Después, de espaldas. El azul cristalino de un cielo lavado por la lluvia reciente me hirió las retinas y los tercos globos oculares, aún así, permanecieron abiertos. Fue ahí cuando lo entendí todo. Empecé por sentirme sola. Pronto vendrían los buitres a picotear mis senos expuestos a la intemperie. Quise moverme pero era inútil; permanecería quieta la eternidad y el frío me calaría en los huesos mientras punzadas con mi hediondez surcarían el aire de aquél paraje solitario. Y sin embargo, el aroma no sería tal para nadie pues pasaría mucho tiempo antes de que alguien encontrara mis ojos abiertos, mis dientes rotos, mis rodillas juntas, mis manos y las hebras que sujetaban.
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Texto de Calamitatum agregado el 22-11-2005.
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La calma
A Derian Passaglia (derian) y a Roxana Torres (_Guerrera_). Un cuento y un abrazo.
“El infierno son los otros” - Jean Paul Sartre
Detesto que hagan eso. Lo detesto porque ésa es otra forma de romper con la calma y cuando eso sucede vienen a la mente los sonidos, esos ruidos de metal chocando, esa histeria colectiva. Por eso detesto que tiren al suelo las mesas con las cartas y tengamos que volver a empezar con el juego. Y me da risa que ellos se disparen con los dedos y se mueran. Justo ahí nos enteramos, o recordamos, que no tenemos cartas, que no hay monedas, que tampoco una mesa en qué jugar, que estamos muertos y hacinados en el infierno. Lo volvemos a notar y por consiguiente se rompe el equilibrio que tantos segundos nos costó construir.
Yo me recobro viendo al hombre que espera el autobús. Me río de su afán. Me río porque todos aquí nos creemos en diferentes condiciones y nos burlamos de los otros condenados. Su afán se me hace realmente gracioso. Con una mano sostiene el sombrero y con la otra las monedas que cada cierto tiempo cuenta a la vez que mira esperando que aparezca en la esquina el autobús. Y todos sabemos que no hay nada en el horizonte pero entendemos que él ve algo como nosotros cuando vemos cartas, pistolas, mesas, cigarros y tragos que no tenemos. Él ve una calle transitada por muchos carros de todos los colores , pero su bus nunca llega y en el preciso instante en que cuenta por tercera vez sus monedas se entera de que no son monedas sino cucarachas y avispas y empieza a gritar. Y los muchachos tiran al suelo la mesa y desenfundan sus manos vacías para dispararse. Se pierde la calma. El metal chirriante nos destroza los nervios. Es así todo el tiempo.
Y también están los otros, los recién llegados, los novatos, que miran todo con aire incrédulo hasta que ven al fondo el tocadiscos. Se apresuran hasta él y sacan del bolsillo monedas-avispas-cucarachas que luego introducen por la ranurita. Todos intentamos detenerlos pero es inútil; volvemos a encontrarnos con que estamos atados y con que no podremos movernos. Ahí arranca la canción: se rompe la calma. Los cretinos estos arrojan al suelo la mesa, el hombre del autobús grita, el novato toma su lugar en la comedia y yo me siento a escribirlo todo una vez más.
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Texto de Calamitatum agregado el 09-12-2005.
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La Página de los Cuentos - www.loscuentos.net - Calamitatum - 'Dios en el cielo'
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Dios en el cielo
Un cuento para vos Juan, para vos y para el Peñarol.
Mauricio sólo esperaba que Dios se manifestara. Que hiciera un gesto, que algo cayera a su paso para hacer un alto en el camino, para virar sobre sus propósitos y tomarle como una causa digna de su lucha. En la iglesia encendió una veladora justo antes de que iniciara la Misa del padre Roberto. Luego se sentó a esperar ansioso. Con los minutos el calor le hizo salir de la nave. Doblaron las campanas y sintió destemplanza en los dientes con el rechinar del óxido del mecanismo que las hacía girar. Volvió a entrar en medio del tumulto de feligreses que tenían la particularidad de no definirse entre seguidores de Dios o del padre Roberto. Mauricio se ubicó justo frente al sacerdote. Advirtió su tez cérea, su mirada inquieta, su preocupación. Quiso ver en esto una señal pero se reprendió inmediatamente por ingenuo. Y luego escuchó.
Cuando terminó la celebración religiosa, Mauro encontró dentro de sí el vacío de antaño: no se sentía invadido por una fuerza distinta a un mero deseo de conservación. Lo lamentó; sin embargo, decidió esperar un poco más por el milagro. Observó detenidamente las imágenes dentro del claustro: Dios era adicto a los mártires. Roberto bien representaba ése papel. Mauricio le siguió un momento con la vista hasta que el cura cruzó una puerta. Mauricio suspiró.
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Mauricio enciende su motocicleta. Aún Dios no da señales de querer detenerlo. Dios languidece. Cuando llega hasta la puerta trasera de la iglesia, Mauro, mirando al firmamento, le espeta al Santísimo su pasividad. Pero el cielo le devuelve un azul tibio, inofensivo. Roberto sale apurado y se espanta con la imagen del jinete negro. Mauro desenfunda su pistola para clavarle tres disparos certeros. Mauro mata al párroco. Mauro mata a Dios quien peca por omisión. Después de eso queda la certeza en tierra de que lo que en este mundo manda es el poder humano, el de los poderosos.
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En este preciso instante, Mauricio se mira al espejo en su cuartucho. Los ojos se le han inyectado en sangre. La boca le tiembla. El corazón, presa de un extraño delirio, va a salírsele. En dos cortos segundos Mauricio se dispara en la cabeza. En dos cortos segundos Mauricio vuelve a dispararle a Dios. Y Dios se muere de nuevo.
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Texto de Calamitatum agregado el 12-01-2006.
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La Página de los Cuentos - www.loscuentos.net - Calamitatum - 'Enajenaciones'
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Enajenaciones
A Rnahimla, buscando desesperado un antídoto.
Nicolás se desenvolvía muy bien en esa escena siempre, pero esta vez había algo especial, cierta magia que nos puso los pelos de punta. Él tenía que atravesar el escenario como si caminase por la calle para luego toparse con su novia y el amante que ella tenía desde hacía días. Nicolás no reaccionaría violentamente, simplemente se dejaría caer sobre la acera apoyando su espalda en la pared de la callejuela; les miraría atónito para luego llorar mientras su novia trataba de explicarle todo. El ensayo y la magia de la actuación de Nicolás fue súbitamente interrumpido por un griterío en la calle. Pese a estar alelados por la fuerza de la interpretación de nuestro compañero salimos a averiguar qué pasaba: dos mujeres se peleaban; disfrutamos un rato del espectáculo y después volvimos entre risas al escenario. Una vez allí nos percatamos de la ausencia de Nicolás. Todos me miraron y el director me preguntó por su paradero. Respondí tartamudeando que Nicolás había salido por cigarrillos. Nos sentamos un instante a esperarlo mientras comentábamos algunas cosas sobre el estreno de la obra, ya próximo. Al cabo de media hora comprendimos que ya Nicolás no volvería. Decidimos dejar así por ése día y nos marchamos.
Al día siguiente le esperamos por más de una hora y al ver que no llegaba empezamos el ensayo sin él. Lo reemplazaría por ése día el director. Ya estábamos todos acostumbrados a sus desapariciones; en mitad de las prácticas solía decirnos que iría por cigarrillos para volver dos días después. El director aguantaba ése comportamiento debido a su talento.
Terminó la sesión y no llegó. La historia se repitió por dos días más. Ya había ido yo a su casa a buscarle pero no le habían visto tampoco allí. Empezaba a inquietarme, preguntaba por su paradero mas nadie sabía responderme.
Fue entonces cuando recibí la llamada de Verónica, la actriz que representaba el papel de su novia en la obra, quien me decía, muy nerviosa, que Nicolás se hallaba justo frente a su casa insultándola. Me rogó que fuera rápido a ver qué le sucedía. Tomé mi bicicleta y crucé velozmente las calles que me separaban de su residencia. Al llegar la encontré mirando por el balcón. Busqué con la mirada a Nicolás pero no estaba. Cuando bajó Verónica me contó lo sucedido: Nicolás había llamado a su puerta en un claro estado de embriaguez; llevaba la misma ropa del día que le vimos por última vez. La llamaba perra y le preguntaba incesantemente el porqué de su traición. Me quedé estupefacto. Luego, según Verónica, había tomado un taxi gritando desde la ventana del vehículo que se vengaría.
Esa misma noche le busqué por todos lados, en los bares que frecuentábamos, en casa de su prima, de su antigua novia, en el altillo que había rentado pero no lo encontré. Se lo había tragado la tierra. El resto de compañeros también emprendieron una búsqueda desesperada mientras el director le maldecía asegurando que asumiría su papel para el estreno. Aún pasaron otros dos días sin que supiéramos de Nicolás. En los ensayos las cosas no fluían muy bien, pues el director no lograba asir el papel ni desprenderse de su sempiterno amaneramiento.
Al llegar a casa, recibí una nota de Marcela, prima de Nicolás, en donde me decía que se lo habían llevado para un hospital, pues al parecer atravesaba por una sobredosis de alguna sustancia. A juzgar por el tono de la carta presentí lo peor. Fui a toda prisa hasta la clínica pero hube de esperar algo más de treinta minutos para ser autorizado a verlo. Entré a su cuarto y le encontré sentado sobre la camilla, en un aspecto bastante desmejorado, con la misma ropa pero despierto. Le miré sin saber qué decir. Cuando notó mi turbación se echó a reír; yo reí también y fui a abrazarle. Con un gesto me dio a entender que ya el trance había pasado.
Ha rehusado hablar del tema. Logró convencer al director para que le dejara actuar. En unos minutos saldrá a escena mientras todos aún tememos porque todo vuelva a repetirse. Pienso en estos momentos en él, en su pasión y en el por qué de su magia. No interpreta, se enajena.
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Texto de Calamitatum agregado el 13-01-2006.
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Nuntucket_,20.01.2006
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Suerte y recuerdos. Es todo lo que se necesita sansón.
Un abrazo. | |
IsamaR,20.01.2006
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Calamitatum, suerte !!!!
Fue un gusto, espero realmente sea un hasta pronto.
:-( | |
gaviotapatagonica,20.01.2006
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he leido y he vuelto a leer y sostengo tus palabras entre mis alas; q no sea un adios sino un tenue hasta pronto; ese es mi deseo y dejo constancia..
piquitos patagónicos | |
el_salmOn,20.01.2006
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¡Descansa en Guerra! | |
post-it,20.01.2006
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ño!!, con lo que cuesta encontrar buenos proveedores.
En fin, buen viaje, que le sea de utilidad.
Salud. | |
Carmen_Vos,20.01.2006
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Pequeño saltamontes... Vuela! Salta! y regresa cuando el vientre llame.
Bonito te espero aquí... o llamáme a la oficina, carajo! | |
clais,20.01.2006
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adiós, compañero! espero vuelva algún día!!! | |
TheWillow,20.01.2006
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Hasta luego. | |
derian,20.01.2006
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Ahí se me va un Cuentista. Me pondré cursi para decirle que despegue con sus alitas, y vuele vuele vuele hasta llegar alto. Ud es un gran, permítame dejarle mi estamación, y un enorme abrazo que lo acompañe.
Pd: vuelva.
Pd2: saludos a su mujer.
Pd3: suerte consigo mismo. Acuérdese, que parezca un accidente.
Pd4: Volvera no cierto? Esto no será lo mismo sin ud.
Pd5: Sólo quería llegar a la posdata 5. Adiós.
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derian,20.01.2006
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Pd6: tenemos un partido pendiente. | |
IsaMaR,20.01.2006
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pd7:Ahra q te fuiste, te diré Cala y no podrás decirme lo contrario. :P | |
el_salmOn,20.01.2006
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tranquilo joejenings que haces sufrir a esa mujer. | |
elhaijin,20.01.2006
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Suerte en todo, muy buenos textos. | |
neftali,20.01.2006
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Esperemos que sea un hasta pronto. Suerte | |
Dehumanizer,21.01.2006
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Uno nunca se va, siempre estamos volviendo.
Un abrazo grande, ESCRITOR.
Santiago. | |
rabdomancia,21.01.2006
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Espero que te vayas para dedicarte al libro, maldito bastardo! | |
tallerdecosio,21.01.2006
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Te borraste pero tienes 30 días para poder reaparecer. El 21 de febrero espero poder ver tu nombre entre nosotros nuevamente. No sé si tu me recuerdes pero dificilmente yo me olvidaré de tu cuento sobre el gato...... Que te vaya bien y que las energías alcancen, en un futuro, para el teclado. SUERTE. | |
vacarey,21.01.2006
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Buen viaje, compañero, buen viaje hacia sí mismo. | |
Renne,21.01.2006
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No tuve el gusto, pero... esperemos que regrese pronto, que solo se tome unas vacaciones y regrese con energia recargada.
Tenga buen tiempo. | |
Quilapan,21.01.2006
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Me resulta triste pensar que no estarás rondando por estos pagos de la manera a que nos tenías acostumbrados, Calamitatum, ya que si bien uno merodea frecuentemente y sube sus textos y todo, creo que te has destacado entre nosotros porque participaste con mucho esmero y nos transmitiste ese entusiasmo tan necesario pese a todo.
Mis mejores parabienes en tus nuevos proyectos, de los que seguro concebirás nuevas ideas literarias. | |
sugey,21.01.2006
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Apenas charlamos pokito y te vas!! muchos saludos, espero k termines tus proyectos y regreses... Fue divertido... saludos desde México. Sugey | |
juanita-calamidad,21.01.2006
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No vuelva sin dedicarme un cuento, por supuesto mis ojos: se los presto.
Calamidad. | |
Reconcomiosapiens,23.01.2006
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Esta es una de las consecuencias de contar con escaso tiempo Cali, hasta hoy me enteré de tu partida y no se si esta botella llegue ya a tu playa, igual la escribo. Entiendo tu requerimiento de tiempo, igual se escribe en el baño, en la mesa durante el almuerzo, en la fila del banco. Cada espacio es un escritorio y una idea que se debe perpetuar. Sabía que tenías tu escritorio fijo por que pa prodigalidad de tus escritos lo hacían ver, yo mismo me preguntaba como puede escribir tanto y tan bien. Hoy me he enterado. Pero con un buen nivel de organización del tiempo se lograría alcanzar el objetivo. No es irse así no más, es la necesidad de estar, apesar de lo poco. Así estoy yo, como un fantasma, escaso tiempo y toda la voluntad. No eres tu el que permanece, son tus escritos y ellos nacen y mueren a tu gusto. Igual cuentarás cuando vuelvas con mis ojos que estarán pendientes con la misma avidez de leer algo nuevo. Gracias por las experiencias y las enseñanzas y suerte. | |
rosendo,23.01.2006
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Buen retorno compañero, te espero aca, o allà, o donde vos quieras... | |
rabdomancia,24.01.2006
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No les hagas caso, Calamitatum.
Volvé cuando quieras...
Menos en estos diez días que estaré de vacaciones... ¡Juas!
En lo posible traé bombones. | |
derian,25.01.2006
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"Todo me recuerda a ti, tu sombra sigue aquí, cada paso que doy, cada historia de amor, todo todo me recuerda a tiiiiii" Sandra Mianovich | |
fabiangs,27.01.2006
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HOla Calamitatum. No sólo se va uno de los mejores cuenteros en esta página, sino un verdadero amigo, y esos no se encuentran en cualquier parte. Yo tengo la esperanza de poder verte pronto en los cuentos.net. Extrañaré mucho tus texto, pero supongo que cuando vuelvas, habrás de tener muchos más, con el mismo ingenio y la misma originalidad con la que nos tenías acostumbrado. Te deseo la mejor de las suertes en todo lo que hagas. Un fuerte abrazo desde la distancia. | |
pickman,27.01.2006
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FABIANGS, ME HAS HECHO LLORAR CON ESA DECLARACION GAY. | |
gorgona,03.02.2006
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calamitatum anda hoy aquí conmigo y les envía un caluroso saludo. | |
PiCkMaN,03.02.2006
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ME IMPORTA UN PEPINO QUE ESTE CONTIGO...
ATTE: SIR RICHARD VON PICKMAN III | |
jeckill,03.02.2006
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Ya, señores, ya. Señor Jorval, señor America, borren este foro que el señor se ha ido sin pagar... | |
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