Dicen de los manglares que son lugares mágicos, bosques elevados por ilusión sobre las templadas aguas que los sustentan. Ese día el manglar estaba muy animado, en las copas de los árboles, colibríes y garzas no paraban de moverse, las iguanas se aferraban a las ramas, sin otra ocupación, que observar el transcurso de tiempo con su habitual parsimonia, más abajo, allá donde las raíces parecen patas de zancudos, cangrejos y caracoles charlaban de sus cosas mientras el caimán vigilaba agazapado en el fondo del bancal, las enormes mariposas revoloteaban de un lado a otro y un martín pescador asomaba la cabeza en busca de su almuerzo. Cada uno iba a lo suyo pues raro era quien no era alimento de otro, pero todos se miraban extrañados por los ruidos que hacía pocos días se había adueñado del manglar, como nadie daba el primer paso y todos se hacían el sueco resultó que el más pequeño, una larva de camarón, elevó su hilo de voz y dijo:
-Alguien debe ir a ver de donde procede ese extraño ruido, yo no puedo pues me muevo lento ¿se presenta alguien como voluntario?
El cangrejo dijo que no quería convertirse en sopa y la garza que no quería ser guiso, el caimán que no quería ser zapato, la iguana no dijo nada pues se estaba comiendo una fresca y verde hoja, la mariposa quiso ir pero ese día hacía el viento y lejos no llegaría, así todos negaron con excusas la aventura de ser espía. Entonces asomó la cabeza el martín pescador:
- Yo voy, echo un vistazo y vuelvo, a cambio quiero que el caimán no intente comerme.
El caimán asintió y el martín pescador fue en busca del ruido, pasaron las horas y cuando el sol comenzaba a ocultarse todos notaron su regreso.
-¡Cuenta, cuenta, qué es ese ruido!
El martín pescador puso cara de circunstancias y comenzó su relato:
- Unos enormes artilugios manejados por extraños animales parecidos a un mono están arrancando los árboles del manglar ya no muy lejos de aquí, mañana al amanecer ya habrán llegado...
Todos comenzaron a hablar al mismo tiempo, el pánico se hizo el amo del manglar mientras la noche cayó sobre ellos, no había luna y la oscuridad era tal que no se distinguía absolutamente nada. El ruido continuaba y los lejanos rayos de luz provenientes de los focos pasaban rozando algunas copas. El caimán puso algo de orden y habló:
- Tenemos que huir, no queda otro remedio, yo puedo llevar sobre mis espaldas a los más pequeños, el bosque es tan espeso que las iguanas pueden pasar de árbol a árbol sin esfuerzo, las aves que vuelen, pero hay un enorme obstáculo, la noche está muy negra, no se ve nada y así no podremos llegar al otro manglar.
Entonces aparecieron los insectos nocturnos más mágicos de los manglares, las luciérnagas, aunque ellos preferían que se les llamase “candelitas”, no dijeron nada, ocultos durante el día habían escuchado todo lo que había ocurrido, se agolparon todos, los machos en centro(pues iluminan más) y las hembras alrededor, en ese momento se hizo la luz y la caravana inició su viaje al manglar de la esperanza. El viaje duró toda la noche, pero al alumbrar el alba ya habían llegado al manglar que estaba al otro lado de la isla, todos se regocijaron de haberse salvado pero más tarde quedaron en silencio pensando si algún día también llegaría el ruido al “manglar de la esperanza”
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