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Era una mañana invernal de aquellas normal para todos, pero no para Juan Jose De Dios. Se levantó de la cama muy temprano y subió a la azotea de su casa evocando recuerdos sublimes del pasado, un pasado tierno y lleno de gratos momentos vividos pero exterminado recientemente. Con mirada absorta y melancólica miraba sin ver a los transeuntes y vecinos que por las calles circulavan, embelesado en sus pensamientos que le invadían a la mente billones de veces por segundo y su desdichado corazon agotado, latía a modo desmesurado y a la ves congojante.

Era intolerable soportar más el gran desasosiego que le producía este inmenso infinito de emociones, tomó una desición soberana y su férrea voluntad la protegería como una coraza invulnerable a las réplicas e intentos de persuasión de los demas.
Ante las múltiples sensaciones y convicciones se dirigió como una bala hasta llegar a su habitación, para acicalarse, con la convicción del éxito y de la felicidad; en su mente estaba fija una sola idea que subordinaba todo y lo impulsaba a actuar con un instintinto cercano al salvaje; salió de casa y se dirigió a trote hacia el objetivo planificado en su corazón y mente, en brevísimo tiempo se halló parado en frente de una pétrea morada, tocó el timbre y desde los interiores de aquel hogar lúgubre se oyo una tierna y a la ves hechizante voz, desde las ventanas y con ayuda de unas luces interiores se pudo distinguir una silueta de belleza inverosímil de apariencia tenue, de un sigilo al caminar sorprendente y de una esbeltez perfecta, se acercaba a paso lento he inspiraba muchísimas sensaciones.

Su rostro era precioso sus manos y cuerpo causaban fiebre de amores. Juan Jose De Dios dijo un "hola", trémulo, ella frunció el entrecejo extrañada de verlo, inexpresiva, no tuvo reparos en azotar con esa actitud a un Juan Jose De Dios al borde de la desesperación afligido de pies a cabeza.

Ella le dijo muy severa que se marchara pues todo había acabado y que la vida debe seguir tanto para él y como para ella, que amaba a otro y que este le había enseñado el amor que siempre quiso y que por favor se olvidara de ella y que nunca mas la volviera a buscar.

Ante las múltiples súplicas del corazón que se prolongaron hasta el anochecer, la niña bella se mostró como una piedra totalmente inmune a las calurosas frases y suspiros ahogados que brotaban irreprimíblemente desde lo más íntimo de Juan Jose De Dios que sentía que perdía fuerzas. Fría y pegada de lleno a lo suyo, como se puede imaginar, fue infranqueable.

Juan José nada pudo hacer, nada pudo cambiar, tuvo que tragarse su desasón, se consumió en una lenta agonía en una hoguera del destino, funebre y dolorosa producida por la rotunda negativa. Enrumbose asia el ocaso, a dormir para siempre en sus nostalgias en el fondo del mar junto a todas las almas.


Texto agregado el 15-08-2003, y leído por 446 visitantes. (5 votos)


Lectores Opinan
25-06-2008 Buena historia, triste final. ***** flop
06-07-2005 la historia bien, un cuento es un cuento. Sólo puedo criticarte errores ortográficos...Y quien sabe algunos gramáticos. El cuento, bien. bruja
05-09-2004 ta choro bien la raja_D murdark_000
17-08-2004 Nada mal en mi opinion pero creo que esta muy largo para nada y ienes algunas repeticiones que estan de mas y le quitan ese poder al relato.Te invito a que me leas suerte. cuentacuentos12
20-05-2004 Una cosa más: sí, como dice Sabina (un maestro) porque el amor, cuando no muere, mata; porque amores que matan, nunca mueren. flucito
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