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mazz,07.06.2023
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LA CREMACION INCONCLUSA
Eduardo vivía en el cuarto piso de un pequeño departamento de dos ambientes de la avenida Directorio. Ya hacía cuatro años que lo había comprado y nunca había subido a la terraza. El departamento estaba remodelado a nuevo pero el piso de madera era un desastre. Su hijo de seis años, Lautaro, dejaba surcos en el piso cuando hacía colear el monopatín.
Un día le dijo a su mujer que fuera a ver si había lugar en la terraza para que Lautaro se desahogara un poco y dejara de rayar el piso.
Su paso por este mundo fue insulso, de poca trascendencia.
Su final fue lento e indoloro, eligió ser cremado.
Olvidó hacer el respaldo de su cámara digital así es que no dejó fotografías.
Eligió ser cremado, pero no quiso que sus cenizas volaran libremente. Quiso que sus restos fueran introducidos en la misma urna de su madre, en el cuarto nicho, contando desde abajo.
Así hizo su esposa.
Tres años más tarde llega una carta bajo la puerta. Lautaro la abre y la lee. Había habido un hecho confuso. Por error les habían entregado otras cenizas. Ese día, el horno andaba mal, se les apagaba. Cuando finalmente lo pudieron encender, fueron a buscar el cuerpo, la sábana estaba caída en el piso, y la camilla, vacía. Era el cambio de turno y cometieron el error.
Querían saber si Eduardo había vuelto a casa, a ellos les correspondía devolver el importe de la cremación no realizada.
Lautaro no daba crédito a lo que leía.
Supo en ese instante que, su padre, no era lo que todos creían: ahora sí vivía, libre… al fin.
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