Soy un desdoblamiento de mi mismo, algo así como un segundo yo, pero el primero. Nací en un puerto del Mediterráneo a una edad madura, lo suficiente para poder contaros cosas, y ahí me he mantenido por algún misterio. El secreto está en Sartre, Mallaré, Tolstoi, Balzac y, por supuesto, en Edgar Allan Poe, que me heredó la angustia. No tengo más posesión que la vida ni más sueños que una mujer ajena, pero es suficiente para vivir en la hebra de la esquizofrenia. Me alimento todos los días con un poco de esperanza y canto, aunque me deprimo a veces por cualquier cosa. La fatalidad no es mi signo, sino al contrario, la fortuna de saberme de pie, sobre el planeta, sin más recurso que la palabra escrita, que ahora plazmo en el género poco explotado de la reseña literaria.