Cuesta decidirse a cambiar de rumbo. Al menos a mi me ha costado mucho. Pienso a menudo en lo que hago y en lo que me gustaría hacer. Para mi propia sorpresa, lo que quisiera no es muy distinto de lo que soñaba a los 17 pero, después de haber recorrido un buen trecho, en mis fabulosos 30, me doy cuenta que estudié para ser traductora sin realmente querer serlo y que, quizás por esa misma razón, hoy soy una flamante secretaria.
Estudié 5 años en una universidad tradicional para terminar detrás de un escritorio redactando memorandos y contestando llamadas telefónicas. Y no me malinterpreten por favor, que no estoy desmereciendo la labor, sin embargo, mi vocación y empeño iban por otro lado, un tanto más cercano que "un cordial saludo", un tanto más poético que un "adjunto remito a usted".
Me parece que es necesario hacerse una introspección cada cierto tiempo para escudriñar en nuestro sistema motor y evaluar cómo va nuestra vida, reconocer si estamos haciendo lo que queremos, o si sólo vivimos lo que "podemos".
A mi por lo menos me pasó que de pronto me visualicé como una treintañera un tanto frustrada por no haber concretado mis sueños, aunque feliz de reconocerme en mis traumas y carencias, dispuesta a cambiar a diario y a recuperar el tiempo perdido; a rescatar de mis archivos lo que todavía me pesa no haber concretado y a sembrar lo que quiero cultivar.
Por eso, luego de un acucioso análisis personal, desde mi niña interior, hasta la adulta tozuda en que a ratos me convierto, he decidido reinventarme. Me atrevo a cambiar de paradigma, romper mis esquemas y virar en otra dirección. No es fácil. Lo hago con mucho sigilo y temor, pero confiada porque estoy haciéndolo de corazón, con todas mis entrañas, segura que un nuevo fracaso sólo me fortalecerá y con la certeza de que al hacer lo que más quiero no necesito suerte.
Desde hoy nace Colores Verbana, la niña-mujer que a veces me posee y me acoge para plasmarme a mi y a mis otr@s entre tú y tus otr@s.