Esto de escribir una autobiografía, por muy pequeña que sea, puede hacer creer a uno que es importante. Y eso es peligroso. Tratar de que sea interesante me ha dado muchos dolores de cabeza, razón por la cual he desistido. Suficiente problema me dan los cuentos. Así que, salga como salga, ahí va:

Me llamo Luis Felipe, nací en Guayaquil, Ecuador, el 9 de septiembre de 1978. Estoy acabando tercer año de Psicología Clínica, después de haber desertado de Medicina, acabando con los sueños de fama y fortuna de mi madre, y con el legado de mi padre, quien es médico también. Ando por ahí, enamorado de la vida –aunque muchas veces no de la sociedad–, enamorado de Claudia, quien está en esto conmigo (no sin miedo, me lo ha reconocido varias veces), y enamorado de mi familia, especialmente de mi sobrina.

Soy un fiel seguidor de Silvio Rodríguez, aunque creo que la palabra “seguidor” no ilustra correctamente, obsesivamente, la pasión que le profeso. Cualquier persona que me conozca puede corroborarlo. En segundo lugar, y alejándose cada vez más, llega Luis Eduardo Aute.

En cuestiones literarias, me encanta Vargas Llosa. He leído casi todo lo que ha escrito, salvo los artículos periodísticos. Si tuviera que escoger, me quedo con Conversación en la Catedral y con La tía Julia..., la primera por su maravillosa forma, la segunda por su hilarante sinceridad. Yo respiraba Vargas Llosa hasta el día en que conocí a ese señor barbudo que se me metió en las venas y que no me abandona desde entonces: Julio Cortázar.

“He dicho demasiado, he dicho demasiado” pensó. Así que decidió callar. Por el momento, al menos.