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Inicio / Lista de Foros / Literatura :: Microcartas de amor / Bajan relámpagos por mis venas a beber el día - [F:10:6359]


Jorge-Lemoine-y-Bosshardt,22.06.2006
Estoy en un café y está en una esquina. Tengo mucho papel. Traje todo el tiempo y tu imagen de plenilunio enterrado.
Escribí primero el sobre y lo miro como para ya haber llegado, como para ser antes que nada adentro tuyo. Conservamos las imágenes y todo crece alrededor.
Eso quiero contarte. Bajan relámpagos por mis venas a beber el día. Mis manos regresan del tiempo con copiosidad de palomas pero más de cerrojos, de clavos, de desesperación endurecida (madurada). Hace tantas caras, tanta sed, tanta presencia, tanta recogida luz muriéndonos, tantas cartas hace que no te escribo, o mejor que no sabes que te escribo. Hoy es tarde. El tiempo siempre ha sido tarde. Nosotros hemos sido siempre nunca. Hoy te escribo desde el peligro, desde el asco, desde la esperanza ciega. Éstas son palabras. Yo vivo contento. Sonrío todo el día. Pero siempre debajo, siempre adentro, retrocediendo raíces. Te recuerdo porque un día, porque tanto nosotros, y ahora que todo es nada te lo digo. No quiero romper los ritos, nunca tuve.
Transpiré estrellas, recorrí veneno, trasbordé el herrumbre, mis huesos que sostienen el mundo.
Yo no creo en mis ojos, creo en mis sueños. Y ahora me pregunto si habré olvidado del todo que por los ojos vos te pareciste a un sueño, y después habías sido siempre antes de la luz. Nos resbalaron las ventanas, nos inundó el recodo, nos retorció la hora pero fuimos salvajemente.
Mi voz se descalzó tantas veces en silencio.
Yo me dije que fuimos como los gusanos: infinitamente. Por eso nos reservamos para el final. No hay final. No.
El principio es un testimonio de repente. Se nos agregaron las bocas, las esquinas, la ferocidad metálica de los ríos. Ahora han pasado muchas palabras. No morimos con ninguna.
A veces admitíamos la tierra, nos besábamos, llorábamos, temblaban las raíces y tascaban piedra los volcanes arreciantes por adentro, se hinchaba la sangre. La luna espoleaba la espuma. Queríamos crecer, morder, gritar...
Callábamos.
La hora de la noche fue siempre la de llorar la mañana.
El tiempo no nos sirvió sino para morir. (Fijo denuedo de la nieve.)
Yo te escribo, asumo la traición, esgrimo el peligro. Digo que siempre te extraño, es cierto.
Las palabras a veces son más que nosotros. Yo sé que me extrañás. Yo sé que somos obedientes, accedemos a las cosas más duras, maduramos, nos pudrimos, nos caemos, siempre somos el tiempo de la rosa. La vergüenza, somos una torpe actitud humana. Inventamos dioses, perdimos la cuenta de nosotros. Todo eso pasamos. El canto se descalza mi sangre de guitarra, tu cara el hueco de mis manos.
Llevamos cada uno mil nombres colgados de los días.
Mi sombra se parece a tu insomnio o a tu sueño.
Todas las cosas crecen de las palabras.
Escribí de azul, hice sombra con mi espera, me alcancé en un sueño. Ahora me busco por si acaso en tus días quedé más de lo que hoy, de lo que yo, de lo que aquí.
Tanto anduve por la veta, por la voracidad numerando alquitrán o carbón final. El oxígeno se enhebró por mi corazón de molino sumergido. Recuerdo el tuyo como un cerrojo de oro, como un gorrión maduro agitándose y ciertos instantes en que el tiempo nos daba la espalda y no supimos crecer. Caminábamos, cruzábamos bocacalles y mil tal vez nos cerrábamos. Ahora tengo dos infinitos en la mano: esta carta o no. Ése es el único indesnudable rito. Elijo y renuncio. Descalzo mi silencio, arreo mi grito vegetal, levo anclas la piedra que remonté poco a poco asumiendo la perpetuidad con mis dientes. Ahora mi actitud es de azul. Mis palabras me parezco a todas las que fui, a todo el silencio, al carbón genital. Accedo a la veta desamordazada.
En el altamar de la noche, tu imagen junto a las otras, recojo mis manos.
Yo quise verte pero eso habría costado sueños y los únicos castillos fácilmente derrumbables son los propios.
Ahora pienso que el secreto es menos doloroso. Me encomiendo a vos como a la tierra. Quisiera que me escribieras desde antes, por qué no. De todos modos no todo lo propio es un derecho y esto tal vez es más tuyo que mío.
Por eso te mandaré ésta en vez de romperla como siempre.
No quiero irrumpir con hachas. No quiero demoler tu sonido de naranja que llevo siempre en los bolsillos.
Un poco me volví caracol.
Ahora se me hace tarde. Siempre se me hace tarde. Es verdad que el tiempo siempre fuimos tarde. Chau, te quise, asumir los verbos en presente es siempre demasiado lámpara, demasiado ser. Chau Gache lámpara, chau Gache agua, Gache nunca, perdoname si te hice sentir vino o veneno, yo siempre te guardo pan, y con los derretidos altares desmentidos hice un sagrario para la rosa y tu recuerdo.
Confieso desnudamente que me gustaría que esta carta te hiciera llorar, gritar o matar, porque todo eso soy mientras lo escribo.
Contame algo tuyo, y si tenés, algo mío. Contame los nombres, las manos, los umbrales, la vigilia, las caras que madura tu piel, tus vainas, tus lunas y tu savia. Yo no te hablo de ella porque no se merece mi brújula carbonizada, tal vez, veneno.
Espero a vos haberte hablado aguamente, limpiamente. En este momento me siento ciénaga o mierda, tengo tus manos roncas y el sonido amargo.
Quisiera poder secarte con palomas las sombras que esta carta pudiera crecerte sombras la sangre.
Sos tan eras y eras tan ventana.
Siempre es más tarde. Chau antes de que me pisoteen los relojes o que el musgo me pase su cuenta planetaria.


JORGE LEMOINE Y BOSSHARDT
 



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