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Darle vuelta a la página. Sobrevivir, recomenzar ¿Acaso será posible arrasar con la memoria, los hilos, los mitos y las vergüenzas? Discúlpame. Fueron muchos errores. Demasiados tropiezos. Las traiciones disparadas con todo el placer de la culpabilidad. Me voy a la ducha. Quiero renacer para ti. Despojarme de los olores, los sabores, las huellas. Arrasar con las dudas, los cuestionamientos, la tristeza, el vacío. Llegaste a casa. Siempre tan preocupado. Tan dispuesto. Con el cariño y la energía que lleva décadas en ti. Eres tan bueno. Hombre noble. Hombre tonto. Hombre ciego. Pobre hombre. Yo, la serpiente, la manzana, la Eva. La de la culpa. La de las equivocaciones. La de las mentiras. Me ves triste y me preguntas: ¿Qué te pasa, amor? Me duele la cabeza, digo yo. Soy experta en el arte de la simulación. Y tú, inocente de todo: Espera que voy por una aspirina. Tranquilo, se me pasa cuando vayamos a la cama. Déjame que te cuide, para eso estoy.

Caí con Alberto, caí con Santiago, caí con Alfredo. Caí, irremediablemente caí, con tu hermano Diego. Se reía a carcajadas entre calada y calada. Siempre fue un imbécil, repetía. La imbécil soy yo, que te sigo queriendo. La que le da pie al arrepentimiento. Te sigo amando, pero miento. Te sigo amando, pero engaño. Débil, infame, ingratitud en cuerpo y alma. Dejé de ser tuya cuando te agobió el trabajo. Lo hacías por mí, por nosotros. No quise dejarte. Ahora no quisiera haberte engañado. Vuelvo a la ducha. No logro despojarme de los fantasmas, del sexo ajeno, del otro cuerpo en el que me convierto cuando te vas de casa. Duermes plácidamente. Logro despertar al niño que hay en ti ¿Te sientes mejor? Preguntas. No puedo seguir. Debo dejarte. No te merezco. Te levantas nervioso y tratas de secarme las lágrimas. Suéltame, tengo que irme. Nunca quise hacerte daño, pero lo hice. Tantos años de resistencia y lucha. De pesares. De penurias. Todavía sigues aquí. No te merezco, no te merezco, no te merezco.

Comienza a dolerme tu fuerza. Quieres retenerme. Me confieso. Te grito. Lloro. Abro la ventana hacia la mujer desconocida con la que has dormido siempre. Te niegas a creerlo ¡Perdiste la razón! Tu pretexto ideal para seguir con la venda alrededor del sufrimiento. Debemos llamar a un médico, has colapsado. Es el estrés, seguramente. Estás a punto de entrar a la menopausia. Tienes miedo. Tengo el número de un especialista. No te desesperes, mi amor. Estoy aquí, contigo, como siempre. No va a pasarte nada malo. Soy yo el que te protege. Siempre has sido la esposa perfecta, que no te aflija dejar de serlo. No somos perfectos. Nunca lo hemos sido. Eres lo mejor que me ha pasado, así que no temas, estoy aquí, contigo. Sigo gritando y te digo lo de Diego, que lo llames y le preguntes, que nos reíamos a tus espaldas. Que durante tus viajes a la capital nos comportábamos como animales sedientos. En la cama, en el sofá, en la cocina, en tu despacho, en la biblioteca. Siempre insatisfechos mientras dabas tus conferencias ¡Entiende que no soy más que una puta! Que lo de ama de casa sólo era la vía para redimirme, para mantener esta mentira que ya no aguanto. No llores Rafael. Eres un hombre. No destruyas esa imagen que tengo de ti. Es mi culpa, es mi pecado, es mi defecto. Sí, es mi enfermedad.

Llamas a tu amigo el psiquiatra. Mi mujer ha perdido la razón. Está incontrolable, enloquecida. Divaga, alucina, se cree otra. Sí, se ha vuelto agresiva. Dice que me ha engañado con una pila de hombres y hasta con mi hermano ¡Imposible! ¿Qué estás insinuando? Claro, lo que necesita es ayuda, esto no es más que un colapso. Está bien, espero. Tranquilo, no dejaré que salga de la casa ¿Estás seguro que es necesario? Ya te dije que está agresiva, pero me parece exagerado someterla a esa humillación. No quiero que la lastimen. Sólo sedantes, está bien. Y llega el bullicio, la sirena, los tipos de blanco que se abalanzan sobre mí. Me pides disculpas y lloras. Me dices que es necesario. No puedo pensar. No me dejan pensar. El piquete traidor y luego… el silencio ¿Por qué te trajeron? Me pregunta Carmen, la pobre mujer que lleva años aquí. En estos meses, ha sido mi única amiga. Al menos, la única que mantiene conversaciones con cierta lógica. Engañé a mi marido. Se ríe. En serio, lo único que hice fue ponerle los cuernos a mi marido. Con razón, responde. Todos decimos lo mismo, que no tenemos la culpa. Acostúmbrate, quince años y todavía no creen que esos objetos filosos atentan contra mí.

Texto agregado el 16-04-2005, y leído por 166 visitantes. (8 votos)


Lectores Opinan
17-05-2005 que forma tienes de sobar el alma, cada palabra que utilizas está en su lugar, cada entorno que creas es único e irrepetible, termino y no quiero que termine.. --vincho--
18-04-2005 Nunca se sabe de qué manera reacciona uno ante las difíciles situaciones que presenta la vida...y más tenaz cuando no hay peor ciego ke el ke no kiere ver. Excelente. etherea
17-04-2005 Al leer tu escrito, encontré un hoyo, donde caen todas aquellas malditas confusiones que crea una turbulenta vida. Me gustó mucho el estilo con que narras. Expresas hasta lo menos imaginable en una situación así. el_rey
16-04-2005 Sorprendente! Tienes la rara virtud de incursionar en la profundidad del alma y lo haces con talento y profesionalidad. Toda mi admiracion! negroviejo
 
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