Niño me dio atontorranao, regordete y bueno pa los combos, los escupos y las patadas. Mi historia se remonta al polvito que se echaron mis viejos en la vieja placita San Miguelina a cielo descubierto y mirando las estrellas (razón por la cual mi madre me adjudica el oficio de poeta). Una infancia endurecida por ciertas bestialidades que ya no nombro (por respeto a las nuevas miserias) aunque también llena de dulzuras extremas y alegrías imborrables. San Miguel es el pedazo de tierra que más amo y juro no descansar hasta verla convertida en una polis griega. Soy de corazón chorizo, me paro con quien venga, no idolatro a bastardo alguno, por genio o artista que sea. Me declaro en comunión con el cielo y el infierno.