Nacido un 24 de febrero de 1985 en un hospital acaecido por las calles empedradas, ubicadas en el traspatio del parque central de Quetzaltenango, muy bien llamada Xela.

Crecí entre el frío de los domingos por la tarde, el hielo de la madrugada y el sol anaranjado-melancólico que despedía todas las tardes, al cual yo atento observaba en aquel campo de fut-bol, construido por las ilusiones y los sueños de mi hermano: Rodrigo Alberto.

Acostumbrado a ser un apátrida fallido, sin tierra que defender ni gente que recordar. Vagué desde las tierras hiladas en colores de Cantel; los bosques silbadores de La Esperanza; las facetas grises, rojas y azules de la ciudad de Quetzaltenango; el aire vacío y la saudade marcada de Villa Nueva; las calientes tierras que calmaban mi sed de vida en Coatepeque; la cola del istmo y lugar multicultural de Limón, Costa rica. Regresando momentáneamente, más que a revivir, a expiar al pasado arado por las circunstancias del tiempo y las letras lejanas.

Amador pasivo de las cuerdas de la guitarra, las letras inmortalizadas, los sonidos de la naturaleza, de la poesía sin tiempo ni lugar y un par de ojos negros. Agrónomo de profesión, bohemio apasionado de oficio; anarquista atado a la ilusión de ser gobernado por un ser superior.

Admirador elocuente de las percusiones de Nirvana, el sonido de Tchaikovsky, las peleas de doña Teresa, el anarquismo del histórico personaje del año cero al treinta y dos, de la humildad del campesino, del canto del zope, de la realidad del viento y las letras de Márquez, Sartré, Chejov, Gómez Carrillo y alguno que otro ser demasiado normal como para ser aceptado en el reino de este mundo.

Sin defectos o afectos fuera de lo normal y efectos impredecibles que hacen bostezar al mismísimo espejo; greñudo protestante de la calma que no da lugar a la ignominia y al hecho del ser propiamente dicho.

...que puedo decir, un poco de suerte y hechos inexplicables que no puedo aceptar me tienen aquí, en el lugar de siempre y en donde nunca estoy: Jorge Mario Pérez Guzmán, para servirle a Dios, al Diablo y a usted, que no es más ni menos que la tercera persona de mi conciencia.