Como casi todos, nací sin esperarlo y esperé toda mi vida nacer de nuevo para sentir lo que es nacer en serio. Dormí demasiado tiempo y acumulé varios quintales de pesadillas y esperanzas vanas. Le hice “pito catalán” a la muerte y también a la vida. Hoy, cansado de estar cansado de esperar, salgo al ruedo con un semblante histriónico y una fe marmórea en mi propia incredulidad. Y al son de una danza calderoniana (una mezcla de tango-mímica-chácháchá interpretada por arlequines ebrios de soledad que aúllan un aturdidor silencio) escupo mi grito sordo para quien quiera oírlo, sin importarme medio bledo si existe alguien interesado en escuchar. “¡Ahijuna con la lobuna! ¿Cómo se descifra todo esto?” Respuesta: no lo sé ni me interesa. Sólo aguce su oído y afine el lápiz a la hora de criticar. La impaciencia viene sola.

Nota: a veces las cosas van cambiando. Sin ir más lejos -fíjese usted cómo viene la mano últimamente- la racha se trajo un librito de cuentos bajo el brazo. "Nunca nadie me dijo que nada parece ser lo que parece", se llama, y hasta se puede conseguir por ahí. Si se animan, están invitados a leerlo. Con mucho gusto recibiré todos sus comentarios.