La quinina aguantó la rotura y produjo, en su espalda y en su frente, tenues brisas rojas que recordaban la carnalidad del momento, que se inmortalizo en la foto de carné que a la mañana siguiente le reclamaron en comisaría. Los instantes de Warhol sonaban en el interior del cráneo mientras miraba el papel que lo acreditaba, de nuevo, como un ciudadano en regla y le impedía la penetración en el submundo húmedo.

Ella unto su cabello con jarabe de estallidos y después de las abluciones oportunas siguieron haciéndose las mismas preguntas, olvidando la frase que Dostoievski les tatuó en el córtex:

"La suprema finalidad, señores, es no hacer nada en absoluto. La inercia contemplativa es preferible a todo. ¡Por lo tanto, viva el subsuelo! Aunque haya dicho hace poco que envidio al hombre normal hasta la última gota de mi bilis, cuando lo veo tal como es renuncio a la normalidad (aunque sin dejar de tener envidia al ser normal)."

Dostoievski - Memorias del subsuelo