Llegué a la casa de mis padres un día después que el verano, allá por el 72. Después de mí, vinieron los militares y no les hicimos tanta fiesta.
El mundo siempre fue un lugar extraño, musical y doloroso, pero el verano duraba más cuando lo único importante era ganar la guerra de agua contra mis primos.
Leo cuentos y después no recuerdo ninguno, salvo aquellos que me hicieron sentir. Descubrí quién era cuando aprendí a tocar un tambor y cada vez me parezco más a mi. Y me gusta. La vida me sigue sorprendiendo porque miro con curiosidad, y así encuentro... y me encuentran. Conozco gente que me demuestra que no todo está perdido. Amo como un huracán, pero no puedo odiar.
Mi cabeza está llena de palabras y de música que casi nunca salen como eran ahí, pero tampoco merecen la pena de muerte.
Sé tocar los corazones cuando canto.
Si me enamoro es porque me enseñaron algo, y quien se ríe conmigo se me vuelve inolvidable. Nunca me quedo demasiado tiempo en el mismo lugar ni con el mismo color de pelo. Siempre pensé que estoy hecha del mismo material que el viento.
No tengo nada... pero el mundo es mío.