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La sensación empezó en los pies, como si viniera desde el suelo, muy lentamente abarcó desde las plantas a los tobillos, pasando por cada dedo. Al principio era un aumento en la temperatura, que hacía que de un momento a otro, tomara conciencia de sus pies. Cualquiera hubiera pensado que el suelo estaba ardiendo, y llegó a sentirlo, llamas doradas cubriendo sus pies, y ahora subiendo por los tobillos, alcanzando las rodillas y sin dejar de ascender. Fuego. Lo sentía con perfecta claridad pero no lo veía, la piel de sus piernas estaba envuelta en unas llamas que no se dejaban ver. Fuego que no dejaba de subirle por el cuerpo, y ahora lo notaba no sólo en la piel sino penetrando, en los músculos, en los huesos, en los nervios mismos. Un grito se ahogó al llegar a su garganta, un grito lleno de una mezcla entre asombro y desesperación. Pero su propia incredulidad lo apagó, antes de que saliera por su boca. Sin previo aviso, delante de sus ojos comenzaron a sucederse, como si se tratara de una película, nítidas imágenes de árboles siendo consumidos por fuego, de bosques enteros incendiándose. Cambiaban con enorme rapidez, bosques en llamas, animales escapando, ahora ciudades de aspecto antiguo, devoradas por el fuego, ahora volcanes haciendo erupción, todo el ímpetu impresionante de las erupciones frente a sus ojos, Pompeya ahogada en lava hirviente se le apareció con total claridad. Las imágenes se apoderaban de él por completo, sin darle tiempo a preguntarse de dónde venían, y sustituían el lugar donde estaba hasta hace unos momentos. Mientras tanto, la sensación no se detenía ni menguaba, lo cubría de pies a cabeza. Y adquiría tal intensidad, que no lograba construir pensamiento alguno en su mente, como si el fuego lo vaciara de ideas. Ahora observaba, sumido en silencio, imágenes de personas siendo quemadas en hogueras, mujeres, hombres, niños. En ese momento, algo aún más curioso empezó a pasarle, las imágenes se volvieron familiares, reconocibles. Ahora se veía a sí mismo en cada una, y cada una venía de su propio pasado. Y después de un instante de contemplarla, se comenzaba a quemar sin remedio, hasta desaparecer entre llamas que le parecían vivas. Así vio quemarse el nacimiento de su hijo, sus primeros años de matrimonio, su casamiento. Así vio quemarse sus años de universidad, fiestas, amistades, romances. Así vio quemarse sus años de colegio, sus primeras amistades, sus primeros amores, su primer beso, su primera orgasmo piel con piel. Se quemaban totalmente hasta desaparecer, y daban paso a escenas más viejas, en las que se veía a sí mismo, tanto como veía a los otros, y al escenario donde ocurrían. Volvía a sentir lo que había experimentado en esos momentos, vívidamente y al mismo tiempo, como desde afuera. Volvió a sentir su infancia, la claridad de sus sentidos, la intensidad de las emociones; miedo, envidia, apego, rabia, vergüenza, culpa, empatía, tristeza, alegría, euforia, plenitud, éxtasis, amor, más emociones de las que se pueden nombrar. Su padre y su madre, sus hermanos, sus tíos y abuelos, aparecían y desaparecían tras una cortina de fuego, al igual que su propia imagen, cada vez más parecida a la de un bebe. Fue testigo y protagonista de momentos de ternura conmovedora con su madre, también con su padre, sintió el hondo lazo que los unía en esos años. También de las primeras enfermedades de su vida, y de cada reacción de sus padres. Y mientras su mente se hundía más en el pasado, que sólo unos minutos atrás parecía olvidado, sentía con especial fuerza la quemadura del fuego en ciertas partes del cuerpo, y luego sentía como si le hubieran removido algo así como un peso, como una tensión muy arraigada, y su cuerpo se sentía liviano y renovado, pese a la continua sensación de estarse quemando irremediablemente. Seguía viendo escenas repletas de significado, que se disolvían en fuego, dejándole sólo la sensación de estar desapareciendo, ahora las ideas en su mente eran tan fugaces, como las imágenes en sus ojos, ahora siquiera alcanzaba a ser consciente de pensamiento alguno. Era como si cada vez estuviera más vacío y sintió miedo, y la única sensación que le llegaba de su cuerpo, era la de ser una gran llamarada flameando, y se decidió a luchar contra la situación. Lo cual no hizo sino empeorar las ardientes sensaciones, que lo recorrían como serpientes eléctricas, haciendo estremecer todo su cuerpo. Su propia resistencia lo llevó por largo rato, a soportar más de lo que se creía capaz, sensaciones que hasta entonces le eran desconocidas. Tratando de impedir perder completamente la conciencia, aumentaba la conciencia de estarse quemando en cuerpo y alma. Pero ni siquiera se sentía con fuerza, luego de un tiempo así, se dejo ir. Se rindió totalmente, abriéndose a lo desconocido. |
Texto agregado el 15-08-2003, y leído por 225 visitantes. (0 votos)
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