Una voz. Otra voz. Voces.
Voces galopando entrañas. Voces sin refugio.
O en pasos de memoria estéril.
Hilos de voces.
Mares de voces peregrinando el juego. Un juego de misterios sin distancias.
La voz de un punto. El epicentro. La belleza del punto. El dolor del epicentro.
Su muerte instantánea en el renacer cotidiano. Sus mil bares de deceso.
El sabor de su gesto y el empacho de verdes.
El punto dibujando espacios, si son las agujas las que dan pelea.
Espacios de yo. Espacios de voces de yo. Que renacen hasta en la lluvia de agujas.
Que no silencian la búsqueda perpetua.
Un museo de alabanzas me merece. A mí
En mí, en vos, en cada pupila que me llora el cosmos.
Rugiré a la vida y seré la tropa de puntos infinitos.
Porque ya es el miedo el que nace a la poesía.