Se las llevó, en compensación al tiempo que iba a sacarle, robarle, en pro del progreso.
Pequeñas, elegantes, soberbias, tienen el aire francés de una bailarina. Pensó que les agradaría, esas gemelas que ocuparían su escritorio en sus angustiosas y extenuantes horas laborales, o, quizás también cuando frente al computador toda su soberanía se expresaba entre sus dedos, a través de palabras que de alguna manera lo acercaron a él.
Se lo dijo claramente: Si querías impresionarme, lo conseguiste.
Y las tazas fueron cómplices de tardes frescas e irresponsables, de sueños dorados y discusiones filosóficas, de miradas cruzadas que expresaban el cansancio de una jornada laboral.
Y él, le sirvió con elegancia, durante tardes en que se reunían para divagar, chocolates gustosos, dulzuras ajenas, sin inmutarse ante una cultura cuyo servilismo masculino esta vetado.
Y las tazas, perdidas entre papeles y lápices, entre ideas y deseos, los acercó más, hasta que a la familia de vidrio se unió esa caramelera de forma desforme, que puntualizó un encuentro diferente a los demás, quizás mas intenso, ora mas prohibido, ora mas a destiempo.
Y allí, testigos mudos, cómplices ajenos, solidificaron un instante, un beso, un abrazo, un Juicio, en dos tiempos ajenos.
Quizás ella se los regaló con la intención de que... de alguna manera la recordara, aunque ella siempre creyó que nadie se puede olvidar, que todos son importantes en nuestras vidas, que no hay regalo que pueda revivir emociones, sino las marcas, esas marcas que se anidan el corazón, en la mente, en la piel, esas marcas son imborrables, porque sobrepasan el Tiempo, y son estigmas que jamás se eliminan.
Ella se irá, él la olvidará.... pero la intención estará ahí, en esa tazas, en esa caramelera, que serán cómplices de otros encuentros, de otras ilusiones, de otras vidas....
De otros Tiempos...
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