Cierto día cogí un libro,lo abrí y se produjo un descubrimiento. Pasé unos minutos leyéndolo, las líneas se encadenaban con soltura a lo largo de las páginas, allí había fluidez. Cada renglón poseía energía propia y lo mismo sucedía con los siguientes. La esencia misma de los renglones daba entidad formal a las páginas,la sensación de que allí se había esculpido algo. He ahí, por fin,un hombre que no se asustaba de los sentimientos... Aquel libro fue para mí un descubrimiento fenomenal e imprevisto; se había escrito con el corazón y las entrañas y tuvo sobre mí un efecto poderoso,devastador, fue un maremoto que arrasó con mis antiguas lecturas,que me hizo entender que la literatura no era tan sólo un juego de prestidigitación con las palabras,que no podía ser solamente una mezcla de sutileza, artesanía y formalismo y era esto lo que se leía, se enseñaba en las escuelas, se digería y se trasmitía. Era un invento cómodo, una logocultura ingeniosa y prudente. Entendí que la la literatura es pasión, aventura, sentimiento...